En aquel hermoso paisaje, era notorio lo tranquilo que el mar se encontraba. Había una brisa fresca y tranquila en aquella tarde en la que un jovencito de cabellera castaña como la de un oso, y de grandes y brillantes ojos verdes, contemplaba el cielo en acompañamiento de una masa viscosa que permanecía a su lado desde hacia tiempo atrás, cuando tenía tan sólo tres años.
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El nombre de aquel ser de color verdoso era Gelatín, y a veces, bueno, casi todo el tiempo nadie lo entendía por su forma de moverse o comportarse. De vez en cuando permanecía estático hasta que alguien lo tocaba, o también hacía movimientos raros. No hablaba ni comía. Únicamente se movía dando pequeños saltos cuando perseguía al muchacho para después pegarse a su espalda o a su cabeza.
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A pesar de esa rareza interna del slime, el muchachito de nombre Ian le tenía mucho aprecio. Le gustaba mucho estar en compañía de aquella masa gelatinosa de origen desconocido. Y por alguna razón, el chico era la única persona a la que se acercaba. Mantenía un distanciamiento con los otros habitantes del pueblo al que Ian pertenecía. Tal vez por esta razón los chicos y chicas de la edad de este jovencito no lo veían con buenos ojos. Lo apartaban e insultaban, llegando también a rechazarlo en sus juegos o en sus confesiones amorosas. Aquello era algo doloroso para él, había aprendido a sentirse diferente a otros. Quería que dejara de doler, pero, era imposible. Aun así, tenía la compañía del único amigo que no lo rechazaba. Estaba muy agradecido con su viscoso compañero por permanecer a su lado.
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«Creo que mi destino es morir solo, y con Gelatín a mi lado, si es que los slimes viven demasiado», reflexionó. No era muy alentador el pensamiento, pero no sabía qué esperar.
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Aquellos seres como lo era Gelatín eran todo un misterio, especialmente este slime que destacaba por su diferencia a otros vistos por los ojos humanos. Entre esas diferencias destacables, Ian notaba con demasía, la forma redonda de su compinche de juegos. Los slimes salvajes destacaban porque parte de su cuerpo se adhería a la superficie, y solían arrastrarse.
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De pequeño, el muchacho llegó a pensar que su amigo provenía de alguna tierra muy lejana, una muy distinta a cualquier lugar de aterrador y del pequeño lugar que habitaba.
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—Parece que hoy será un buen día para las cosechas —expresó ese joven que llevaba un pequeño chaleco de color marrón oscuro sobre una remera verde, unos pantalones en un toque de marrón oscuro, y unos zapatos viejos y sucios que eran acompañados de algunos agujeros.
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Aquel chaval veía a Gelatín con cierta curiosidad y alegría. Le parecía que aquella cosa verdosa y viscosa podía guardar algún secreto en su interior. Y es a parte de la diferencia en la forma anteriormente mencionada, los slimes salvajes que eran principalmente escurridizos, o los más grandes eran hostiles con los humanos. Además, estos poseían ojos y algunos hasta bocas, algo de lo que su amigo carecía por completo.
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—¡Vale, ya entendí! Seguramente al norte hay algo te llama la atención —aseveró el chico, pues le daba la impresión de que su amigo siempre apuntaba en aquella dirección cuando ambos se alejaban un poco del pueblo para contemplar la belleza del océano.
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Y a pesar de la falta de ojos en el slime, Ian sentía con fervor que no se equivocaba respecto a lo que había asegurado tan sólo unos segundos atrás. En su corazón, sentía que su amigo estaba inquieto por alguna razón. Esto le hacía querer abandonar el nido y ver el mundo más allá de su Puerto Estrella y la hermosa playa de una cálida arena blanca y un mar bastante tranquilo. Le turbaba el pensar las cosas que se hallaban más allá de su hogar, y su curiosidad salía a la luz.
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Una gentil brisa fresca acompañó a este par por un leve momento, acariciando con suavidad el rostro de Ian, provocando que sus cabellos se movieran al compas del viento. En ese instante, volteó a ver una vez más a su verde amigo.
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«¿Habrá otros slimes similares a mi Gelatín?», meditó el chavalito. Un pensamiento muy común en su mente.
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El tiempo transcurrió de manera tranquila y dócil. Era el momento de volver a casa, así que el muchacho se levantó y le pidió a Gelatín que lo siguiera. Pero al mismo tiempo, quería que algo distinto ocurriera. Le aburría la monotonía de su vida y la exagerada tranquilidad de su pueblo. Quería vivir aventuras y pelear con monstruos.
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—No soy un héroe de esas historias que solía contarme mi papá antes de dormir —declaró para sus adentros—. Tampoco poseo la fuerza de las leyendas del auge de Terradamar.
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De camino a casa, Ian pudo ver el tranquilo océano reflejando los últimos rayos de sol que daban paso a la noche, así como su pequeño pueblo que prosperaba debido a sus dos fuentes principales de economía: la pesca y la agricultura.
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El primero daba muy buenos frutos debido a sus cercanías con las aguas de un vasto mar y también por su proximidad con un par de ríos de los que el pueblo se abastecía para dotar del líquido vital a sus habitantes y más alimento al tener algunos animales terrestres que se podían cazar por los alrededores. Además de que también les brindaba el agua suficiente para ducharse y mantenerse limpios.
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En cuanto a la agricultura, los pobladores de Puerto Estrella parecían tener la bendición de su protector. Los campos de cultivo que habían creado jamás eran azotados por tormentas o climas que hicieran perder sus cosechas, y parecían mantener mágicamente la temperatura incluso en los días más helados. Al ubicarse en Terradamar, el continente del elemento tierra, el pequeño pueblo podía prosperar sin muchas preocupaciones. Por ello habían construido estatuas en honor a su guardián, un enorme y bondadoso dragón que los mantenía a salvo.
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—Papá dice que el gran dragón de la tierra es lo que nos permite mantener todos estos cultivos a salvo, incluso de las peores tormentas —aseveró Ian a su peculiar acompañante—. ¡A mi me gustaría conocer a una bestia tan noble e increíble!
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»De verdad quisiera conocer al guardián de estas tierras. —Ian sonrió de oreja a oreja.
Los ojos del chamo se iluminaron como un par de estrellas, mientras su boca estaba abierta y todavía expresaba alegría con una nueva sonrisa. Y a pesar de que su ropa estaba algo gastada, sus dientes se hallaban tan blancos como la nieve.
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El par pasó por las casas de Puerto Estrella. Estos eran hogares muy humildes que estaban hechos principalmente de madera, ya que parecían estar igual de protegidas que los campos de cultivo. Por otro lado, al ubicarse cerca de una playa, el clima no era tan frío, incluso en invierno, aunque tenía días con excepciones, siendo especialmente en los días de lluvia.
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El chico y el slime llegaron a una casa de dos pisos en la que ambos vivían. El muchacho sonrió un poco, contento de volver con los suyos. Sin embargo...
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—De nuevo no ayudaste en las cosechas, jovencito —se escuchó decir a una voz masculina al momento de la entrada de Ian y Gelatín.
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Este era su padre, un hombre de cuerpo tonificado, de tez morena clara, cabello del mismo color que el del muchacho, y ojos en café oscuro que podían confundirse con un tono negro. Él portaba una camisa blanca que estaba acomodaba debajo de un pantalón negro sostenido por un cinturón. Llevaba puestos unos zapatos negros como el carbón. Su rostro tenía muchas similitudes con las del jovencito que recién había vuelto a casa, pero se dibujaba una expresión de molestia en ese instante.
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—Lo siento, pa' —respondió el muchacho—. Estoy tratando de encontrar mi propio destino.
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Aquello lo hizo acreedor a un coscorrón por parte de su viejo, quien iracundo, también usó su mano para dar un par de nalgadas a aquel pibe a modo de reprender su falta al trabajo.
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—¡Bastante curioso es que siempre te vas a buscar tu destino cuando son las cosechas! —manifestó el hombre con el rostro repleto de indignación.
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—¡Ay, cariño! ¡No peleen! —dijo una apenada mujer de tez clara, cabellera de color miel, ojos verdes idénticos a los de Ian, y que llevaba un delantal de cocina sobre un vestido con motivos florales—. Lo importante es que Ian está con nosotros.
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»Ya casi no tenemos tiempo para la familia desde que la producción en los campos aumentó a principios de año.
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—Eso es porque ustedes se la viven en el campo —refunfuñó Ian a sus padres,lo que le hizo merecedor de un tirón de orejas por parte de su progenitor.
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—Mañana tú y yo iremos al campo a «laburar» para que veas el esfuerzo que tenemos que hacer para alimentar esa boquita altanera —comentó el padre de Ian, cosa que al muchacho no le hizo mucha gracia.
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La familia comenzó a cenar. Había pescado y una fresca ensalada de verduras cosechadas durante el día para comer. Aunque Ian adoraba el sabor de dichos platillos, a veces tenía el deseo de saber si había algo diferente en el mundo. Comer lo mismo todos los días le era un poco cansado y monótono.
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Por su parte, Gelatín no se movía, mas parecía estar atento a lo que el muchacho y sus padres hacían. Al menos esa impresión tenía Ian, pero también llegaba a cuestionarse si su amigo se alimentaba de aire o de algo más y no quería ser visto cuando comía.
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Al anochecer, el chaval se fue a su habitación. Él observaba el océano nocturno siendo iluminado por el reflejo de una hermosa luna llena y por las estrellas.
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«¿Cómo era la vida fuera de Puerto Estrella?», llegó a pensar en aquel momento.
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El muchacho estaba por cambiarse su ropa para dormir, pero al ver al slime dentro de su recámara, sintió su privacidad invadida, así que lo tomó con sus manos y lo condujo afuera de su habitación. Se puso de cuclillas y sonrió nerviosamente.
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—Lo siento, pero... no me gusta que me vean casi desnudo —aseguró Ian, cerrando la puerta que daba acceso a su pieza.
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Gelatín esperó afuera sin moverse ni un sólo centímetro. El muchacho tardó poco en volver a abrir, y el slime dio saltos hasta llegar a un cojín redondo en el que se acomodó. Ian rió un poco ante la acción de su compañero. Luego, se fue a la cama, deseando una buena noche a su slime, cerrando ambos ojos, y cayendo en un sueño muy profundo al poco tiempo
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Durante esa noche, el oleaje cambiaba. Pronto iniciaría la temporada de tormentas. Lo haría mucho más temprano de habitual. Por ello también la población quería prepararse para las cosechas, ya que las lluvias los hacían quedarse en sus casas, dejando el fruto de su esfuerzo a la intemperie y a merced de pequeños animales que podrían sacar provecho a la ausencia de su presencia. Podría ser también un asunto benéfico para nuevos cultivos.
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Ian fue levantado al amanecer por su padre. Este tenía la intención de obligarlo a trabajar en el campo junto a él, pero entonces, un ruido proveniente del cielo se hizo presente desde ante los habitantes de Puerto Estrella. Algunos se mostraban completamente desconcertados ante aquel sonido metálico y extraño para sus oídos. Mientras que otros mantenían la calma. Ian y su progenitor se hallaban entre estos últimos.
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—¿Qué podrá haber en el cielo? —preguntó Ian, imaginándose a un dragón diminuto surcando el vasto y azul cielo despejado.
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Entonces, un chiquillo de unos ocho años con ropaje sucio que estaba ayudando a su familia con las cosechas apuntó hacia arriba con su dedo índice. Una máquina voladora y ruidosa se hizo presente ante la mirada atónita de quienes eran testigos de su aparición.
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El artefacto parecía dirigirse en dirección a los cultivos. Parecía estar fuera de control. Ian tomó del brazo a su padre, y ambos se alejaron antes de la brutal colisión, en la que una esfera de viento cubrió al objeto por unos instantes, aunque eso no evitó los daños a las cosechas.
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—Esto no le va a gustar nadita al todopoderoso dragón —expuso el padre del muchacho, jalando la oreja de este una vez más—. ¡Tú y yo tenemos que investigar esto de inmediato, Ian!
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Padre e hijo se aproximaron al lugar de los hechos en el que el extraño artefacto cayó desde el cielo.
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Los lugareños estaban perplejos, pero preparados para el ataque en caso de que fuera necesario proteger a su gente. Había un objeto metálico con alas que desprendía humo, además de que parecía estar en mal estado.
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Unos segundos más tarde, una puerta de metal de abrió en la parte frontal de ese artefacto de origen desconocido. Allí dentro se encontraba inconsciente una chica de cabello negro que portaba una especie de uniforme azul con hombreras metálicas, una suerte de casco que protegía la parte posterior de su cabeza, y un cristal que dejaba al descubierto su fino rostro.
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—¡Papá, mira! —acotó Ian, siendo el primero en percatarse de la presencia de la desconocida.
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La gente deliberó un poco, llegando a la conclusión de que como medida de precaución, llevarían a la extraña a la pequeña prisión del pueblo. Por supuesto que el muchacho no estuvo de acuerdo, ya que la chica no estaba consciente, y prácticamente se desconocía la situación por la que llegó al lugar.
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[…]
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Con los ánimos más relajados, el padre de Ian se mantuvo muy pensativo. El había sido parte importante en la fundación de Puerto Estrella, por lo que formaba parte del debate sobre el asunto de la mina que cayó en aquel raro artilugio de origen desconocido; empero, él ya había hecho sus propias conclusiones sobre el lugar del que ella provenía, ya que había notado algunas líneas que simulaban flechas en su ropaje de color celeste, al igual que en las hombreras de este.
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En ese momento, un grupo de seis hombres y unas dos mujeres, todos de diferentes edades, pero con la mayoría de edad, portando vestimentas humildes, hizo su aparición. Ellos eran los encargados de mantener el orden en lugar. El papá del chico del slime era el más joven aunque esto no le quitaba importancia a sus palabras.
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—¿Qué es lo que haremos con esa chica que nos cayó del cielo y arruinó las cosechas? —cuestionó la fémina con edad más avanzada.
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El rostro de la mujer presentaba ya arrugas las cuales le daban un porte serio. Su cabello era grisáceo. Portaba una suerte de túnica que cubría sus brazos más allá de las manos, y poseía unas líneas blancas y verdes a la altura de la cintura.
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—Es imprescindible saber si se trata de una amenaza para nosotros —manifestó un hombre de barba rojiza y piel bronceada, que era un par de años mayor al progenitor de Ian—. Los daños que provocó pueden enfurecer a nuestro guardián.
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—Nuestro guardián nos abandonó desde lo ocurrido a la caída capital —interrumpió la más joven de las mujeres que estaba en aquella habitación—. No se ha dejado ver desde entonces.
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—¡¿Cómo osas decir semejante barbaridad?! —interrogó el más anciano del grupo, cuya edad se encontraba cerca de los ochenta años—. El gran dragón está en nuestro pueblo.
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—Sólo un viejo estúpido cree en esa tontería —respondió la mujer.
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El resto de los que no había mencionado ni una sola palabra comenzó a hablar entre ellos, fue entonces que el padre de Ian interrumpió.
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—La chica porta un uniforme que tiene unos detalles que aluden al estandarte de Áeronima, una de nuestras tierras vecinas que se encuentra cruzando el mar del norte. Lo noté en sus hombreras y en el cinturón que porta.
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—¿Dices que la mocosa viene de nuestra tierra aliada? —demandó la mujer mayor.
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—Es posible —respondió el hombre con una expresión de total seriedad—. De ser así, ellos no cayeron en desgracia como lo hizo nuestra ciudad más importante.
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»Lo interesante, si me permiten expresarlo, fue que ella vino desde el cielo. Esto me hace sospechar que Océanova está en el mismo bando que Volcabrama. De lo contrario, habría navegado con toda tranquilidad hasta estas tierras.
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»Además, nuestro pueblo fue fundado con la intención de facilitar el posible escape de los nuestros a terrenos en los que el gran dragón brinda su protección ante una posible invasión desde el continente del fuego, aunque da un acceso más libre si se viaja desde Áeronima u Océanova.
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Los presentes estaban sorprendidos ante tal aseveración. Aunque también vino a su mente que el continente del viento podría ser un enemigo también. El progenitor de Ian no negaba esa posibilidad, pero le era curioso que una chica estuviera completamente sola. Además, llevaba un dije de oro muy al estilo de la realeza de esa otra tierra.
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—Es posible que ella sea la hija del rey —aseguró con total confianza en sus palabras—. Llevaba puesto un pequeño objeto que sólo he visto a la realeza o a gente de alta alcurnia en ese continente.
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—¿Y qué será lo que ella viene a buscar? —inquirió el anciano.
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Una sonrisa se dibujó en el rostro del padre de Ian. Creí que estaba en todo lo correcto, pues conocía una gran verdad.
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—Ella vino a buscar a Ian
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—¿Y por qué a ese «escuincle» maleducado? —exigió la otra mujer, provocando una molestia en el hombre.
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—Ajax, no quiero ser grosero, pero tu hijo es sólo un chico flojo y rebelde —aseveró el hombre de barba rojiza.
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—Pueden creerlo o no. El asunto es que Ian no es mi verdadero hijo.
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Aquello sorprendió a casi todos, menos al más viejo de ellos. Él conocía la verdad. Su rostro se llenó de preocupación, pues no sabía si los demás aceptarían al chico si llegaban a enterarse de su verdadero origen, ya que temían a su padre verdadero.
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—El nombre real de Ian es…
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En ese momento, un joven entró a toda prisa, anunciando que la muchacha había despertado de su letargo. El consejo decidió dar por terminada aquella charla para conversar con la chica.
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[…]
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Ian tuvo que volver a casa junto a su madre y Gelatín, pues solo los hombres y mujeres más reconocidos y fuertes serían participes en la charla sobre lo que ocurrió en la mañana. Esto no tenía contento al chico, pues su padre le había comentado varias veces en su vida que él algún día lo acompañaría a tomar decisiones.
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—Menudo lío hacen por todo esto —expresó Ian con descontento, mientras era testigo de él no actuar ni moverse propio de su slime—. Gelatín, ¿tú crees que esa chica venga de un lugar lejano.
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Hubo un silencio total por parte del amigo del muchacho.
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Sin embargo, justo en el momento de recordar a la chica, algo se hizo presente en su mente. En la hombrera derecha pudo observar una especie de símbolo extraño en forma de rayas y puntos que parecían no tener sentido alguno, pero que al jovencito le eran extrañamente familiares.
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«¿En dónde habré visto eso antes?», meditó por unos segundos. Fue así que decidió buscar en los libros de su padre, pero parecía que algunos faltaban.
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—Falta el de los grandes reinos, y mi favorito sobre el hombre que doblegó a la oscuridad.
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El resto del día pasó, y cuando el sol comenzaba a ocultarse, el padre de Ian volvió a casa. Se le veía algo exhausto. Su hijo quería saber lo ocurrido en el interrogatorio a la muchacha, pero se le dijo que eso sería un asunto para después de la cena. Aquella respuesta no fue de agrado para el chavalito.
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Y tras casi media hora después, la mesa estaba servida con platillos a base de mariscos y una ensalada de frutos del bosque.
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Con la comida terminada, y los estómagos de la familia saciados, fue que el padre del jovencito comentó que la muchacha decía provenir de una tierra muy distante llamada Áeronima, y cuya capital era una gran ciudad protegida por el gran ave del viento.
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—¿Significa que el dragón de la tierra tiene un hermano perdido? —cuestionó Ian, lleno de curiosidad por esa historia, pero su papá le dio un jalón de orejas por interrumpir.
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La joven comentó que había escapado de su hogar debido a que fueron invadidos por la gente de Volcabrama, y su guardián, el perro del infierno.
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—A mí me parecen cuentos desquiciados —comentó la cabeza de la familia—. Mas no voy a negar que esa tecnología es bastante peculiar. Algo nunca antes visto en Terradamar.
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—¿Y si existen más cosas allá afuera? —preguntó Ian, muy interesado en el tema—. Papá, no todo es Puerto Estrella o los sitios que desconocemos del continente de Terradamar.
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»¡Debe de haber algo nuevo!
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—Entiendo tu descontento, hijo —respondió el hombre—. Pero la razón por la que no salimos del pueblo, es por ser uno de los más prósperos para vivir.
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»Sabes bien que la capital de este continente fue destruida en una fatal guerra, y desde entonces, los demás pueblos y ciudades han quedado desconectados entre ellos.
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—Ya lo sé —contestó el muchacho con indignación, mientras su slime no hacía ni ruido.
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—Tal vez la chica pueda venir de uno de esos lugares con los que ya no hay conexión —dijo la madre del muchacho, mostrando al mismo tiempo un rostro lleno de preocupación.
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Y mientras aquello sucedía, en el interior de una celda con muros de piedra y barrotes de acero, la jovencita tomaba un dije con su mano derecha. Este tenía el mismo símbolo que Ian le vio en el uniforme.66Please respect copyright.PENANATZUw1AqMIk
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Ella cerró sus ojos, escuchando los gritos de dolor y desesperación de su gente. Tenía que hacer algo para salir de la situación en la que se encontraba, pero también para salvar a su pueblo. Ella era la princesa de Áeronima, cuya capital se llamaba Alas Libres. Aunque removió también su hombrera. Dentro de esta había una piedra ovalada. Está comenzó a brillar con una luz verde.66Please respect copyright.PENANAv2LUFFPvVF
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—Princesa, parece que no dimos una buena impresión —se escuchó decir a una voz proveniente de la piedra.
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—Da igual. Parece que ellos la pasaron peor que nosotros.
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Puerto Estrella tenía algo en qué pensar. Una princesa estaba cautiva. Y pronto, vendrían más problemas. El implacable gobernante de Volcabrama había enviado un escuadrón de búsqueda para dar con Ivonne, la joven princesa que escapó con un preciado tesoro.
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Y mientras el joven Ian dormía plácidamente, su slime temblaba de inquietud. Parecía tener el presentimiento de que algo malo estaba por ocurrir.