No lo pensó cuando decidió escapar. Ya no sabía ni donde estaba. Perdió la noción del tiempo que llevaba caminando sin rumbo. Por donde iba era igual, nublado todo el tiempo y sin la más mínima esperanza de que el sol o la luna se asomaran. No era de sorprender que las personas empezaran a preocuparse por las circunstancias climáticas que los rodeaban.
Iba con la cabeza abajo sin molestarse por el viento moviendo bruscamente sus mechones de pelo en su cara. Sus prendas estaban sucias y teñidas de rojo, sus brazos tenían sangre seca que no lo inmutaba y atrás de el solo quedaba un pueblo donde la gente lamentaba la muerte de algunos adultos. No era para que le importara. Solo era un niño que trato de huir de su vida y termino cediendo por su necesidad.
El clima estaba a favor de lo que sentía.
Estaba solo y cargaba con la muerte de quien sabe cuántos. Caminar a lado del rio no lo ayudaba a olvidar lo que era al acercarse para lavar su rostro. Mirar su reflejo y contemplar su rostro se había vuelto una maldición para él. ¿Por qué tuvo que nacer así? Esos ojos rojos, tan rojos como la sangre que cargaba y la mirada que lanzaba. No resistió y furioso corrió en contra del rio. Un trueno retumbo.
Su larga huida lo llevo a un oasis donde no percibió a nadie hasta que las voces al fondo lo alertaron y se escondió tras una palmera. Temió que lo vieran cuando un niño más grande que el salía de una tumba bajo tierra y una mujer que le decía hijo lo siguió. El solo noto el gesto amoroso de la madre para pedirle a su hijo que regresaran a bajo cuando el chico parecía algo inquieto y nervioso, y tras una leve charla al fin convencerlo no sin antes que el chico girará su cabeza a donde estaba el y señalarle a su madre su ubicación
¿Cómo fue que lo descubrió? ¿lo habrían reconocido? No. Si ese fuera el caso no sería relevante para ellos, tal vez hasta lo confundieron con algún animal. Aun así, esto fue suficiente para que saliera de su escondite huyendo del oasis con la esperanza de no haber sido visto.
No se detuvo hasta subir la montaña más próxima de donde apenas se distinguía el oasis. Al llegar a la cima encontró una cueva en donde acobijarse. Se sentó recargado en la boca de la cueva, se colocó su capucha abrigándose del frio y se abrazó a sí mismo permaneció sentado por mucho rato en su lugar.
¿Cómo había llegado a este punto? Tuvo una convulsión de solo recordar la causa de todo lo que estaba viviendo. Era mejor no recordar.
Aprecio más allá del horizonte a donde le habían contado habia otra nacion. Pensaba que quizás si se iba nadie se daría cuenta. Tal vez estarían más felices sin él, ya no tendrían que preocuparse por él, podrían quitarse del gran peso que el significaba para sus existencias. No pudo contenerse al momento de derramar una lagrima ante tales pensamientos, incluso el cielo parecía querer abrirse para liberar las aguas.
No podía volver a casa, no podía regresar y que todo volviera a ser lo mismo, nada cambiaria. Que le quedaba si regresaba, solo recibiría el mismo trato de siempre por mucho que le prometieran lo opuesto ¿acaso estaba todo mal con él? No era su culpa ser quien era y como era ¿Qué la culpa no era de sus padres por heredarle su genética? Al parecer todos decían lo opuesto. Si hubiera sido visto por los otros hubiera pasado lo mismo.
La idea de irse no le sonaba mal. Posiblemente allá fuera diferente, no lo reconocerían, no sabrían el significado de su apariencia, no lo juzgarían por solo verlo. Era demasiado joven con un largo futuro por delante, pudriera incluso ser una mejor que el que muchos suponían de él. Si realmente el significaba algo habrían intentado detenerlo, hubieran al menos tratado de buscarlo, mínimo enviado a alguien, estuvo dejando evidencias de su presencia en muchos lugares, era obvio que podrían encontrarlo.
Cuando despertó su rostro estaba mojado. El cielo no había cambiado, tan nublado como antes. La única diferencia eran los charcos de agua que la lluvia había dejado enfrente de la cueva. ¿Cuánto tiempo estuvo dormido? ¿era de día o de noche? Si estuvo lloviendo ¿Por qué solo su rostro estaba húmedo y no sus prendas?
Sintió un peso recargado en él. Al mirar de lado vio un rostro en su hombro, el de una niña dormida. La sonrisa que tenía su rostro reflejaba una gran ternura e inocencia. Estaba muy pegada a él como si no tuviera en donde más recostarse. Tanta paz recargada en su caótico hombro.
Noto que una manta los envolvía a los dos como protegiéndoles del agua y del frio y una fogata enfrente que los mantenía calientes. La niña se despertó con un bostezo, inmediatamente vio al niño y se alegró.
—¡Al fin despertaste! —dijo ella sobresaltándose y luego se paró de un salto para sacudirse sus ropas —¡Listo! Ya vámonos—dijo dándose la espalda para salir del lugar.
El niño se quedó mudo ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba con él? ¿acaso estuvo esperando a que se despertara? El niño no le hiso caso y solo bajo la mirada. No quería que ella la viera, no quería que pasara otra vez. Sin embargo, ella se percató y giro su cadera para verlo con una mueca.
—¿Qué esperas? Vamos—dijo acercándose para jalarlo del brazo. El niño jalo su brazo y ella callo sentada y soltando un ahuché fingido. No sabía que era lo que intentaba ella, pero si lo que quería era que se fuera no lo lograría, quería estar solo—. ¡Ya se! — exclamo ella con entusiasmo como si hubiera tenido una gran idea—. Es por el cielo.
Dicho esto, se paró y salió de la cueva. El niño no le tomo importancia, el cielo no había cambiado desde que el huyo ¿Qué le hacía creer que se sentía así por el clima? ¡Niña tonta! ¿Acaso no sabía ante quien estaba? ¿Tenía alguna idea de lo que realmente ocurrió hace unos días, el por qué dejo la casa de su padre, como había sido su vida? ¡Claro que no! Ella no sabía nada de él, nadie lo sabía.
Sentido un calor diferente al de la fogata venir de afuera y solo se molestó en alzar un poco la cabeza cuando le pareció ver que eran rayos de sol alumbrando el interior de la cueva con la sombra de ella en la entrada. Imposible. Al girar su cabeza su expresión cambio cuando las nubes se dispersaban para dejar que el sol gobernara nuevamente el cielo y poco a poco el calor de este los envolviera. Era de día.
—El sol es acogedor... ¿no crees? —dijo la niña volteándolo a ver con una dulce sonrisa y se quedó estática al ver que el chico había alzado toda su cabeza para contemplar el cielo y luego pararse dudosamente para salir de la cueva y ver de frente como las tierras que durante mucho tiempo estuvieron ocultas en la oscuridad ahora estaban a la vista.
Volteo a bajo y en medio del extenso desierto distinguió el oasis como si fuera una gema reflejando la luz del sol. Incluso el viento que siempre lo envestía era más suave con su cabello con solo rozarle. Él nunca pensó que contemplar nuevamente el sol fuera acogedor, había perdido cualquier interés en muchas cosas, pero por ese momento...sintió como si el mismo sol le llamara, como si este lo hubiera extrañado después de mucho tiempo de verlo, añorando tomarlo entre sus brazos como a su hijo perdido. El sol si era acogedor.
—¡Tus ojos! —exclamo ella con asombro acercándose a el para verlo de frente.
El niño quedo sorprendido ¿Por qué alguien mostraría entusiasmo por sus ojos? Sus ojos eran lo último que muchos se atreven a ver, incluso el, no eran como los de ella. Ella tenía unos hermosos ojos verdes esmeralda con un contorno azul similar al zafiro, se mirada era consoladora y dulce ¿quién no se perdería con ella? Empezó a temer que la niña cambiara al comprender lo que veía.
—Son...son escarlatas—se atrevió a decir por fin ella y sonrió— y tienes un contorno naranja ¡Increíble! Es como ver una mini llama.
Se quedó estático. No solo se atrevió ella a verlo directo en los ojos, sino que también lo vio como algo especial, incluso los examino como algo único. El simple hecho de que se fijara en ese pequeño detalle... solo una persona lo había tratado así... y lo dejo atrás con su huida. Ella no se mostraba ser como los demás. Su sonrisa tampoco era forzada o apática, lo podía sentir en su mirada ¿acaso había más como ellos? ¿habría quienes lo vieran como alguien más? Esas ideas le trajeron ilusión.
La niña se sobresaltó luego de parecer escuchar algo. Miro una vez más el sol con una expresión de disolución. El quedo confundido, juro no haber captado nada, pero ella no mostraba lo mismo.
—Disculpa, me tengo que ir—dijo ella cabizbaja de la nada.
El niño no contesto, acaba de conocerla y ya se separaban. Ni siquiera supo su nombre. Incluso ella parecía sentir lo mismo. Su rostro se veía triste, como si la hubieran regañado. La niña regreso por la manta adentro la cueva y volvio a él para envolverlo con ella con cuidado y mucho cariño procurando no tapar su cara. Luego le dio la espalda y tomo camino para bajar.
—Nos volveremos a ver—le prometió ella lanzándole una última sonrisa sobre su hombro, pero esta vez, fue de disculpa.
El la siguió con la mirada aun incrédulo. Sentía que no debía dejarla ir, quería estar más tiempo con ella y no sentirse solo otra vez ¿A dónde se iba? ¿Cuándo se volverían a ver? Quedo atónico cuando noto el símbolo que ella tenía en la parte baja de su espalda. No era un tatuaje. No cualquiera lo tenía. Él era consciente del significado de esa marca. Un disco rojo intenso con bordes amarrillos que parecían hechos de oro.
Quizás si la podría volver a ver después de todo.
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