Ella era lo más bello que el mundo pudo haber visto. Era la esperanza en carne y hueso. Muchos la llamaron la luz del final del túnel.
Amil, nombrada así por su progenitores, era la más pura de todos los seres de este mundo. Ella dio su vida a los demás ayudando a quien lo necesitara, sin importar su procedencia.
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Él era la reencarnación de la envidia, la rabia y la desesperación. Capaz de hundir a cualquiera por lograr sus objetivos. Odiado por muchos y amado por muy pocos. Adriel era su nombre.
Abandonado en su adolescencia tuvo que buscar una manera de sobrevivir. Empezó robando para acabar en peleas.
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Hasta que un día aquellos polos opuestos se atrajeron.
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Amil se dirigió hacia el hospital de su pueblo, donde pasaba la mayoría de las tardes con los niños hospitalizados siempre consiguiendo sacarles una sonrisa.
Ese día fue distinto. Al llegar al hospital y subir a la zona infantil, se percató de que los niños disfrutaban viendo una película animada.
Al ver tan conmovedora imagen ella sonrió. Decidió no molestarlos y aprovechar para dar una vuelta por el hospital.
Pasó por un largo pasillo con dibujos en las paredes, de fondo se podía escuchar los llantos de los recién nacidos.
Amil caminó sin rumbo fijo hasta llegar al final del pasillo, donde se situaba la última habitación de aquella planta. Guió su mirada a través de la ventana que se encontraba allí, proporcionaba bastante luz y unas vistas hermosas del pueblo. Pasó un rato observando tan lindo paisaje. Sorprendida por el silencio que inundaba la habitación que tenía al lado, un impulso de curiosidad la empujó dentro de ella.
En la cama reposaba una mujer de aproximadamente cincuenta años, tenía un semblante triste, como si hubiera pasado toda su vida luchando contra algo.
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- Disculpa, no era mi intención molestar.- Dijo Amil con un tono de vergüenza.
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- Tranquila cariño, no te preocupes.- Dijo la mujer gracias a un suspiro que salió de su boca.
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- Bueno si no es molestia, yo ya me voy.- Amil se preparó para girarse e irse cuando escuchó a la señora rogando que se quedara.
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- Déjame contarte una cosa. Me queda poco tiempo de vida y necesito tu ayuda. Yo he hecho cosas muy malas, cosas que no pueden ser perdonadas ni por Dios.- La mujer necesito parar y respirar para continuar hablando.- Conocí a Marcos, quien fue mi marido, a una edad muy temprana y no tarde en casarme, recién cumplidos los dieciocho más o menos. Tampoco espere mucho para tener un hijo. Mi vida era maravillosa.- Dicho eso la mujer comenzó a dejar caer pequeñas lágrimas por su cara.- Cuando mi hijo cumplió sus diez años mi marido nos abandonó, me dijo que se negaba a tener un demonio por hijo, y no lo culpo. Mi pequeño siempre ha sido muy revoltoso, yo pensé que solamente era un poco bruto jugando y no había mayor problema. Todo empeoró cuando él cumplió los quince. Se volvió extremadamente agresivo y un mentiroso compulsivo. Me costó mucho, pero decidí echarlo de casa.
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- Vaya lo siento mucho.- Dijo Amil apenada.
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- No lo sientas, no fue tu culpa.- La mujer se quedó pensativa mirando al techo. Después de un rato decidió continuar.- Un año después de abandonarlo, me diagnosticaron un cáncer severo. Llevo cinco años ingresada aquí desde mi diagnóstico. Esta última semana he empeorado mucho y me gustaría poder ver a mi hijo por última vez. Llame a la policía y me entregaron la dirección de su hogar.- La mujer extendió su mano y le dio a la joven chica un papel que contenía la dirección del hijo de la mujer.- Yo no puedo salir de aquí, pero espero que tú puedas ir a verle y convencerlo de venir a hablar, quiero arreglar los errores que cometí en el pasado.
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Amil se guardó el papelito en el bolsillo y con una mirada agradable se despidió de la mujer.
Al salir del hospital se percató del mal tiempo que hacía, había muchas nubes y no tardaría en llover.
Puso la dirección que le había dado la señora en google maps y la esta la envió a una casa a las afueras, si caminaba rápido no tardaría más de una hora en llegar.
El camino fue tranquilo. Amil observaba todo a su alrededor, los pájaros que volaban buscando refugio para la posible lluvia, las madres peleando con sus hijos para volver a casa del parque y las hojas marrones que caían lentamente de los árboles. Cuando se dio cuenta ya había llegado a la casa.
Desde fuera se veía una casa tranquila, bastante nueva. Tenía un jardín delantero y posiblemente otro trasero.
No sabía exactamente qué palabras iba a usar para explicarle la situación de su madre. Amil pico a la puerta con la esperanza de que él la abriera, y así fue.
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- Hola buenos días.- Dijo un chico joven.
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- Hola no quisiera molestar...
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- Lo siento no estoy interesado en galletas, la palabra de Dios o cualquier cosa que me quieras vender o ofrecer.- Cortó el chico en un tono frío y con un toque de fastidio.
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- Su madre me ha pedido que hable con usted.
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- Aaa, así que eres de asuntos sociales. Señorita no se si se ha dado cuenta pero ya soy mayor de edad y no tengo obligación de estar bajo su techo.
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- Nada que ver. Soy voluntaria del hospital.- Amil al ver que el joven no respondía pensó que tenía que continuar. - Su madre tiene cáncer.
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- Un momento señorita, ¿le importaría hablarlo dentro de mi casa? Me sentiría más cómodo hablando dentro de temas tan delicados como en este caso.
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- O claro, disculpe.
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Amil entró a la casa seguidamente después del hombre. La casa era muy grande. Del techo caían grandes lámparas que parecían antiguas. Las paredes eran blancas, pero estaban decoradas con cuadros preciosos, seguramente de gran valor. Los muebles, como las lámparas, eran bastante antiguos. La casa daba aires de grandeza, antigüedad y lujos, dado al toque dorado que muchos muebles presentaban. Sin duda la casa era más grande por dentro que por fuera.
Amil se dirigió al comedor donde el joven ya estaba sentado en un sillón de piel. Ella se sentó en el sillón de enfrente, estaban separados por una mesa baja de madera oscura. Al final de la sala se encontraba una chimenea que proporcionaba calor.
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- Bueno hábleme de lo que mi madre te ha comentado.- Dijo el joven.
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- Antes que nada ¿usted es? Quiero confirmar que no me he confundido.
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- Adriel me llamo.- Al escuchar ese nombre Amil sonrió internamente, no se había confundido.
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- Encantada Adriel, yo me llamo Amil.- Adriel asintió con una media sonrisa y espero atento a las palabras que aquella mujer le tenía que decir.- Su madre, como ya he dicho, tiene cáncer terminal. Ella me dijo que tiene que aclarar algunos asuntos con usted. Me dijo que le gustaría comentarlos directamente.
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- Vaya así que se está muriendo, qué desgracia ¿No cree?- Amil sorprendida ante la pregunta solamente pudo asentir.
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- Bueno era eso, yo ya me tengo que ir.- Dijo Amil un poco nerviosa.
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El Aura que se respiraba en la sala era muy espesa, al menos para ella. El gran comedor cada vez se hacía más pequeño. Ella se levantó rápidamente y sin saber porque un instinto de supervivencia le ordenó salir de aquella casa.
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- No, no, no. Amil tú no te vas a ningún lado. Quiero saber que más te ha dicho esa zorra de mi. Lo quiero saber todo. Quiero que me describas su cara, sus ojos, sus seguramente demacrados ojos. Lo quiero todo.
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- Yo tengo prisa, lo siento.
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Amil intentó darse prisa pero sintió como unas grandes manos le agarraron fuertemente el brazo.
Ella dejó salir un gemido de dolor y sin perder los nervios le pidió por favor que le soltara, pero él hizo caso omiso a sus plegarias.
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- No tú te quedas conmigo, ¿Quien te crees para hablar con ella, eh? No he podido yo, porque vas a poder tú.
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Con un fuerte empujón la tiró al suelo. Amil, con dolor en cada parte de su cuerpo intentó arrastrarse hasta la salida. Adriel no se movió, simplemente la miraba con diversión.
Él se giró y se fue en dirección a la cocina. Ella llegó a la puerta de salida, pero ésta no se abría. Pensaba en qué momento él la cerró con llave si ella siempre fue la última, entonces entendió que la puerta tenía cierre automático. Adriel salió de la cocina sartén en mano y le propinó un golpe seco en la cabeza a Amil. Seguidamente él se acuclilló al lado de la chica y miró fijamente a sus ojos.
Amil por su parte sentía que cada vez tenía más sueño. Los ojos de Adriel se le clavaron en la mente y de un segundo a otro el sueño finalmente se apoderó de ella.
No sabía cuántas horas habían pasado. Amil se despertó atada a una silla en lo que parecía un sótano.
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- Mira Amil esto será rápido. Dime en qué hospital está ella y luego te liberaré de tu dolor.
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Amil se sentía indefensa.
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Ella, pura, valiente y bondadosa estaba frente al mayor de todos los demonios. Mirándolo directamente a los ojos, sintió que podría encontrar la manera de vivir si respondía a su pregunta.
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El, agresivo, manipulador y detestable miraba con inquietud a lo que parecía ser el más puro ángel. Viéndola con asombro pues no creía que tan pura persona pudiera existir.
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Adriel la reconoció enseguida, era la famosa joven que había sido voluntaria en muchos momentos difíciles para la gente.
Fue en ese momento que la rabia le consumió. Donde estaba ella cuando él le necesitaba, donde estaban todos cuando su padre le maltrataba, insultaba y lo ignoraba, cuando le llamaba monstruo. ¿Dónde estaban todos? Nunca había nadie.
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Amil pronunció unas palabras.- Hospital La Santa Esperanza.
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Era lo único que él necesitaba.
Ella esperaba a que la liberara y todo quedará en un mal sueño.
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Adriel agarró con fuerza el cuchillo que guardaba y la mató.
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Amil se sorprendió al sentir el frío filo de la hoja atravesando su piel, realmente creyó que él era una buena persona consumido por la ira. Sus ojos fueron desechando toda la luz de esperanza y vida que tenían.
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Entonces Adriel habló.- Gracias por permitir que te libere de este horrible mundo, gracias por permitir que sea yo. Gracias por dejar que este demonio se lleve a tan preciado ángel.
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Adriel abrió la puerta de su casa, gotas de lluvia caían por sus mejillas disipando así las manchas de sangre que las adornaban. Se puso su capucha para que nadie pudiera fijarse en ese pequeño detalle, camino a través de la lluvia por una hora hasta encontrarse delante del hospital donde se encontraba su madre.
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- Hola soy familiar de Marta Sánchez, ¿me podría decir en qué habitación se encuentra?- Preguntó el joven, con la cabeza baja, a la recepcionista del hospital.
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- Sí claro, habitación 230. Al final del pasillo de la cuarta planta.
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Después de agradecer a la joven Adriel fue con prisas hasta la habitación. Al llegar abrió la puerta y la cerró a sus espaldas con más fuerza de lo normal. Se acercó a la camilla donde se encontraba su madre. Marta lo miraba con lástima en sus ojos cosa que enfadó, y mucho, a Adriel.
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- No te pido que me perdones, sólo que me escuches.
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- Ya es tarde.- Sentenció el joven.
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- Me recordabas a tu padre. Tus ojos, tu pelo, tu forma de expresarte, todo. Encima eras un monstruo.
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- No que no le guardabas rencor? Eh Marta. Porque me lo decías todos los malditos días, no te importaba que él se hubiera ido, tú lo querías igual.
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- Así es. El problema es que el rencor te lo guardaba a ti. El se fue por tu culpa.
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- Y no me pienso disculpar por eso.- Gruñó Adriel.
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El silencio empezó a acumularse en la pequeña habitación del hospital. Un silencio eterno, pero muy cómodo. Madre e hijo discutiendo sus sentimientos. Por primera vez sentían ser familia. Porque las familias pelean, porque las familias hablan, porque las familias dan explicaciones a los problemas.
Pero Adriel no quería una familia, no ahora.
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- Lo siento mamá. Tú no vas a morir por el cáncer.
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- No puedo hacer nada hijo, lo han intentado todo, pero nada.-
Adriel cortó las palabras de su madre y empezó a acercarse lentamente a ella.
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- No, no me entiendes. Tu no vas a morir POR EL CÁNCER. Morir vas a morir, pero no por él.
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Adriel se acercó a la mesita que se encontraba al otro lado de la habitación, donde los médicos guardaban herramientas básicas para utilizar en caso de emergencia. Agarró una jeringa y se acercó a su madre.
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- ¿Sabes lo que es una embolia gaseosa?- Comenzó a hablar Adriel.- Es cuando el aire entra a las venas o arterias provocando un bloqueo y seguidamente la muerte, siempre que se sepa inyectar correctamente.
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Marta se alertó al instante.
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- Adriel, no!
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Todo pasó demasiado rápido. Adriel se encontraba encima de su madre clavándole la jeringa en el cuello provocandole una sensación muy extraña. Marta no tenía fuerzas suficientes para resistir, así que aceptó su destino.
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Empezó a sentir como su corazón se aceleraba, sintió un dolor muy fuerte por la espalda y como le faltaba el aire. Sus ojos se movían de un lado a otro a una velocidad aterradora para finalmente mirar a un punto fijo. Dejó de ver las cosas con normalidad, los muebles no tenían una forma exacta y le era imposible saber cual era cual.
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Adriel observó la escena, durante unos largos minutos, sentado en la silla opuesta a la camilla. Cuando su madre dejó de moverse él le tomó el pulso.
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- Hora de la muerte: 20:24- Dijo Adriel mirando el reloj de la habitación.
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Se dirigió a la puerta y con lágrimas en los ojos salió al pasillo
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- ¡Un doctor, rápido!- Gritaba Ariel desde el pasillo.
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-¿¡ Qué pasa!?- Pregunto un doctor que se encontraba por la zona.
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- Mi madre, no se lo que le pasa. Se ha quedado durmiendo mientras que
hablábamos y no se levanta.
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- Tranquilo chaval, ella estará bien.
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Cuando el doctor entró en la habitación Adriel ya estaba rumbo a salir del hospital.
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Los años pasaron y el recuerdo de aquella chica pura de corazón se fue olvidando. Nadie de su familia sabía dónde estaba, pero seguían teniendo la esperanza de encontrarla. 243Please respect copyright.ＰＥＮＡＮＡqitnSUc6Di
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Ella, que era un ángel en tierra asesinada por un demonio, se encontraba en algún lugar de aquella carismática casa.
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Él, que fue el demonio encargado de arrebatarle la vida a un ángel, se encontraba de camino a buscar a su padre.
Fin
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