Las coincidencias no existen, o eso es algo que la gente usualmente dice para justificar una serie de sucesos que desafían las leyes de la naturaleza, de la “lógica”, aunque creo que la mayor parte del tiempo no se debe usar la razón del hombre para obtener una explicación a eventos raros o sobrenaturales, sobre todo aquellos eventos donde se ven involucrados los Artziniega, una de las familias más misteriosas y extensas que ha habido sobre la tierra. Cuando los Van Helsing comenzaron a perseguir vampiros en Transilvania, los Artziniega ya habían hecho un gran registro (aunque primitivo) de los tipos de vampiros y que métodos usar para atraparlos; algunos primos de la familia, localizados en Estados Unidos, encontraron pruebas contundentes, y antes que nadie, sobre la existencia de varias razas de Pie Grande; también se dice que entonces fueron los únicos en poder matar a un hombre lobo sin tener que usar plata como medio.
Las hazañas y descubrimientos de la familia Artziniega fueron usadas por compositores, escritores, y poetas de todas partes para inspirar cantos, prosas y poemas, aunque casi nunca se supo de su intervención directa en los casos. En todas las ocasiones los hechos han sido narrados como fantasía o ficción por quienes relatan, de nuevo nuestra noción “humana” de lógica y razón nos hace escuchar a El Chupacabras o Sirenas como ideas buenas para narraciones pero algo imposible, sobre todo cuando viene de la boca de granjeros o marinos. Esta percepción tan limitada que nosotros tenemos es algo que los Artziniega desecharon desde que tuvieron la concepción de la existencia de lo sobrenatural.
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Ha habido seres distintos a nosotros desde antes de que los primeros neandertales comenzaran a pintar con sangre y minerales en las paredes de las cavernas. Muchos son los relatos que se pueden encontrar sobre brujas y hechiceras, la historia los respalda a casi todos, aunque algunos solo hayan pasado de boca en boca y otros quedado registrados en papel o pintura. Hay una criatura especialmente grotesca y desagradable que, desde hace muchos años, ha rondado las criptas en los cementerios y acechado los cadáveres recién enterrados para recolectar materiales para pociones o comer las partes del difunto. La criatura que investiga Devora Artziniega es una bruja Necrófaga, una que parece ser bastante malvada y vil.
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Devora recientemente dejó a su adalid para comenzar por su cuenta, incluso había pasado las 13 pruebas que se debían completar para poder dejar de andar bajo el brazo de su líder de caza o “niñera”, como ella la llamaba. Los Artziniega utilizan el término adalid para referirse a quienes instruyen a los novatos. Devora odiaba ser llamada de ese modo, novata, pensaba que era la menos indicada para portar ese título ya que, de las duras pruebas que realizaba la familia Artziniega, ella casi siempre era la mejor, justo por debajo de David pero aún demasiado arriba de Francisco, a quién le costó mucho desde pequeño adaptarse al “oficio” familiar. — No sé cómo lo haces, yo casi nunca puedo pasar la prueba de los picos —. Devora recordaba las palabras de Francisco sintiendo un poco de pena por aquel pequeño primo que hace años no veía. Ya ha de haber dejado a su adalid también decía para sí misma mientras conducía hacia Zimparo de Ocampo.
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Las brujas necrófagas no eran ni remotamente comunes en Texas, donde nació Devora, pero todavía había registros de avistamientos en Latinoamérica, sobre todo en México, Zimparo, un pequeño pueblo casi a las afueras del Estado de México. Ahí abundaban las historias de cómo mujeres de aspecto putrefacto robaban recién nacidos y devoraban a los muertos solo para dejar dedos o cabezas descompuestas en la puerta de la desdichada familia del bebé o el difunto, dependiendo el caso.
Si las historias eran ciertas, la mujer que abandonó su humanidad para seguir con el viejo oficio de la brujería se llama, o llamó alguna vez, Irma Martínez y era una madre amorosa, pero decidió asesinar a su esposo y utilizar la sangre de sus hijos como rito de iniciación para el ritual que le arrebataría su alma a cambio de poderes sin precedentes. Devora tuvo que ir, al menos, a 35 casas antes de poder sacar sus conclusiones sobre el posible orígen de aquella bruja que los habitantes temen tanto. Casi todos los hogares tenían símbolos santos o protección de algún tipo en las fachadas, y al menos 15 habitantes de distintas casas lloraron al escuchar a Devora preguntar por la bruja sepulcral que ronda el sitio. Casi llaman a la policía en 3 ocasiones pero pudo disuadirlos a través de enseñarles un gran fajo de billetes. Ahí se fueron la mayoría de sus fondos para la misión, solo se quedó con lo necesario para cazar a la criatura y con un poco para la gasolina de su moto. La tercera de las familias sobornadas (los Gutierrez Najera, quienes solo eran un viejo y dos hombres jóvenes) fue la que habló y le dió la pista final sobre el origen de la bruja. — Se llamaba Irma y mi esposa, en paz descanse, fue su amiga desde que eran niñas hasta que se casó conmigo —. Decía el abuelo quién posteriormente contó su versión de la historia, donde describió como Irma, casada más a la fuerza que por voluntad propia, decidió engañar a su esposo con varios hombres del pueblo solamente para cometer su asesinato una vez que fue descubierta y confrontada. Sacrificó a sus dos hijos antes de darse a la fuga y fue cuando comenzó la persecución para quemarla que Irma rezó unas palabras en un idioma ya extinto y que nadie, salvo la vieja curandera del pueblo, pudo reconocer. Ahí estaba la siguiente pista de Devora. Había que visitar a la curandera y a la familia de Irma, si es que seguía alguien vivo.
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— A mí no me da miedo la bruja, que venga y la mato a machetazos — Concluyó contundentemente el anciano. Devora se despidió y comenzó su búsqueda por la curandera.
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Tocó las puertas de las casas restantes hasta que dió con la casa de los Martínez Martínez, donde abrió la puerta un hombre de ademanes y modales mucho más educados que el Señor Najera.
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—Yo la he visto — confesó cálidamente el anciano. — Ella vive en esa casa maltratada cerca del lago, pero odia las visitas. Te recomiendo que no la molestes porque te puede maldecir— Bingo. Pensó Devora.
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— ¿Sí? pues yo sé más groserías. Muchas gracias. — contestó, subió a su moto y partió hacia el lago de Zímparo.
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Durante el trayecto, Devora recordó a aquel viejo que la atendió y no le dió buena espina. Además de su carácter fuerte y sus casi inexistentes modales, algo no concordaba con la casa y el testimonio. Aquel lugar estaba en obra negra, pero eso era común en aquel pueblo; el olor que emanaba de adentro para afuera era bastante desagradable, pero pudo ser por la falta de limpieza; había símbolos de protección de todo tipo: cruces, símbolos arcanos, el ojo de Ra… ¿Porque querría tal “protección” contra la bruja sí mostró tan poco miedo con sus palabras? Quizás un interrogatorio más intenso haría hablar a aquel viejo, pero primero, habría que hablar con la curandera del lago.
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— No acepto visitas, vete — Gritó la curandera. Ni siquiera abrió la puerta. Encantadora, pensó Devora. Creo que puedo hacer algo para cambiar esa actitud. ¿Qué dijo mi adalid de los magos y curanderos?
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Tras unos instantes de quedarse casi inmobil afuera de la cabaña en aquel pequeño lago, Devora apretó los puños, cerró fuerte la mandíbula y volvió a hablar.
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— Si las aceptas. — Gruñó Devora. — ¿Les dijiste tú misma que sabes hablar Transitus Fluvii? ¿O te escucharon hablar por ahí mientras sacrificabas gallinas?
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Esta vez la curandera sí salió, pero no sola. Un enorme perro negro estaba con ella, sus ladridos pusieron alerta a Devora y sus colmillos la obligaron a sacar su navaja de acero inoxidable. La curandera tenía un frasco con un líquido verdoso en la mano derecha, en la izquierda tenía la correa del perro. Sus prendas, alguna vez coloridas, estaban grises y desentonadas con los parches de colores que cubrían su vestido y delantal. Aunque alguna vez fue jóven y atractiva, su cara ahora permanecía llena de cicatrices, arrugas, y un ojo de gris que parecía ser de cristal.
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— Hace mucho no escuchaba esas palabras — Gruño la vieja. — Y no espero volverlas a escuchar. Si te vas en este momento, no voy a echarte al perro. Tienes cinco segundos. — Concluyó, pero Devora no se iría así nada más. Ambas lo sabían.
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— Cuatro. — Parecía que la correa del perro se había aflojado un poco. Sin embargo, Devora no retrocedió. Apretó el cuchillo con más fuerza.
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— Tres. — Dijo, sin quitar la vista de Devora, quien esperaba atentamente a que contara “cinco” para saltar a un lado y acuchillar al perro. El cinco nunca llegó, pues la curandera soltó inmediatamente al can, tomando a Devora por sorpresa. A pesar de su ágil maroma, el perro interceptó su pierna a medio salto, la mordió y sacudió. Devora reaccionó gritando y gruñendo pero después recordando lo que dijo su adalid. Cuando sean animales es más fácil, solo tienes que patearles el hocico. Sobre todo si son perros. Así que eso hizo.
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Nada. No con una, con varias patadas que trató de alejar al perro, pero ni se inmutó.
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Mentirosa, pensó Devora. Entonces recordó El Diario de los Condenados que leía de niña, en el apartado de bestias espectrales había un capítulo dedicado a los Hellhounds. Perros rabiosos que venían del infierno, generalmente invocados por brujas. Quizás algo de Latín calmaría al demoníaco can.
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— Quia ecce ceperunt animam meam, fortes congregati sunt ad me, non in delicto meo… et pro peccato meo, Domine. — Dijo Devora lo más rápido que pudo e, inmediatamente, el enorme perro negro aflojó la boca y la dejó ir.
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Ella no lo notó al principio, pero los ojos del perro eran tan aterradoramente oscuros que ni siquiera reflejaban la luz del ocaso que se comenzaba a ocultar. Su pelaje era grisáceo y parecía ser de color azabache por el polvo de carbón que lo cubría. Lo más aterrador del perro eran los colmillos, la mordida no solo infringió daño, también quemó su pierna y dejó un ardor punzante. Las piernas de Devora eran fuertes y sus músculos estaban muy trabajados por el entrenamiento, pero los colmillos entraron a través de sus músculos gemelos con dolorosa facilidad aunque, afortunadamente, sin tocar los tendones.
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Recuerda a las gemelas Ana Victoria y Ana Valeria, ellas pelearon contra dos docenas de Hellhounds solas. De nuevo recordó a su adalid y maldecía mientras sentía el ardor en su pierna y veía, sin apartar la vista, al aturdido perro infernal que estaba adelante. No iba a tardar en despertar de su adormecimiento.
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A ellas no las tomaron por sorpresa. Se dijo a sí misma mientras sacaba el contenedor metálico de Jugo de Babosa Solar que llevaba escondido en el bolsillo trasero del pantalón, hizo una mueca de asco porque el olor era horrible y se mantuvo parada, esperando a que el perro atacara de nuevo. Comenzó la cuenta regresiva en su cabeza. Siete, seis … El perro recobró su lucidez. Cinco, cuatro… se reanudaron los gruñidos. Tres, dos… Sus patas se preparaban para dar un gran salto, Devora pensó que el perro ahora iría por la yugular. Uno.
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Devora aplastó el contenedor metálico, haciendo que el líquido cayera dentro del hocico del perro mientras se lanzaba a su cuello. El animal se retorcía de dolor y de su hocico le salía vapor oscuro, Devora vociferó más palabras en Latín para devolverlo al infierno. El perro ardió en luminosas llamas moradas y se extinguió en treinta segundos.
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La mirada de Devora pasó de las cenizas del animal a los ojos de la curandera, quién, con una postura estoica y destapando el frasco con líquido que llevaba en la mano, que no era su último ataque, así que cortó la parte rota de su pantalón con la navaja, lanzó el jugo de babosa que le sobró hacia su pierna, apretó los puños y se preparó para pelear. La curandera susurró unas palabras en una lengua extraña que provocaron la aparición de dos flamas moradas de las que salieron dos perros más, uno de cada una. La curandera estaba por dar la orden de atacar cuando notó algo en la pierna de Devora. Ese tatuaje de la letra “A” hizo que la curandera perdiera su postura defensiva totalmente.
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— Artziniega. — Susurró la anciana.
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— ¿Me conoce? — preguntó Devora. Respiraba entrecortadamente, su pierna seguía doliendo demasiado, pero ignoró el dolor cuando escuchó hablar a la curandera, quien apartó la mirada de Devora y avanzó a su pequeña choza junto al lago. Ni siquiera notó que los perros se habían ido.
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— A tu familia. Ya me han salvado la vida dos veces. — Abrió la puerta de la rudimentaria vivienda y entró. Devora todavía no lograba comprender qué estaba sucediendo. Una punzada le recordó el dolor de su pierna.
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— ¿No vas a venir?. — Dijo la curandera, quien ya había entrado a la casa.
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Dentro, Rafaela (cómo se llamaba la curandera) comenzó a curar la pierna de Devora. Primero ambas se mantuvieron en silencio, solamente interrumpiéndolo con un leve gemido de dolor. Quienes antes estuvieron dispuestas a someterse mutuamente ahora colaboran para sanar la pierna de una. Devora sostenía la aguja y las hierbas mágicas y Rafaela sanaba su pierna.
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— ¿Eres una bruja? — preguntó Devora. Rafaela la miró fijamente, luego volvió a poner atención a su pierna.
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— Pierdes tu tiempo, no te diré nada de mí. — Inquirió la vieja. Posteriormente, cuando terminó de sanar a Devora, guardó las hierbas y utensilios en unos pequeños cajoncitos de un mueble viejo y desgastado. La cabaña estaba hecha de madera podrida y láminas oxidadas de aluminio, todo estaba pobremente remendado y remachado. El interior de la casa estaba repleto de hilos de colores y hierbas que colgaban del techo, jaulas con animales extraños que probablemente estaban en los diarios de la familia y, junto a una cama de madera y paja, había dos muebles viejos, en uno Rafaela puso los materiales con los que curó a Devora. El otro mueble tenía un espejo roto y pequeñas cajoneras cerradas con llave, con llave.
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Luego de ordenar (si es que se le puede llamar así) los materiales curativos en los cajones, la curandera tomó un banco viejo de madera y lo colocó enfrente de Devora, quien miraba extrañada a la anciana.
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— Aquí estoy ¿Qué quieres saber de Irma? — Dijo la anciana.
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— Mi pierna… Está segura que ya está… — preguntó Devora.
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— Dale dos días. Estará mejor que antes. — Interrumpió la señora.
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— ¿Mejor? Voy a patear más fuerte entonces.
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— Vas a patear fuerte, y ya ¿Qué quieres de Irma Martinez? — Preguntó.
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— Necesito saber cómo fue el ritual que realizó Irma para poder saber qué clase de Bruja es, si me dieras las palabras exactas que dijo antes de ser quemada te agradecería. Tengo razones para pensar que es una Sepulcral, pero también puede ser Sanguínea o Huesera. — Las palabras parecieron ser demasiado ásperas para Rafaela, quién parecía irritarada.176Please respect copyright.PENANAhU93AaiCxg
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— Nada de Sepulcral o Huesera, ella es una humana, y punto. Ustedes siempre quieren ponerle adjetivos a lo que matan. Como si eso hiciera menos desagradable lo que hacen. — Contestó Rafaela y cruzó los brazos. 176Please respect copyright.PENANAwa5g4hktuT
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— Dejó de ser humana cuando vendió su alma. Necesito detenerla antes de que haya más víctimas. En el pueblo dijeron que tú también hablas su idioma, el de las brujas. — Dijo Devora. Después de hablar ambas guardaron silencio por unos segundos.176Please respect copyright.PENANAPOGVElxa1i
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— Hablaba. Ya casi no recuerdo cómo hacerlo. — Los ojos de Rafaela parecieron enrojecerse y dirigió su mirada hacia la ventana, mirando al vacío. Devora no quiso preguntar más sobre su pasado, Rafaela parecía cada vez más impaciente.
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— Dijiste algo de los Artziniega, sobre que te han salvado la vida en más de una ocasión ¿Podrías cambiar información de la bruja a cambio de devolver esos favores? Estoy segura que tu vida vale más que unos versos en latín.
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El silencio prevaleció por segundos que parecieron eternos, entonces los ojos de ambas se conectaron. En los ojos de Rafaela había duda e incertidumbre, pero también miedo y decepción, decepción de sí misma.
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— Mientras más tardas, más probable es que desaparezca un niño o un cadáver sea profanado. — Dijo Devora, tratando de apelar a la empatía, aunque no estaba segura de si iba a funcionar.
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— Antes de morir, cantó la Vigésima Canción Repulsiva del Rey Avispa. — dijo Rafaela masajeando sus córneas como si una fuerte migraña le hubiera llegado de golpe.
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Devora ya sabía que hacer, así que se levantó, aunque cojeaba un poco de la pierna derecha. Lo que quedaba por hacer era un poco más fácil, tomaría más tiempo encontrar el lugar que preparar todo lo necesario para cazarla. Así que Devora salió de la casa, preparó el alijo de su motocicleta con todo lo debido para matar a la bruja y estuvo lista para partir. La anciana la siguió y la detuvo antes de irse, parecía tener algo muy importante que decir. La moto estaba encendida pero, justo antes de arrancar, Rafaela tomó su brazo. Devora ni siquiera notó que se había acercado tanto. En las mejillas de la mujer rodaban lágrimas y su voz se cortó cuando empezó a hablar.
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— Estamos a mano. Tú y mi familia. — Dijo Devora y se puso el casco.
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— Sé que ya no parece una persona y también sé que debes matarla, pero te pido que tengas humanidad cuando lo hagas. — Suplicó Rafaela, cubriendo su rostro con una sola mano. ¿Por qué le importaba tanto? pensó Devora.
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