Otro día más del montón. Ian había sido llevado al campo para ayudar con las cosechas que se habían salvado del impacto de aquella máquina voladora. Gelatín parecía observarle detalladamente, aunque era algo difícil de comprobar dada su falta de ojos, pero al mismo tiempo, parecía inquieto por alguna razón. Su cuerpo temblaba como una gelatina siendo sacudida violentamente.
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El chico trabajaba y trabajaba. Estaba enojado y acalorado tras varias horas bajo la exposición al sol, pues pudo sentir que su padre no le dijo todo lo que logró averiguar sobre la chica que decía provenir de otra tierra. Tampoco podía sacar de su mente ese símbolo extraño en el atuendo de la joven. Aunque tampoco a ella en todo su esplendor. Su hermoso y sedoso cabello lo había dejado cautivado. Verla frágil e inconsciente le hizo sentirse preocupado.
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Ian sacudió la cabeza. ¿Por qué de pronto la extraña se cruzó en sus pensamientos? No la conocía ni un poco, así que no era posible que le gustara, ¿o sí?
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Ciertamente, lo estaba. Se veía realmente hermosa, por ahora, sólo quería saber si se encontraba bien, pero, su suerte con las muchachas era pésima. De hecho, con casi todo Puerto Estrella. Únicamente su familia y Gelatín lo trataban bien. Los adultos eran distantes, como si lo ignoraran por el hecho de sentir que quería hacer algo diferente a lo habitual. Los chicos de su edad, por otro lado, lo trataban peor que un perro. Y entonces, volvió a pensar en aquella muchachita.
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En ese mismo instante, se dio cuenta que su corazón palpitaba con gran velocidad, y podía sentir un poco de calor en sus mejillas. Gruñó con desesperación. No quería admitir que fue un momento inesperado sentirse atraído por ella, así que trabajó sin cansancio por un par de horas más.
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—¿Qué estarán escondiendo? —preguntó el chico al aire, ya que nadie lo estaba escuchando. Se sentía frustrado al pensar en que algo no encajaba con lo sucedido. Demasiado secretismo lo hacía pensar que su viejo no quería decirle todo.
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Por su parte, el anciano que estuvo en la conversación con el padre del chamo llegó a la pequeña prisión del pueblo, abriendo la celda de la mina.
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—Es libre de irse, señorita. —El viejo tenía un aspecto cansado. En todos sus años de vida, siempre buscaba abogar por aquellas personas que sentía que no eran indefensas.
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La noche anterior, el progenitor de Ian le recordó un acuerdo que hubo con la tierra vecina de Áeronima. El trato involucraba a la chica, y también al joven castaño que era seguido por un slime en todo momento. Tal vez aquella jovencita encontraría respuestas en la casa de la familia del consejero más joven de Puerto Estrella.
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—Le pido como favor que no vuelva a causar más alborotos —advirtió el hombre—. Me fue muy difícil convencer al resto de su liberación, por lo que no sería bueno para usted meterse en más problemas.
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—Lo entiendo —contestó la piba con un acento parecido al chileno, mientras se recogía un poco el cabello—. También lamento mucho lo de sus cosechas. Veré cómo puedo reponerlo.
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—Por ahora, creo que lo mejor es que busque a la familia de Ajax —comentó el viejo—. Creo que puede encontrar algo interesante con ellos.
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»Debo advertirle también de cierto jovencito, señorita —repuso el hombre, manteniendo los ojos en la muchacha. Su rostro se relajó un poco, aunque estaba serio.
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—¿Y quién ese ese chico del que habla? —inquirió la morra.
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En los campos de cosecha, Ian estaba empapado de sudor. Su padre lo acompañaba de cerca, ya que lo había pillado intentando escapar del horario laboral. Así que vigilarlo era un boleto seguro a negar la oportunidad a su hijo de seguir siendo un vago total. Ian estaba molesto. Arrugó el rostro y apretaba los labios constantemente en señal de desagrado. Quería descansar un poco. Estaba sediento y empapado un sudor. Se olisqueó un poco, y tenía ganas de tomar una ducha.
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«¿Hasta a qué hora va durar la explotación laboral del día?», pensó con desgana.
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Ella comenzó a caminar en dirección al lugar en el que se estrelló ese artefacto suyo, cuando de pronto, se topó con un chico sudoroso y lleno de tierra, además de un slime que estaba posado sobre la cabeza del joven lleno de sudor por todo el cuerpo.
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—Eres la rarita que viene de otro lugar, ¿no? —demandó Ian sin tacto alguno. Tampoco es que sus experiencias pasadas al tratar de acercarse a alguna chica ayudaran a mejorar su comportamiento.
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—Disculpa. Tú debes ser ese chico llamado Ian —respondió la joven, arqueando la ceja y fulminando con la mirada al chaval—. Me han dicho que eres ruidoso, molesto, flojo y maleducado.
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»Me advirtieron que eres demasiado molesto cuando te lo propones.
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Ivonne, al estar rodeada de seis hermanos mayores, todos ellos varones, no se comportaba con mucha delicadeza. Había tomado algunos de los modos de sus tatos. Así que Ian ahora tenía enfrente suyo a una digna oponente en cuando a «no delicadeza» se trataba.
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—¡¿A quién le dices ruidoso, rarita?! —reclamó Ian. Su rostro estaba rojo por el enojo.
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En ese instante, ella se fijó en los ojos verdes y cristalinos del joven que tenía enfrente. Le fascinó el color de estos, pero más lo divertido que era ver molesto a Ian. Meterse con él era sumamente fácil. Además, le gustaba su voz al escucharlo gritar. Ian tenía una voz que desplegaba cierta masculinidad, pero también con cierto toque a la de un crío. Tenía quince, casi dieciséis años, y era delgado, estatura promedio, y parecía que su juventud le sentaba bien. Para Ivonne, era un chico que podría considerarse atractivo.
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«Pero no vengo a buscar novio cuando mi gente debe ser mi prioridad», reflexionó, mordiendo su labio inferior.
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—Tus gritos solo confirman lo que eres —dijo a modo de respuesta, e Ian apretó el rostro en señal de coraje y frustración, un gesto que se le hizo gracioso a la chica—. Lo siento, pero debo de irme. También me disculpo por afectar los cultivos.
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La muchacha se fue alejando poco a poco, buscando al padre de aquel joven con un slime de sombrero, mientras dejaba a un colérico Ian hablando solo; sin embargo, algunos estruendos se hicieron escuchar muy cerca de la ubicación de ellos dos. El pibe miró al cielo, llegando a percatarse de que había hombres y mujeres con cosas extrañas en sus espaldas con las que parecían flotar en el aire. La muchacha respondió que eran jetpacks que se nutrían de energía que les era proporcionada por el perro del infierno que protegía las tierras de Volcabrama.
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Múltiples explosiones tuvieron lugar, mientras los habitantes de Puerto Estrella salieron a defender sus hogares con arcos, flechas, lanzas, y todo aquello a su disposición. Aunque había también gente muy asustada por el evento que tenían ante sus ojos.
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—Vienen por mí y por lo que tengo conmigo —comentó la chica, apretando un poco la hombrera derecha que Ian observó la primera vez que la vio—. No puedo dejar que lo tengan, o el mundo estará en grave peligro si se hacen con este objeto tan preciado para mi gente.
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—¿Y eso cómo para qué o qué? —cuestionó el pibe, tomando en brazos a su gelatinoso amigo.
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—Es mejor que corras con los tuyos —aseveró Ivonne—. Estas personas no vienen con buenas intenciones.
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El muchacho decidió buscar a su familia. Sacó una daga que le fue regalada por su padre. Ivonne decidió ir con él con la esperanza de averiguar un poco más sobre la razón por la que se le recomendó ir a buscar a aquella familia antes irse del lugar. Incluso Gelatín fue tras ese par al ir pegado a la espalda del vato. Los pobladores de Puerto Estrella también se defendían con escudos, aunque a veces les era difícil mantenerse en control cuando les lanzaban pequeñas bombas o bolas de fuego.
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Dos soldados enemigos se interpusieron entre Ian y el pueblo, y aunque él estaba preparado para el ataque, fue la chica quien cortó las gargantas de esos dos.
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—¿Pero qué? —preguntó el chaval, mirando con incredulidad, y con el rostro pálido por pánico ante lo que acababan de presenciar sus ojos.
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—Entiendo que es desagradable y no me voy a justificar. Es sólo la manera en la que mi gente y yo nos hemos tenido que defender de estos sujetos.
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»Son las cosas desagradables que la guerra trae consigo. Nunca es , y siempre se sentirá como la primera vez que acabas con una vida. Es deplorable. No creo que estés listo para experimentar sus horrores, niño.
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»¿Y cuál es el plan ahora?
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Algunas casas ardían, y el jovencito no sabía qué hacer. Estaba muy preocupado. Quería buscar a sus padres. Quería... Tan sólo quería demostrar algo de valía, aunque no había nada que lo hiciera especial. Su cuerpo comenzó a temblar ante el miedo y la sensación de debilidad inminentes que parecían doblegarlo. Con su mano derecha, apretó su pierna con una terrible frustración de querer hacer algo más por el lugar que lo vio crecer.
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Justo en ese momento, los dos humanos y el slime se vieron rodeados por varios soldados de aquel continente enemigo, mismos que portaban un uniforme rojizo. La muchacha se adelantó para hacerles frente, mas el joven, observando sus temblorosas manos, se dio cuenta de su inutilidad. Cedió a ella, y retrocedió un poco.
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A su derecha pudo ver a chicos de su edad, y algunos más jóvenes tratando de ayudar a los suyos. Fue testigo de las hazañas de gente mayor que él haciendo su esfuerzo. Pero él no sabía usar una simple arma. Viendo caer a algunos de los habitantes de su pueblo, o incluso de los enemigos, se daba cuenta de que eso no era lo que él quería. Tenía miedo, bastante miedo. Todo su cuerpo comenzaba a temblar ante el terror e incertidumbre. Casi llegó a su punto de quiebre por no poder hacer nada. Entonces, sintió un aroma a rosas, mismo que era tan fuerte que le provocó náuseas.
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Segundos más tarde, un sujeto rubio y bien vestido, apareció cerca de ellos. Su mirada era algo seductora, aunque maligna. Toda su ropa era de un color rojo como el vino, o tal vez como la sangre. Él era quien desprendía el olor a aquellas flores antes mencionadas. Ian cubrió un poco su nariz. No lograba acostumbrarse al penetrante olor.
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—Así que la princesita de Áeronima se consiguió un apuesto novio —dijo el hombre con sarcasmo y también con una sonrisa engreída.
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—¡Este estúpido no es mi novio! —respondió la chica, fulminando al chico del slime con la mirada. Él devolvió aquel gesto—. ¡Oye tú! ¡Vete de aquí! ¡Sólo serás un estorbo!
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Las palabras de la princesa perforaron el corazón de Ian. Quería hacer algo, pero no podía. Su cuerpo no le respondía por el miedo que sentía. Dos bolas de fuego se aproximaban a él desde su lado izquierdo; empero, Gelatín saltó y las absorbió sin ningún problema. Tampoco tenía alguna quemadura a la vista.
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—¿Cómo? ¿Gelatín me protegió? —cuestionó el vato, y en ese mismo instante, un grito fue audible para sus oídos.
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Aquel extraño tomó a la chica del cuello. Ella trataba de zafarse de la situación en la que se encontraba, pero no lo conseguía. Con sus manos arañó los brazos del enemigo. Forcejeaba con su captor, mientras Ian observaba con terror, al mismo tiempo que todo su cuerpo volvía a temblar al compas de una sensación de impotencia. Se echó de rodillas y golpeó el suelo, maldiciendo el no hacer nada. Estaba cansado de ser un inútil.
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El muchacho no podía permitir que le hicieran daño. A pesar de que no la conocía, confiaba en que debía ayudarla. Su corazón le decía que era lo correcto. Una voz interna parecía llamarlo a la acción. Era su momento.
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Y entonces, volvió a él aquel incómodo sentimiento de querer estar con la chica. Había algo en su mirada que le cautivó, pero era una tontería total. Tampoco era el momento de pensar estupideces. Sólo debía protegerla y el asunto estaba resuelto. De todas maneras, era probable que no la volviera a ver jamás en la vida cuando ella dejara Puerto Estrella, sin importar que realmente ella le gustara.
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En ese mismo instante, el chaval escuchó una voz en su interior. Esta lo invitaba a perder el miedo y luchar con todas sus fuerzas y ser fuerte para pelear con todo su poder interior. La dicción le parecía tan cálida y fraternal, que parecía haber tenido un efecto el Ian. Respiró profundo, logrando calmarse. Encontró un nuevo coraje y valentía que no creyó posible encontrar tan sólo unos segundos atrás.
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—¡Ya basta! —bramó el jovencito con todas sus fuerzas, mientras su cuerpo parecía dejar de moverse por el miedo.
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Sus ojos habían cambiado de color. Se habían vuelto anaranjados y sus pupilas eran alargadas en un estilo reptiliano. Su mirada mostraba una ferocidad casi animal, llegando a embestir con todas sus fuerzas a aquel sujeto y la chica que por fin consiguió su libertad. Ella estaba asombrada por la fuerza de Ian, pero también por cierta aura de un tono bronceado que lo cubría y que sólo ella y Yaco podían ver. Verlo de esa forma la dejó sin habla.
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La hombrera de la armadura de la joven se desprendió por el impacto, dejando al descubierto un objeto extraño y misterioso que parecía una roca ovalada con unas líneas y puntos tallados en su superficie.
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El hombre se aproximó a tal objeto rocoso. Una sonrisa llena de maldad y satisfacción se posó sobre su rostro. Sus ojos brillaban de malicia, pues había logrado hacerse con algo de gran valor. Todo indicaba que la chica estuvo en lo cierto después de todo.
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—¡El orbe de la mítica ave! —expresó el enemigo, observando con mucho detalle el artefacto que se le había caído a la princesa de Áeronima—. No estaba en mis planes encontrarlo aquí, pero esto vale más que el oro.
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»Con su poder, podré desafiar al gobierno de Volcabrama y rehacer el continente a mi gusto. ¡Esto será mío!
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Aquel sujeto comenzó a reír de manera frenética, mientras el resto de los hombres de Volcabrama seguían atacando. Las estatuas del gran dragón de la tierra estaban siendo dañadas. El padre de Ian vio como uno de esos tipejos se acercaba a la estatua más grande que representaba al guardián de las tierras que estaban siendo invadidas. Esta se hallaba labrada sobre unas rocas. Poseía un brillo tan único que parecía estar hecha de oro, pero había sido por un gran trabajo de pintura elaborado por la madre de nuestro héroe
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—¡Oh no! —expresó con angustia el progenitor de Ian. Sabía que eso era una mala señal—. ¡Por favor, no dañen la estatua!
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»¡No queremos provocar la furia de nuestro guardián!
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De vuelta con Ian, él veía como aquel extraño enemigo seguía teniendo en sus manos el objeto que tomó cuando este se le cayó a Ivonne. Ella trataba de atacarlo para recuperar aquello que debía permanecer bajo su resguardo, así que el muchacho se unió a ella en su lucha contra el comandante del continente del fuego. El pibe tomó su daga, dirigiéndose a gran velocidad al invasor. Ella tomó a la princesa por el cabello, amenazando con cortarle el cuello con el arma de esta. El morro no tuvo más opción que detenerse.
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El desconocido sintió mucho dolor en el brazo derecho cuando fue cortado por una lanza arrojada por uno de los pobladores de Puerto Estrella. Furioso, estaba por atacar de vuelta a ese pobre desdichado, pero arrojó una bola de fuego en dirección a Ian, aunque fue salvado por su slime cuando este saltó y absorbió el impacto sin recibir daño alguno. Aquella masa verde era demasiado molesta. Gimió de enojo. Debía destruir a aquella porquería que se interponía en su victoria.
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Más tropas del lado contrario llegaban. El padre del chico fue testigo del desastre de cuando ese otro soldado de la oposición destruyó la estatua de la que fue advertido de no dañar. Con desasosiego, el hombre que formaba parte del consejo de Puerto Estrella, sabía que podía ser el final de todo.
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Un objeto rocoso en forma de un cubo se hizo presente, y flotando, se dirigía al lugar en el que se hallaban Ian e Ivonne en su lucha contra el comandante de las fuerzas de Volcabrama para intentar recuperar lo que estaba robando a la princesa. Otros veían con asombro el hecho. Todos sabían lo que dicho artefacto contenía en su interior. Si llegaba a caer en las manos enemigas, sería realmente terrible. Algo peor a la caída de la capital de Terradamar.
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Entonces, los dos unieron sus fuerzas, embistiendo con todo lo que tenían a Yaco. Fue de esta forma que lograron hacerlo perder el equilibrio, cayendo al suelo con él. Esto provocó que el hombre se viera forzado a soltar el orbe que contenía al ave de Áeronima.
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La princesa retomó aquel objeto que le pertenecía, aunque Yaco no se dejaría ganar.
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—Entregue el orbe que contiene al guardián de sus tierras y nadie más saldrá herido, princesa Ivonne —amenazó el hombre a mina, volviendo a mostrar una sonrisa llena de pura maldad con la que pretendía doblegarla.
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—¡Nunca! —respondió ella con una mirada desafiante.
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El sujeto disparó contra la muchacha, pero fue salvada por Ian, recibiendo el impacto de una bola de fuego en su espalda. El dolor era inmenso, aunque él no daba señales de agotamiento. De hecho, dirigió su feroz y retadora mirada en dirección al masculino enemigo.
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Otros soldados del bando contrario estaban preparados para atacar. Uno de ellos lanzó una gran bola de fuego en dirección a la princesa que fue advertida por el joven Ian. Gelatín estaba temblando. No parecía que fuera por miedo. Algo lo tenía inquieto. Brilló un poco, sin ser percibido por el ojo humano.
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Parecía que el tiempo avanzaba lentamente. Cuando de pronto, aquel objeto que salió de la estatura se hizo presente ante los ojos expectantes de aquellos que lo veían flotar en el aire.
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Ivonne estaba boquiabierta. Ella sabía que aquel cubo rocoso debía ser el guardián de Terradamar. Así que se dispuso a luchar para protegerlo. Así que se dispuso a luchar para protegerlo al igual que Ian. Ambos intercambiaron miradas de complicidad, mientras Yaco se reía de ellos.
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«No permitas que el enemigo se haga con esto, Ian», advirtió una voz en la mente del muchacho. Una que solamente él pudo escuchar.
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—Ese deber ser el otro objetivo que tengo que llevar a casa —expresó el hombre con una mirada asesina que lanzó a los adolescentes.
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Ian, Ivonne y el propio Yaco estaban avanzando a toda marcha, cuando de pronto, ocurrió algo completamente inesperado. Gelatín dio un enorme salto y se tragó aquel objeto que parecía haber sido asimilado por él con una increíble velocidad, dejando atónitos a la princesa y al extraño. Ian no supo qué pensar, pues desconocía la verdadera importancia de aquello que su slime se había comido segundos atrás.
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—¡Esa porquería se comió al gran dragón! —gritó el enemigo, dejando confundido al chico—. ¡Debe de haber una buena explicación!
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»Parece que tendré que llevar conmigo a esa extraña criatura. Ni siquiera parece un slime común y corriente —continuó—. ¿Estará relacionado con el guardián de estas tierras?
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»Es posible que en realidad sea un sirviente que lo protege, y no lo soltará hasta que lo vea necesario.
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Aquel desconocido golpeó a la princesa para tratar de robarle el orbe, pero no hizo más que provocar una furia interior en Ian. Sus ojos habían vuelto a cambiar de color. Ahora eran entre un ardiente marrón y un rojo sanguíneo. Su mirada era todavía más feroz. Había algo oscuro en aquel manto de energía a su alrededor.
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Él se abalanzó contra el peligroso oponente, pero se había vuelto más rápido, más fuerte, y más decidido. El problema era que no parecía ser él. Sólo quería destruir a su contrincante.
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Gelatín también cambió de color, y con un brillo anaranjado, se preparó para defender a chico y a su hogar. Ivonne les veía a esos dos. Estaba asombrada por el evento del que eran testigos sus ojos. Con incredulidad, vio moverse a una velocidad inhumana a aquel joven de cabello castaño.
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Ian asestaba golpe tras golpe contra él otro, además de que parecía predecir los movimientos de su oponente.
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—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ivonne con zozobra.
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Gelatín comenzó a crear rocas que lanzaba contra los enemigos, además de que hacía emerger pilares rocosos contra los demás invasores.
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El poder del slime era impresionante, lo mismo sucedía con Ian. Minutos más tarde, las tropas enemigas iniciaron la retirada. Mientras el muchacho jadeaba por el cansancio de aquella batalla contra las personas que causaron destrozos en su bello y pacífico Puerto Estrella. La tranquilidad se había perdido.
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Ian se veía realmente exhausto, e Ivonne le vio un poco aterrada, mas el chico perdió la consciencia. Su compañero Gelatín también cayó, totalmente preso del agotamiento en el combate.
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Ajax y su esposa llegaron al lugar para atender a su hijo.
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—¡Ian! —clamó su progenitor—. ¡Hijo, necesito saber que te encuentras bien!
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El hombre estaba preocupado por su retoño. Lo había visto luchar contra Yaco. Sólo necesitaba asegurarse de que se iba a recuperar.
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Su madre se acercó a él. Le tomó el pulso, y sonrió. También estaba ansiosa, pero todo indicaba que el chico estaría a salvo. Un descanso lo arreglaría todo.
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—¿Él se va a recuperar? —cuestionó Ivonne con pesadumbre. El vato dio todo en batalla, por lo que era justo que estuviera a salvo.
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—Lo estará —aseguró la progenitora del chico, sonriendo para la princesa—. Ian es en verdad un muchacho muy fuerte. Esto fue algo nuevo para él.
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—Hay que llevarlo a casa —enunció su padre, cargando, casi como si fuera todavía un bebé—. Lo más importante es que está a salvo.
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»Disculpe, señorita. Si no es mucho pedir, ¿puede llevar a mi casa al slime?
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Ivonne llevó su vista a la ubicación de Gelatín. Asintió en señal de respuesta y se apresuró para recogerlo del suelo.
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—Es usted una joven muy amable. Queremos invitarla a nuestra morada para que descanse un poco.
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—También hay asuntos que queremos hablar con usted —profirió el hombre—. Me temo que tendrá que esperar a que mi hijo despierte. Será una plática que también lo involucra a él.
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—Puedo esperar —declaró Ivonne—. No se preocupe. Estoy agradecida con ustedes.
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La paz que se perdió se recuperaría pronto. Había que dar digna sepultura a los caídos, y honrar sus memorias. Estarían en una conexión con la tierra y el gran dragón. Sus cuerpos se fusionarían con este elemento y formarían parte de la naturaleza. Árboles serían plantados sobre sus restos, dando a estos parte de los nutrientes que necesitaban para su crecimiento. Así sería la ceremonia para despedirlos.
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Pero también había una interrogante: Ian y Gelatín lograron triunfar con un poder nunca antes visto en ellos. ¿Qué misterios envolvían a este par?