Era un día como cualquier otro, una mañana común y corriente. Se levantó a la misma hora de siempre, desayunó lo mismo que viene desayunando desde hace 4 meses, y se cepilló los dientes por dos exactos minutos, largó un profundo suspiro y se sentó en el viejo sillón que era del abuelo. La casa estaba vacía, llevaba casi un año así, un año en el que los muebles permanecieron en su lugar, no hubo ningún cambio, ni el más mínimo. Y lo extrañaba, extrañaba volver a su casa y ver que el televisor ahora estaba en el lugar de la vieja máquina de coser, y que esta ahora estaba ocupando el lugar del escritorio de papá, el cuál habían tirado a la calle el día anterior porque ya no lo usaría más. Esa sensación de cambio, aunque fuera algo mínimo, jamás fue de su agrado, pero ahora que ya no volvería a suceder, sentía que lo necesitaba. Así que se levantó y comenzó a mover los muebles de un lugar a otro, acomodó esto por allá, y aquel otro en este otro lugar, movió toda la casa, y cuando acabó ya eran las dos de la tarde. Pero aun así no se sentía bien, suspiró de nuevo y quiso echarse una vez más en el sillón pero ahora no lo encontraba, estuvo un buen rato buscándolo hasta que lo vio, detrás de una pila de ropa que estaba sobre una mesa, así que se dirigió allí y se desplomó sobre él. Estaba cansado, aterrado, no sabía qué hacer, no sabía si hacer siquiera algo. Así que salió, salió de su casa, la que había sido suya por 20 años, y que solo abandonaba cuando debía ir a la escuela, y comenzó a caminar. Caminó y caminó por la misma vereda, perdido en sus pensamientos, como siempre solía hacer, soñando despierto, en lo que podría haber sido y no fue. Siempre quiso ser un deportista famoso, un atleta admirado, ídolo de las masas, pero jamás consiguió siquiera patear bien un balón, o encestar, ni mucho menos golpear una bola con una raqueta, ni siquiera sus movimientos eran coordinados, sus pies a veces no se elevaban lo suficiente y la suela de sus zapatos raspaban contra el suelo, produciendo un sonido de fricción que lo molestaba, y que creía, molestaba también a las personas a su alrededor. Sus piernas solían enredarse entre sí, y aunque tenía buen equilibrio y los reflejos suficientes para reaccionar antes de caer, no podía evitar tropezarse con el aire, e incluso consigo mismo. Llevaba más o menos media hora perdido en sus pensamientos mientras andaba bajo el Sol, haciendo algunos movimientos involuntarios con sus extremidades, producto de su fuerte imaginación, al darse cuenta de estos, rápidamente se avergonzaba, creyendo que las personas lo miraban y se reían de él. Es entonces cuando sin querer golpea a alguien con su mano, en un intento de imitar el raquetazo de un tenista, la persona golpeada, una mujer que estaba embarazada, cae al piso, adolorida y se da en la cabeza con una piedra que había allí. Es ahí, cuando toma una noción real de lo que sucede a su alrededor, dejando atrás su imaginación, y ve, a la mujer, tendida en el suelo, con un charco de sangre formándose bajo su nuca, la mujer esta quieta, inmóvil y con los ojos fijamente abiertos, tal como los de él, incrédulo ante lo sucedido. Un vecino sale, y ve a la mujer yaciendo en el suelo, entonces sale otro vecino, y una vecina más, salen los dueños de la propiedad frente a la que la mujer está tendida, hay gritos, algunos de desesperación, otros de ira, muchos gritos que lo confunden, aturden y dejan casi inmóvil, a excepción del temblor que recorre su cuerpo. No puede atinar a hacer más que correr hacia su casa, sin poder creer lo que acaba de suceder, tratando de hacer memoria del momento exacto pero incapaz de lograrlo, así que sigue corriendo, corre como nunca antes corrió, sin tropezarse ni una sola vez, moviendo sus piernas y brazos en total sincronía. En unos minutos llega a su casa, totalmente agitado, toma las llaves con un temblor extremo que le dificulta tomar la llave de la puerta y meterla en el ojo de la cerradura, luego de batallar, consigue dar vuelta la llave y entrar a su casa. Corre a su habitación y se desploma ahí, tras la puerta. No da crédito a lo sucedido, se desespera, no entiende nada de lo que pasa, su respiración se hace cada vez más pesada y menos profunda, su pecho empieza a doler y sus brazos se adormecen al mismo tiempo que su cabeza da vueltas. Escucha voces, gritos, son los vecinos que ahora vienen a su casa a reclamar justicia, ojo por ojo y diente por diente, se desespera aún más y las lágrimas saltan de sus ojos ya atormentados. Siente las voces penetrar por sus tímpanos, como si estuvieran hablándole junto al oído, y entonces… unas manos lo toman de los hombros, son ellos, que vienen a sacarlo de su casa. Grita, patalea, llora, pero ellos lo llevan igual, y en la rama de un árbol de su patio, deciden colgarlo, para darle una lección…
—Cariño, ¿me escuchas? —era su madre, parece que había estado hablándole por varios minutos, pero él simplemente estaba absorto en su mente—. Llevas un buen rato mirando a la nada, no me escuchaste ni una sola palabra, ¿verdad?
—Ah… perdona, estaba…
—Está bien, no pasa nada, trataré de resumirlo, y tú trata de escucharme esta vez, ¿sí? —él simplemente asintió con la cabeza, y su madre volvió a decirle lo que le había dicho hasta recién.
—Perdóname, mamá —dijo, mientras daba su último suspiro.159Please respect copyright.PENANA9h8MkfW3fJ