Me senté bajo un árbol y limpié el sudor que escurría por mi frente. No las podía ver, pero estaba seguro que mis mejillas estaban ruborizadas. Mi respiración se agitaba. Mi cuerpo estaba ya cansado. Recargué mi cabeza en el tronco y mis párpados comenzaron a ceder. El hálito de la tierra me arrullaba. Estaba en el linde del sueño cuando escuché una voz conocida.
— !Ay, perdón! Ya te estabas durmiendo y te vine a despertar – se disculpó mientras caminaba con Su paso lento hacía mi.
— No se preocupe – respondí mientras me ponía de pie – Sí, ya me estaba quedando dormido.
Me acerqué y nos saludamos con un abrazo. Entramos a una pequeña cocina y le acerqué una silla, yo tomé otra y comenzamos a platicar.
***
Historia tras historia, recuerdo tras recuerdo, consejo tras consejo fue como paso el tiempo. Por lo que me contaba y por las expresiones en Su rostro supe que no era una visita común. Su voz no era la misma voz fuerte que estaba acostumbrado a escuchar. Lo que me dijo después lo explicó todo.
Sacó un sobre y lo colocó sobre la mesa.
— Es un citatorio - soltó a quemarropa.
— ¿De quién? - le respondí con dejo de preocupación.
— De Allá Arriba. Me están citando para el veintinueve - me explicó mientras veía aquel sobre.
No supe cómo reaccionar.
***
Salimos cuando ya había caído la tarde. A paso lento y sosteniéndose de mi brazo comenzamos a caminar. Debíamos llegar a ese gran edificio blanco. Mientras caminábamos cayó una leve brizna. Conforme avanzábamos contaba una historia de cuando apenas se empezaba a edificar mi pueblo. Lo relataba como si lo estuviera viviendo. Yo solo escuchaba atentamente intentando hacer memoria de lo que me contaba. Después de haber caminado por una hora, llegamos a La Plaza y frente a ella se encontraba un gran edificio blanco.
— Es aquí. Gracias por acompañarme, mijito. Ya vete, ya sabes que aquí es tardado y no sé cuándo vaya a volver. Mejor te regresas y te vas con cuidado - me ordenó y caminó hasta la puerta.
Una persona vestida de blanco salió y le recibió ayudándole a entrar. Me fui de ahí hasta que se cerró la puerta tras Su espalda.
Llegué a mi casa y, a pesar de que no estuvo mucho tiempo aquí, sentí Su ausencia. Apenas se había ido y yo ya comenzaba a extrañar. Intenté cenar algo, pero no pude. Una extraña sensación inhibía mi apetito. Sentía mis pies pesados, así que batallé para llegar a mi cama. Caí rendido y no tardé mucho tiempo en concebir el sueño. Despertaba a causa de una pesadilla y me volvía a dormir. Noté que el tiempo parecía haberse detenido. Sentía que las manecillas del reloj no avanzaban. Fue una larga y pesada noche.
***
Despertaba de un sobresalto, bostezaba y volteaba al pasillo que daba a la calle con la esperanza de ver que regresaba. Una y otra, y otra, y otra vez. Todo el día. Todos los días desde que se fue. La espera me consumía. Ahí, sentado en la misma silla de días anteriores, sentía que estaba muriendo poco a poco. Me levantaba, salía a calle y me sentaba al pie de la puerta. Miraba a la izquierda y después a la derecha con un solo deseo: el de volver a verle. Tras el pasar de las horas me volvía a meter para intentar comer. Mi apetito también parecía haberse ido. El Tiempo me abandonó. Nada avanzaba, incluso pensaba que todo retrocedía.
Se volvió hartante sentirme así. Sin embargo, nada podía hacer. Comenzaba a abandonar toda esperanza. Una vez más cerré mis ojos y recargué mi cabeza sobre la mesa.
***
No fue sino hasta trece días después que desperté y escuché ruidos afuera de mi habitación, brinqué de mi cama y salí corriendo. Ahí estaba, sentado en la silla que días antes le había alcanzado, tomando Su café.
— Ha vuelto - dije con una sonrisa pletórica en mis labios y coloqué mi mano en Su espalda.
Volteó a verme con una extraña mezcla de expresiones en Su rostro y comenzó a hablar sin hacer caso de lo que yo le había dicho.
— Me dijeron que debo mudarme a otro pueblo. Mira - soltó sin más mientras sacaba un librito - aquí se me dan estas garantías. Nunca más tendré hambre, ni sed, ni me sentiré cansado, nunca más me volveré a enfermar, nunca más sentiré dolor. Se me dará nueva ropa. Estaré más vivo que nunca. Conoceré la Vida cara a cara.
Y continuó leyendo lo que venía en Su libro con solemne tranquilidad. Yo no supe cómo reaccionar. Me había enseñado muchas cosas, pero nunca me habló de qué hacer en este caso.
— Prepara tus cosas, mijito, hoy mismo debo estar allá - alzó Su mirada hacía mi interrumpiendo mis pensamientos.
***
Pasado el medio día el cielo se nubló y amenazaba con llover. El viento soplaba. Le extendí mi brazo y comenzamos a caminar. No llevaba nada consigo, salvo Su libro. Se le notaba en paz, su rostro se veía más joven. Ibamos callados. ¿Qué podía decir en esos momentos? No encontraba palabras para destronar ese apabullante silencio en el que estábamos inmersos. Y aunque tuviera las palabras, había un nudo en mi garganta que no me permitiría emitir sonido alguno.
Caminamos, caminamos y seguíamos caminando hasta que, a lo lejos, vislumbré una serie de árboles altos, frondosos, rígidos, de un verde vivo. Le señalé con mi mano lo que vi. Alzó Su mirada y una sonrisa se le dibujó.
— Ya casi llego - murmuró por lo bajo.
Conforme nos acercábamos, vi como éstos árboles estaban separados formando un camino. Uno a lado del otro extendiéndose hasta el horizonte. A cada paso mi corazón se aceleraba y latía más fuerte. El nudo en la garganta cada vez crecía más.
— Ya llegamos, mijito; esta es la puerta de la que me hablaron - dijo mientras buscaba aquel librito - Tú aquí te quedas, eh.
Una gran puerta se abrió ante nosotros.
— Ya no te voy a poder visitar, pero nos volveremos a ver - y con un abrazo selló Su promesa.
Se acercó a esa gran puerta y extendió Su libro. Vi cómo le indicaron que siguiera caminando.
***
Mientras veía aquella escena, una espiral se dibujó en el cielo. Una majestuosa figura había llegado. Miré hacía arriba y noté que era un pajarito. Comenzó a trinar conforme descendía hacía mi. Se posó en mi hombro y con su bello canto me transmitió consuelo. No pude hacer mas que llorar en silencio. Hasta que increíblemente me inundó una paz inexplicable. Recordé lo que me dijo acerca de que nos volveríamos a ver. Palabras que cambiaron mi ánimo. Limpié mis lágrimas y alcé mi vista. Sabiéndome acompañado y con total paz vi por última vez Su silueta difuminarse por la Senda de los Santos.
***
Regresé a mi casa no para descansar, sino para seguir mejorando el pueblo que Él, junto con otras personas, ayudó a fundar: mi pueblo.
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