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1. La Aldea de Po
“Tiempo atrás emergió una misteriosa civilización conocida como los Belron. Sus habitantes fueron sabios y poderosos y juntos, expandieron su modo de vida por lejanos planetas y galaxias. Levantaron grandes ciudades, construyeron numerosas naves que poblaron los cielos y vivieron en armonía durante muchos años. Más tarde y con el paso del tiempo, sus ciudades fueron borradas y su cultura se perdió. En la actualidad, algunas sociedades siguen viviendo en paz, otras no”.
En un minúsculo planeta llamado Wellah, perteneciente al sector 27 del 8º central, fluía un río llamado Sul. Nacía en las montañas del norte y bañaba todo el planeta dirigiéndose hacia el sur. Anexo a él, en la zona meridional, se encontraba una pequeña aldea llamada Po, un minúsculo cúmulo de casas de madera fundado por unos viajantes en busca de minerales ricos en el planeta Wellah.
El sol se había puesto y la aldea de Po dormía en paz tras un ajetreado día. En sus callejuelas se percibía una profunda tranquilidad. La gente yacía en sus casas y únicamente un joven escribano, de pelo moreno y complexión delgada llamado Stein, se hallaba trabajando. Sentado frente a una novela, en el almacén de una tienda de plumines, el joven escribano traducía sin cesar.
Había perdido la cuenta de las horas que llevaba dedicadas a aquel encargo. La luz del candil comenzaba a ser más tenue, las manos le sudaban, los ojos le picaban y la tinta pronto se agotaría. El tiempo se hacía largo y pesado, la novela traducida no despertaba en él ningún interés. Estaba escrita en papel de bambú, muy común en la región, y contenía un sinfín de expresiones básicas, el estilo del escrito delataba a un autor novel.
Pese al tamaño de los caracteres, el texto era más bien corto, motivo por el cual Stein había aceptado el encargo. Los cincuenta doblos que una joven acaudalada le había prometido por traducir esa novela servirían para pagar el alimento del próximo mes.
La tienda de plumines en la que estaba trabajando no era de su propiedad, pertenecía a un viejo llamado Village que le había acogido en su llegada a Po. Era un hombre amable, que le había instruido en el negocio de los plumines y le permitía aceptar encargos en forma de traducciones.
El joven escribano deslizaba su plumín a través de aquellos papeles mientras recordaba cómo había aprendido el oficio. Fue en el orfanato en el que se crió, en Biul, capital de Xern, un planeta 40 veces mayor que Wellah. No era capaz de recordar nada previo a su estancia en Biul y, tras separarse de sus compañeros del orfanato durante el trayecto hacia Wellah, encontró una oportunidad de prosperar en Po.
Los primeros meses en la aldea fueron difíciles, dormía en las calles y se veía obligado a empeñar algún que otro utensilio. Más tarde, tras conocer a Village y comenzar a trabajar en la tienda de plumines, consiguió ahorrar algo de dinero y comprar una pequeña casa.
En la actualidad se sentía conforme con su vida y poco a poco había conseguido ganarse su lugar en la aldea. En la zona era el único que conocía el idioma Biulés y eso le proporcionaba muchos encargos.
A veces debía traducir escritos aburridos y carentes de estímulo, sin embargo y más frecuentemente, la gente de Po solía tener un buen gusto para las novelas y demás textos. Cuando Stein no estaba en la tienda del viejo Village, el joven permanecía en su casa leyendo los libros que llegaban a sus manos.
Stein levantó la cabeza dirigiendo su mirada hacia el reloj de la pared. La novela que estaba traduciendo se hacía cada vez más tediosa y notaba el frío en su piel. Decidió posponer el trabajo, así que guardó el plumín y se levantó de la silla. Acto seguido apagó el candil que se encontraba sobre la mesa y salió de la habitación.
Tras cerrar la puerta se paró un momento a observar la tienda del viejo Village. Había cuatro ventanas frente a él, con unas cortinas de seda verdes que llegaban hasta el suelo. La luz de la luna se colaba con fuerza a través de los cristales, permitiéndole ver con claridad la estancia.
A su izquierda se situaban dos vitrinas, dispuestas de forma paralela, que contenían los mejores plumines de la tienda. Había varios modelos de los famosos plumines Vocksten. Éstos, hechos completamente de oro macizo, eran la elección adecuada para los clientes más sofisticados. También estaba allí el plumín Bellastro, el preferido de Stein. Había podido apreciar la finura de su trazo, y el diámetro del mango era el adecuado para su mano, sin duda alguna hubiese elegido ese plumín de entre todos.
Dirigió entonces su mirada hacia dos estanterías que se hallaban a su derecha, estaban repletas de diferentes recipientes que contenían tinta para los plumines. El viejo Village se encargaba de importarla y Stein la clasificaba según sus características y la reponía.
Tras comprobar que todo estaba en su sitio, el joven atravesó la tienda a paso ligero y salió del establecimiento.
La luz de la luna era muy intensa aquella noche, se reflejaba en el empedrado de las calles y en los tejados de las casas. La tienda del viejo Village daba directamente a la plaza de la Iglesia.
El joven escribano comenzó a caminar, atravesó la plaza y se metió en una callejuela. Recorría el camino de forma rutinaria y pronto torció en un desvió y la callejuela se ensanchó, convirtiéndose en una calle con casas a ambos lados, un pequeño renglón de césped adornaba la zona central del paseo. El frío se hacía más notable en aquella calle y Stein aceleró el paso.
Tras unos minutos llegó al final de la aldea y las casas de madera dieron paso a un campo sembrado de hortalizas. Bajó la cuesta que bordea el campo y cruzó un pequeño puente que atraviesa el río Sul, cuando se dio cuenta había llegado a su hogar.
Era una casa humilde, más bien pequeña y totalmente hecha de madera. Estaba a oscuras y con las ventanas cerradas, como las había dejado Stein aquella mañana, tenía una planta y el techo inclinado para evitar que se acumulase el agua durante los días de lluvia.
El joven entró en la casa y encendió un candil que se encontraba a su izquierda, a la altura de su cabeza. Frente a él se disponía una estancia cuadrada, a su izquierda estaba la cocina y, a su derecha, una mesa de madera circular con cuatro sillas. Al fondo de la estancia se hallaba una cama en el suelo, junto a ella, una estantería repleta de libros y más allá una puerta entreabierta que daba al baño.
Como de costumbre, el joven se dirigió a la cocina. Cogió un trozo de pan y un poco de carne sobrante de su almuerzo, luego se dirigió a la estantería y cogió un gran tomo con la tapa de cuero marrón. Lo depositó todo en la mesa y se sentó a comer y leer y tras un rato de lectura quedó dormido encima del libro. La noche y el frío poco a poco dieron paso al sol y la calidez de la mañana.
El sol emergió superando las colinas de la aldea y tras horas de sueño profundo, Stein despertó. Estaba sentado en la mesa, un poco desorientado y aún adormilado. Giró su cabeza mirando a su alrededor, observó la novela que había estado leyendo la noche anterior e intentó recordar de qué trataba. El tomo narraba una aventura naval a través de los mares de Yuhin. Tras un breve recordatorio del libro, el joven se levantó, lavó los platos y se dispuso a comenzar un nuevo día.
Salió de la casa y la luz del sol le alcanzó de lleno, la oscuridad de la noche se había evaporado y los campos de alrededor se veían totalmente iluminados. El río fluía caudaloso como siempre y ya comenzaban a verse los primeros habitantes salir de sus casas.
A lo lejos pudo distinguir a la señora Durs tendiendo un vestido, también estaba el mesonero de la taberna, Mars, arrancando unas malas hierbas en una plantación, tres casas más allá.
Dirigió la mirada a sus pies y como de costumbre encontró el periódico semanal, lo cogió y comenzó a leer la noticia de la portada:
‘’ Ocho nuevos puestos de trabajo se adjudicaron este trimestre en Biul. El consejo de eruditos y sus examinadores escogieron a 8 nóveles de entre los candidatos como nuevas incorporaciones al sistema de trabajadores Biulés ‘’.
La noticia no llamó la atención de Stein, que siguió ojeando el periódico. Al finalizar, era aún temprano para ir a la tienda de Village así que el joven entró de nuevo en la casa a por un viejo rastrillo y un cubo, que llenó con agua, y fue hacia el jardín.
Había pasado el verano y debía retirar las plantas bomsters, características de aquella zona y con las que se fabricaba un glaseado para endulzar algunos postres. Junto a las plantas bomsters tenía una pequeña plantación de unas diez plantas Kudum. Las plantas Kudum producían unos frutos rojos dulces, pequeños y ovalados que se usaban para producir un zumo delicioso. A su lado había cuatro cajones con setas Buster, muy ricas en sabor y que constituían un perfecto acompañamiento para las carnes rojas.
El joven regó un poco las flores que se encontraban junto a la casa, también arrancó las plantas Bomsters una a una con cuidado y allanó la zona.
Tras unos minutos el jardín se veía limpio y, aunque era de pequeño tamaño, permanecía en perfecto estado y muy bien cuidado. Al terminar, el señor Mars había desaparecido y la señora Durs seguía tendiendo más y más ropa en las ventanas de su casa. Stein guardó sus utensilios, se acicaló y partió hacia la tienda de Village.
Era un día como otro cualquiera en Po y los puestos del mercado comenzaban a llenarse de gente en busca de mercancías procedentes del exterior de la aldea. Stein atravesó el mercado, torció una calle y pasó junto a la tienda de leche de la señora Pipellin.
- Buenos días Stein- dijo la señora Pipellin.
- Buenos días– respondió Stein, deteniéndose en seco junto a la puerta.
- Hace días que no vienes a verme, ¿necesitas que mi hijo lleve un poco de leche a tu casa? – dijo la mujer.
- No gracias, todavía tengo suficiente- volvió a responder Stein.
- De acuerdo, si vas a la tienda dile a Village que pasado mañana iré a por un recambio para mi plumín- dijo la mujer.
- Vale, ahora mismo se lo diré- respondió Stein retomando su camino y despidiéndose de la tendera.
Stein siguió andando por las calles de Po y en poco tiempo se plantó en la tienda del viejo Village. Antes de entrar pudo ver a través de las ventanas la sombra del hombre moviéndose en el interior.
-Buenos días – dijo Stein a su entrada en la tienda.
-Buenos días – respondió Village.
-Me ha comentado la señora Pipellin que vendrá en un par de días a por un recambio para su plumín – le informó el joven.
- No sé qué hace esta señora con los plumines, cada semana necesita un recambio – respondió el viejo Village.
El hombre tenía unos 70 años de edad, el pelo largo y blanquecino, una frondosa barba blanca y una complexión más bien rechoncha. Vestía una camisa a cuadros rojos y blancos y un pantalón largo de color azul. Alguna vez se apoyaba en un bastón de madera de Browsir con una hebilla por debajo del mango, pero esta vez no lo llevaba.
- ¿Conseguiste acabar tu traducción? - preguntó Village.
-No, esta noche lo haré – respondió Stein.
-Si tienes tiempo repón los tinteros que vendimos ayer y lava los nuevos antes de colocarlos- dijo Village.
-Si- asintió Stein.
El joven fue hacia el cuartucho en el que había estado trabajando la noche anterior. Cogió los tinteros nuevos, los lavó y los fue colocando en las estanterías correspondientes.
La mañana pasó como de costumbre, varios clientes entraron a la tienda. Entre ellos un señor alto y delgado que compró un plumín Vocksten de gran calidad, también un par de señoras que buscaban tinta para los plumines de sus esposos y hablaban sobre la manera correcta de cocinar un Rutum. Varios niños que jugaban en la calle dieron golpes al cristal, Village salió a llamarles la atención. A media mañana Stein fue a repasar los pedidos de plumines que el dueño había encargado, todo parecía correcto. El día pasó con tranquilidad y el sol se puso sobre las colinas de Po, la tienda de plumines tuvo buena recaudación aquel día. Tras dar la jornada por concluida, Village se marchó a su casa y Stein se fue al cuartucho de atrás, cogió la vieja novela en la que estaba trabajando y continuó su labor sin descanso por largas horas.
Amaneció un nuevo día en Po, Stein había estado trabajando hasta tarde en el cuartucho de Village antes de irse a casa. Esta vez había dormido en el colchón y no en la pequeña mesa de madera. Sin perder ni un instante, el joven salió de su casa y se dirigió directo al establecimiento de plumines.
-Buenos días Village- dijo Stein al entrar.
-Buenos días joven, ¿oíste lo que sucedió ayer por la noche? - dijo Village.
-No- respondió Stein, -estuve trabajando en el almacén, pude terminar de escribir-.
-Encontraron algo fuera del pueblo – continuó Village, – un lugar repleto de antiguos utensilios-.
Stein se extrañó por un momento pero no le dio mayor importancia. Las antigüedades nunca le habían llamado la atención y en los alrededores de Po esta clase de hallazgos eran algo habitual.
- Lo he oído comentar en la plaza- siguió Village, -Suy y Dum fueron quienes encontraron el lugar. Se halla junto al lago, no se más –.
Stein cogió un trapo de un cajón, agarró una pluma de una vitrina y comenzó a sacarle brillo.
-Tras finalizar la jornada, podríamos ir a ver de qué se trata- propuso Village.
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