
Se sentía como si hubiera tenido un sueño muy muy profundo del nunca se hubiera podido despertar. Ser apuñalado, que le rompieran los huesos o que su primo estuviera en sumo peligro, toda una pesadilla de la que se alegró despertar de la mejor manera.
Cuando se despertó miles preguntas lo invadieron. ¿Dónde estaba? ¿Qué paso con el sanguinario? ¿Por qué no estaba moribundo? ¿Dónde estaba Hor? No estaba muerto, de eso estaba seguro ¿qué había pasado? Sus pensamientos no le dejaban concentrarse de lo que les pasaba alrededor. Hor en más de una ocasión le llamaba la atención mientras seguía al halcón. Admitió que se distrajo un poco con la intrigante chica que bailo hace unos momentos, pero solo le genero turbidez y confusión. Por otro lado, si le preocupo lo que pensara su primo, pero fue un alivio cuando este reanudo su camino al instante. El adulto era él y su primito ya se le adelantaba en todo. Qué vergüenza.
El ave los llevo a quien sabe que lugar entre los callejones del puerto. Se detuvieron en una puerta mohosa alfombrada de charcos que tenia un letrero que decía "El Estanque".
—¿Aquí es? —dudo Anpu.
—Aj. Mas le vale a ese pajarraco que no sea una broma.
El pájaro picoteo la puerta y esta se abrió sola. Entro volando y lo siguieron por el pasillo encharcado, cruzaron una cortina de cuentas hasta un vestíbulo lujoso decorado con jarrones pintados con patrones acuosos y florales, a lado del mostrador había una pequeña cascada de agua donde una recesionista humanoide con cuernos de gacela que parecía estarse lijando las uñas.
—¿Disculpe? —pregunto Hor.
—Al fondo del pasillo en el tercer piso y no llamen la atención—dijo la recesionista sin inmutarse.
Agradecieron y al cruzar la cortina de agua pasaron secos a un salón gigante de tres pisos con una gran piscina en el centro y columnas a los bordes de esta que llegaban hasta el techo, de estos colgaban cortinas hasta los extremos del salón con colores azulados y verdes. Los muros tenían decorados de gacelas doradas corriendo o saltando.
En el piso principal habían seres sentados en mesas distribuidas, algunos estaban divirtiéndose y otros negociando. Intercambiaban marfil, madera de ébano e incienso extranjero por turquesa, cornalina, oro y cobre que se extraían de las minas kushitas. Parecía un centro de trueque intercultural por la gran diversidad de naciones presentes.
Anpu recordó que su tío Asir, el padre de Hor, en el pasado había realizado una gira por todas esas naciones, por lo que haciendo memoria creyó reconocer algunas que les conto y mostro por recueros. De antemano todos eran espíritus, si acaso debía haber algún Soberano no se mezclaría con una especie inferior. Eran seres con aspecto de animales antropomórficos nativos de sabana y selva, unos eran completamente animales y otros semihumanos. Ellos se sentían ridículos luciendo como simples humanos en medio de ese zoológico espiritual.
Sus ropas eran distintas una de la otra, sus diseños, patrones, telas, cuentas y decoraciones. Seguramente Hor debía tener un análisis más detallado de cada uno de ellos, se le veía emocionado mirando a todos lados.
—Esos de allí son dinkas—señalo Hor disimuladamente a unos que solo tenían corsés ajustados con cuentas con patrones lineales de colores—. Los de la mesa de allá son lugbaras, madis y karamojongs—señalo a un grupo con túnicas de patrones geométricos de colores y collares de cuentas gruesos, otros solo portaban taparrabos de pieles—. Creo que aquellos son masais, los de mantas rojas y lilas.
—¿Hay alguno que no distingas? —cuestiono Anpu.
Hor pensó.
—Los bantus—respondió—, poseen tantos grupos que no se cual es cual ¡Ah! y los de Punt. Jamás supe como lucían…creo que eran enanos.
—¡Ejem! —les llamo el ave posando en el hombro de Hor—. Procuren no llamar la atención. Por aquí—señalo las escaleras con el ala.
Los cuartos se encontraban a partir del segundo piso en hileras al borde del lugar y con vista al primer piso desde los pasillos. Subieron y la cosa se puso incomoda. Espíritus eran llevados como idiotas por chicas hermosas con cuernos de gacela vestidas de batas traslucidas que revelaban su ropa íntima con descaro a cuartos definidos con cortinas en lugar de puertas. El ave voló para guiarlos hasta el tercer piso.
—Estas muy chiquito para eso—replico Anpu tapándole los ojos a Hor cuando el puberto casi miraba dentro de un cuarto por accidente.
—Ya hablas mas ¿te sientes mejor? —bromeo Hor.
—Algo.
El tercer piso lucia más formal, eran habitaciones grandes donde se hospedaban y hacían tratados los Soberanos extranjeros. Sus muros eran de oro y las puertas estaban decoradas con joyas. Se detuvieron ante la más grande con dos puertas llenas de gravados que representaban al ciclo del día con halcones dorados y azules revoloteando en los cielos.
—Solo el niño—los detuvo el halcón—, el grande se queda afuera.
Hor respingo.
—¡Maldita sea, claro que tenía que salir con sus condiciones ese Nehesu! —alego molesto apretado sus puños, luego se giró a Anpu con determinación—. Trata de relajarte, prometo no tardar—le aconsejo y sonrió.
Anpu parpadeo lelo.
No encontraba argumentos en su contra, sinceramente aún no se sentía del todo bien como debería y deseaba sentarse a descansar. Hor se entendía con los demás mejor que él, no era mala idea que se encargara de ese Soberano solo. Asintió y fue a sentarse a una banca del otro lado del pasillo que usaban para que se sentaran los acompañantes de los Soberanos mientras sus amos estaban negociando. El halcón también se sentó a su lado. Hor estaba por tocar la puerta cuando esta se abrió sola dejando paso al cuarto privado, el entro y las puertas se cerraron detrás.
Anpu recargo su espalda contra la pared y exhalo agotado. Su Ka seguía débil por la restauración. Saco de sus ropas el frasco del perfumista que le dio Hor y sintió los bordes del loto que almacenaba el líquido. Hor le había explicado todo con lujo de detalle y el tardo un rato en comprender como el perfumista pudo evitar que muriera con todo lo que le contó su primo. No se la creía, debía conocer a ese perfumista en persona para poder ver con sus propios ojos que tan bueno era. También le había contado de su viaje de la prisión a Berk Barkal ¿todo eso paso sin darse cuenta? Sin duda debía conocer a ese perfumista, al menos darle las gracias por todo lo que hizo por ellos.
Al menos ya había vendado sus manos. Sus horribles manos eran lo único que no podía cambiar, porque no eran sus manos originales.
Fue cuando era niño, tenia medio millón de años, lo que para los humanos es tener 5 años. Todavía tenía gravado aquel día que su padre dejo de enseñarle a pelar luego de rendirse ante su falta de iniciativa, Anpu había esperado ese día con ansias viéndolo como muy lejano e imposible.
Su padre era un Necher muy duro y de principios extremistas, quería que su hijo fuera su digno descendiente preparándolo para ser el próximo prodigio de la familia en el arte bélico. Todas las mañanas desde temprano lo despertaba y lo sometía a rigurosos entrenamientos con armas de verdad y pruebas peligrosas. En todas salía mal, ni siquiera podía terminarlas. Si trataba de evadir las exigencias de su padre él lo castigaba doblando los ejercicios. Todas sus clases eran en su hogar y el maestro que les impartía otros conocimientos tenía el temario contado junto con el tiempo.
No lo dejaba salir de su casa, ni lo dejaba al cuidado de las niñeras, no lo dejaba ni tener amigos. Vivian en su propio mundo y solo podía salir si era para eventos importantes o visitar a su familia, y ni tanto, porque luego de un tiempo eran contadas las veces que los dejaba. Sus únicas compañías que sufrían igual que él, eran su madre y hermana. Su hermana, que también era su dual, se la pasaba con su madre como cualquier niña, y cuando él lograba un rato libre ella era quien le iba a hacer compañía para tratar de apaciguar sus dolores mientras su madre usaba su poco valor para entrometerse en los crueles deseos de su marido.
Aquel día empezó como un día normal, su hermana enseñándole las prendas que su madre le enseño a tejer y sus padres discutiendo como siempre. Luego su padre entro colérico al cuarto donde estaban ellos y lo saco jalando de su trenza. Su madre protestaba hecho un mar de lágrimas que ya no soportaba toda esa situación y que por favor lo soltara. Su padre acabo por cometer el gesto más cruel que pudo con él para esa edad. Lo soltó, tomo de los cabellos a su esposa y la golpeo en frente de ellos mientras le gritaba muchas acusaciones y maldiciones.
Dijo cosas que le dolieron a ellos, cosas que lo hicieron sentir aún más mal y cosas que hacían ver a su madre como la única culpable. Ella no se defendía, se dejaba golpear como si lo mereciera. No supo en qué momento él le grito a su padre que se detuviera justo cuando su madre quedo débil de tanto martirio.
—Pues defiéndela—le desafío su padre deslizando un cuchillo hacían él.
Su padre la alzo nuevamente y ella entreabrió los ojos con esa mirada de disculpa que siempre cargaba, solo que en este caso por ocasionar todo ese problema. Anpu se paralizo. Se aterro. Se bloqueó. No se atrevía ni a mover un dedo, era un completo cobarde, blandengue.
—Demuéstrame que eres un macho—replico otra vez su padre.
Anpu no hizo nada más que mirar como su padre alzaba el brazo para lanzar el golpe definitivo a su madre ¿realmente ella se merecía eso, ser humillada enfrente de sus hijos? ¿tan grave había sido su pecado?
Su hermana paso rápido enfrente de él, tomo el cuchillo y se lanzó a su padre lográndole un corte en su brazo. Su padre dio un paso atrás con la herida restaurándose por lo pequeño y superficial que era. Su hermana mantuvo el cuchillo en alto desafiando con la mirada a su padre.
—¿Cómo es posible? —pregunto su padre encolerizado—¡¿Cómo es posible que tu hermana sea capaz de portar un arma mejor que tú?!
Su madre y hermana fueron vencidas no sin antes darle pelea, y después, a él lo tomo de las manos y con ese mismo cuchillo que nunca pudo agarrar, le corto las manos. Se las dio de comer a su mascota y a él lo mando a vivir con los chacales para que le quedara claro, que a partir de ese día el solo era un desperdicio.
La última imagen que tubo de su padre antes de desacreditarlo como su hijo fue la de sus ojos rojos mirándolo con sumo odio y desprecio.
Un rojo como la sangre que goteaba de sus muñecas abiertas.
Una sangre como el escarlata.
Un escarlata como la mirada de aquel Sanguinario que hace unas horas lo dejo atascado en el limbo.
Su Ka había reacciono instintivamente en ese tiempo concentrándose en sus heridas, al hacerlo un Ka ajeno lo repudio estorbando en su regeneración. Su alma ardió, su cuerpo le dolió, sus fuerzas agonizaron y su mente se nublo.
Mientras el Sanguinario le apuñalaba, Anpu gritaba del dolor por cada vez que el metal rompía su carne y se hundía hasta rozar sus órganos, pero no se podía escuchar. La mirada del agresor lo obligaba a prestarle atención, y que no hiciera otra cosa más que temer el cambiar su visión.
Que al verlo directamente, ese escarlata domino su visión y miles de recuerdos vinieron a su mente, algunos los conocía por experiencia, y otros no sabía cuándo los vivió. Alguna vez conoció a alguien con ese tono, tenía esos mismos ojos y esa misma mirada. Te fulminaba al instante y generaba una corriente de escalofríos desde lo mas profundo de ti, penetrando en tus emociones y destrozando tus pensamientos.
¿Quién era? Esa persona existía por algún motivo en sus memorias, la acababa de descubrir. La acababa de recordar, sin saber que la conoció.
Su cuerpo cedió, su vitalidad se desgasto como para mantener sus sistemas y combatir al extraño al mismo tiempo, su alma no pudo intervenir aterrada por la imponencia del Sanguinario, y su mente, se perdió en el mar de recuerdos.
Se perdió en aquellos recuerdos de su infancia hasta su juventud. La mayoría desagradables, y pocos agradables. Como aquel contraste de la maldad de su padre con la bondad de su tía al sacarlo del lodo donde dormía con chacales, luego de que su madre se lo regalara con tal de llevárselo de aquella prisión que llamaban su hogar.
Dejo de sentir el dolor de los puñales cuando su sensibilidad se esfumo y el sueño lo consumió. Los escalofríos volvieron junto con la sensación de dolor en cada inexistente rastro de apuñalada. Su corazón latió con fuerza y sus manos templaron.
—Oye tu...
El limbo, el estado que optaban cuando su cuerpo dejaba de funcionar, pero su ser no salía de su cuerpo por negarse a la muerte. En ese estado solo vagaban dentro de ellos recapitulando su existencia.
—Oye...
Y era una experiencia estresante.
—¡¿Eres sordo o qué?!
Anpu se sacudió en su lugar sobresaltado por el reclamo de la persona delante de él. Como estaba mirando para abajo vio el calzado y las piernas femeninas de la gritona, y decía piernas porque la falda de la chica solo llegaba hasta sus rodillas y por encima cubría una tela traslucida azul.
—¿Quién esta adentro? —volvió a preguntar enfadada.
No respondió, alzo un poco la cabeza y noto que la chica tenía un brazo en jarra. Mostraba su ombligo y escote con descaro debido a que la parte de arriba de su vestido tenía un diseño muy revelador. A diferencia de las anteriores ella poseía brazaletes y un collar de oro y pedrería azulada.
—¡Te hice una pregunta, al menos ten la modestia de mírame de frente que mi cabeza está aquí arriba! —exigió y alzo la barbilla de Anpu con un dedo para que le viera. Ella se pasmo y luego cambio su semblante de enojada a uno divertido con una sonrisa nítida—. Valla ¿Quién eres? —dijo la kushita con ojos aquamarine.
Anpu se hizo para atrás como si ella lo fuera a atacar.
El toque de la chica bajo su barbilla le había trasmitido una serie de descargas alarmantes. Las primeras se sintieron como señales de estarlo desdeñarlo y las segundas fueron un cambiado drástico a ser en cierta forma agradable. A eso, le agregaba la mirada inquisitiva que ella tenía sobre el con cierto aire malicioso.
Ella se rio divertida por lo ocurrido.
—Disculpa, no era mi intención asustarte—dijo con carisma.
Linda no era indicado para describirla, era mucho mas bella que las rameras de abajo y su porte reflejaba elegancia, sensualidad y autoridad. Portaba una corona de plumas doradas altas y tenía un fleco azabache de lado que salía por debajo. Portaba pendientes a juego. Era casi de su edad.
—Lady Anaka, usted no fue llamada aun—intervino el halcón molesto por la presencia de ella.
—Tu no me das ordenes súbdito, tu señor me ha estado acosando por días y cuando al fin le hago caso me deja en espera.
—Se lo compensara.
—Mas le vale—sentencio y volvió a Anpu con picaría—¿Me permites sentarme a esperar junto a ti?
Anpu no supo cómo responder. Ella se sentó al otro extremo de la larga banca y cruzo sus piernas, esto corrió su falta bajo la tela traslucida mostrando parte de su muslo. Estaba sentada a espalda recta resaltando sus atributos y figura agraciada. Anpu miro del lado contrario y se cruzó de brazos.
—No recuerdo haberlos visto antes ¿acaban de llegar a Kush?
Anpu asintió mintiendo.
—¡Maravilloso! Ya me había cansado de ver siempre las mismas caras...entre otras cosas—dijo esto último con fastidio—. Sin embargo, no les recomiendo hablar con Meruel...es algo, manipulador—Algo así le dio a entender Hor, quien ya había tardado mucho con el Soberano. El asintió y hubo un rato de silencio—¿Sabías que solo permiten subir Soberanos aquí? ¿de qué raza son? —Anpu se puso nervioso— Mmm, entiendo. A mi tampoco me gusta revelar mi origen.
Bostezo aburrida, recargo su brazo en medio de ellos e inclino su cuerpo hacia él. La miro de reojo, estaba mirando la puerta esperando que se abriera igual que él. Fue inevitable la vista a su revelador escote con su colgante casi metido entre sus senos. Ella lo cacho y le dedico una mirada lasciva.
—¿Te gusta lo que ves? Puedo mostrarte más si gustas—invito con un leve tono sensual y un dedo jalando como gancho su escote. Él se corrió por la banca alarmado—. Tranquilo, conmigo no hay compromisos ni tratos—y se recargo en ambos brazos—. Incluso puedes ver más allá—sedujo lanzando su mirada provocativa sabiendo cómo generar cosquilleos por el cuerpo de Anpu.
No había tenido el gusto de toparse muchas Soberanas femeninas antes. Tampoco le dio una primera buena impresión. No quería juzgarla, pero lo tenía con cuidado al ser una desconocida. Aceptar que ella era muy atractiva y que lo estaba incitando le ardería por días, su orgullo quedaba en segundo plano. Con atestiguar a la bailarina y ahora a esta ramera no podía ignorar que los kushitas poseían féminas semejantes a las de su nación.
Que su creador lo castigara por pensar tales cosas. Serian de la misma especie, pero no de la misma raza y ni, aun así, de la misma sangre. Anpu hizo un esfuerzo para alejarse de ella sin poder evadir sus ojos acosadores. Ella sonrió de lado y se deslizo igual.
—¿De qué te apenas? Somos dos adultos aburridos, por experiencia te diré que Meruel puede tardar días en abrir esa puerta y algo me dice que necesitas relajarte—decía mientras deslizaba lentamente su mano hasta rozar con sus dedos la pierna quemándolo con su toque.
Trago en seco y se alejó nuevamente cayendo del borde de la banca. Ella se acostó en la banca riéndose de lo que paso.
—¡Eres tan "pudoroso", eso déjaselo a los pubertos! —se burló ella y se recargo sobre su brazo boca abajo. Anpu bajo la cabeza humillado—. Pero, eso no te quita lo lindo.
Un estruendo del otro lado de la puerta capto su atención. Anpu no lo pensó y se levantó de un salto para abrir la puerta sin permiso de nadie. Las puertas azotaron a los costados. Hor estaba al fondo frente a frente con otro chico amenazándolo con una lanza y una clara expresión de cólera.
45Please respect copyright.PENANAZbLXE7mzgS