El manto oscuro de la noche comenzó a inundar todo el lugar. Las calles comenzaban a iluminarse, a medida que el tiempo seguía transcurriendo; sin embargo, el cielo estaba totalmente nublado sin alguna estrella a la vista y anunciando una gran tormenta. Debido a esto, las calles del lugar empezaban a ser despejadas.
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Nadie quería estar a la intemperie ante la posibilidad de una gran lluvia otoñal que seguramente caería como pequeños golpes helados de agua. Tampoco, ningún alma percibía que esa noche ocurriría un evento trágico.
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Por lo general, todas las personas se llevaban bien en aquella ciudad llamada: El Reino Central, sitio que representaba la magnificencia, poder y capital del mundo que resurgió tras varios conflictos en los que toda la humanidad se vio involucrada. Este era un lugar de enormes y futuristas edificios, combinado con un estilo de rascacielos más parecido al descrito en libros antiguos que hablaban de un mundo que estuvo dividido en países y continentes. Existiendo también, dentro de sus límites, lugar para casas y terrenos privados que generalmente conseguían las familias más adineradas o importantes.
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De acuerdo a otras viejas historias, en el mundo hubo muchos reinos que habían desaparecido sin razón alguna, dejando este único en medio de las Ciudades elementales; empero, y a modo de protección, dicho territorio había comenzado a desarrollar mucha tecnología, logrando conseguir un gran auge económico. Gran parte de esto fue a lazos de cooperación con las ciudades que albergaban a los magos elementales, tras múltiples guerras y conflictos que se dieron por la presencia e influencia de un peligroso ser que era contrario al equilibrio y Orden.
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Por otra parte, casi toda la población en El Reino Central se había hecho de buena fortuna monetaria debido a que emprendieron negocios que les fueron muy prósperos, algunos de ellos, siendo heredados de generación en generación, situación que era bastante habitual en la actualidad.
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Pero había una familia que causaba muchas controversias en todo el lugar. Se trataba de una pareja que no tenía mucho tiempo de vivir en matrimonio, aunque, esto no era lo que desconcertaba a la población. Había algo más en estos dos tórtolos que tenía a la gente con el entrecejo fruncido.
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Aquello que provocó fuertes sentimientos de indignación y rechazo para muchas personas, fue el hecho de que aquel matrimonio estaba conformado por un hombre y una mujer de dos fuerzas opuestas, algo que era considerado inaceptable y peor que un tabú entre la población, debido a los conflictos provocados por la encarnación del Caos, y a que la mujer de aquella relación formaba parte de su estirpe, algo que era muy común entre los temidos magos caóticos.
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Ninguna sola alma dentro del terreno que conformaba El Reino Central, habría llegado a creer que un hombre joven, descendiente de la representación del Orden, proveniente de una familia de alta alcurnia, y considerado como uno de los masculinos más atractivos del reinado, se fijaría con una fémina andrajosa, carente de aparente belleza, y que hurgaba en basureros para alimentarse hasta contraer nupcias con ella. Al menos, ellos la veían así, pues a pesar de que fue cierto que vivió en las calles, era hermosa, y tuvo la fortuna de contraer matrimonio con alguien que estuvo dispuesto a ayudarla, protegerla, y ver que el mundo se equivocaba al juzgarla solo por su ascendencia.
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La noticia de aquella boda rompió muchos corazones, y también llenó de frustración, envidia, y de gran indiferencia a otros más como una sombra que se apoderaba de sus seres. La familia del referido pronto se vio asediada por oleadas de críticas nada constructivas, al igual que de ofensas y amenazas de muerte por parte de muchos de sus vecinos, llegando a perder contratos y parte de su fortuna.
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No muchos querían tener algún negocio con una familia de la que se creía haber aceptado a la escoria en una sociedad avanzada y llena de lujos, además de la nula aceptación de una posible maga caótica. Los progenitores del hombre también se negaron a aceptar la unión. Ellos provenían de sociedades y fuerzas muy distintas. No comprendían la razón por la que su hijo se fijó en esa mujer repugnante.
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Con el corazón roto por la negativa de su familia y para lograr su lazo nupcial, el joven hombre decidió escapar con su amada para casarse en secreto una noche similar a la descrita al inicio de esta historia, ya que entre las personas más cercanas a él, había un par que aceptaba que unieran su amor en una boda que fue modesta, pero llena de sentimientos indescriptibles para los involucrados. Ambos se vieron a los ojos, llorando ante la alegría que les provocaba unir sus cuerpos y almas y así comenzar con los cimientos de la que sería su familia.
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Al poco tiempo de contraer matrimonio, la mujer quedó embarazada, llegando a sentir una enorme felicidad por la vida o vidas que se gestarían en su cuerpo. Cada día, con sus manos cálidas y una sonrisa repleta de amor, acariciaría su vientre, queriendo transmitir a sus pequeños, o pequeño, lo mucho que amaba su existencia.
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Con el paso de los meses, el hijo de aquella pareja nació. Ellos decidieron llamarlo Brent, nombre del abuelo del padre del bebé, en honor a su lucha contra la última invasión del Caos. La mujer miró con dulzura a su bebé, dando un beso en su frentecita y usando sus manos para recorrer su cuerpecito cálido mientras lo colocaba sobre su pecho para alimentarlo. Su bebé mamó hasta quedar satisfecho y alegre por el primer contacto con su progenitora.
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No obstante, tres días después, algo cambiaría.
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El cielo, cada vez más oscuro por las negras nubes ya no soportó la angustia de lo que estaba por suceder: soltó en llanto.
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La familia se preparaba para volver a casa luego de un paseo en un parque, con la fémina arropando con calma y el amor de una madre a su bendición. El pequeñito soltó un quejido ante el frío que sentían sus mejillas, y su madre lo tomó en brazos, meciéndolo con ternura mientras le cantaba una canción de cuna, cuando de pronto, advirtió a su esposo sobre algunas siluetas que los observaban de cerca.
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Fue así que se fueron lo más pronto posible a su automóvil. El bebé estaba inquieto, así que su madre, comenzó a arrullarlo, mientras con sus dedos jugaba con sus manitas para buscar tranquilizarlo.
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Una vez que el coche arrancó, el angustiado padre comenzó la marcha. Fue entonces que notó la presencia de lo que parecían ser enormes serpientes hechas de agua.
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—No puedo creer que ella viniera aquí —enunció la madre del bebé—. De todas las personas a las que no deseo ver, ella encabeza la lista.
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Figuras con túnicas azules se amontonaban, buscando bloquear el paso. El hombre tuvo que acelerar rápidamente, asustando a su hijo, quien comenzó a llorar.
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Tras varios minutos de persecución, y con enormes reptiles de H2O que aumentaban su tamaño gracias a la lluvia, la tensión no hizo más que aumentar.
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—¡No dejes que se acerquen a nuestro bebé! —rogó la fémina a su marido—. ¡No quiero que ellos lo tengan!
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»Debimos hacer aquello desde su primer día con nosotros.
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—No podíamos saberlo, amor.
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Él tomó de la mano a su amada. Un mal momento para distraerse. Un autobús volador pasaba frente a ellos. El conductor se había quedado dormido. No había mucho tiempo para maniobrar. La pareja se miró con angustia, mientras vociferaban algunas palabras. Solamente había algo por hacer. Salvar al bebé. La tristeza se dibujó en sus caras, mientras contemplaban aquella imponente silueta de aquel vehículo que no pudieron evitar.
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Durante el impacto, un destello cubrió levemente al automóvil. Este evitó que quedará hecho completamente añicos. Una silueta apareció por detrás del autobús.
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El Grupo De Investigación De Terribles Accidentes De El Reino Central, cuyas siglas eran: GITARC, tardó poco más de una hora en arribar al lugar de los hechos. Sus integrantes creían que nadie había sobrevivido al fatal evento al ver los cuerpos inertes, demacrados y sin vida de dos adultos.
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No pasó mucho tiempo para que las pocas personas de la organización que examinaron la escena se sorprendieran al escuchar los sollozos de un pequeñito que había sobrevivido a un accidente que acabó con decenas de vidas, incluídas las de sus progenitores. Él se hallaba a los pies de su madre, increíblemente ileso.
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El GITARC no tardó en averiguar sobre las personas que fueron los padres del desdichado huérfano de pocos días de haber nacido. Eran aquel joven hombre y su esposa repudiada por la sociedad. La única opción que había para asegurar su futuro, fue llevarlo con sus únicos familiares más cercanos que seguían con vida, es decir: sus abuelos paternos. No lo harían antes de que los magos de la luz tuvieran oportunidad de revisar si el pequeñito realmente estuviera ileso. La revisión no tardó mucho, y en efecto. No tenía siquiera un rasguño.
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Todavía, con una noche repleta de lluvia, uno de los hombres que atendió el siniestro decidió encargarse del trabajo, por lo que tomó al chiquillo en sus brazos. No había mejor persona para este trabajo.
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[...]
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Al abrirse la puerta del número cero, noventa y siete de la calle verde, una mujer de mediana edad apareció. Su rostro tenía algunas huellas de la edad, y su cabellera castaña comenzaba a ponerse gris por el paso del tiempo. Ella vestía de forma elegante una blusa negra de diseñador y una falda que le llegaba por debajo de las rodillas. La fémina sonrió y se percató de aquello que el hombre del GITARC cargaba.
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—¿Decidiste adoptar, Gustav? —preguntó aquella mujer, al ver que el hombre no comentaba nada.
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—¡Buenas noches, Denisse! —replicó el sujeto, tiritando por el clima y asegurándose de que el pequeño en sus brazos no pasara mal debido a que lo tenía cobijado con una manta que había dejado en su propio automóvil. Afortunadamente, estaba profundamente dormido—. Tengo una gran historia por contarte, amiga mía.
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»¿Me dejarías entrar para explicarte algunas cosas? —cuestionó con una sonrisa nerviosa. Su ceja izquierda se elevaba un poco cuando estaba angustado—. ¿Estará Leonel en casa?
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—¡Por supuesto que sí! —expresó la mujer llamada Denisse—. Todavía la tenemos difícil desde que nuestro hijo se enamoró de aquella mugrosa.
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»¡Sigo sin creer que se fijará en ella!
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—De eso quiero hablar esta noche —mencionó Gustav. Las palabras de la mujer no eran un buen presagio.
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Gustav fue uno de los mejores corredores de todo el mundo, llegando a ganar premios por su velocidad, y otros más por su inteligencia, rasgo que todavía conservaba. No era fornido, aunque se mantenía delgado. Portaba un gabardina beige que llegaba por debajo de sus rodillas y la cual se hallaba sobre una camisa blanca con una corbata de rayas negras y rojas. Usaba un cinturón que ajustaba sus pantalones de color negro. Su calzado era igual de oscuro que la prenda sobre este.
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El esposo de Denisse apareció al lado de ella. El hombre también era de mediana edad; su nariz, puntiaguda; sus ojos, en color negro, mismos que le brindaban un porte serio; y su rostro, un poco arrugado, por lo que llegaba a lucir amenazante. Él era de complexión un poco robusta, y de tez morena clara.
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Ambos caballeros se estrecharon de manos, y se saludaran cordialmente como solían hacerlo cada vez que se encontraban; no obstante, el hombre se sorprendió de la misma manera que su esposa al ver al bebé que Gustav traía en brazos.
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—¿Gustas algo de beber? —inquirió Leonel a su viejo amigo de la juventud—. Veo que traes una joven compañía contigo.
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—No, pero agradezco el amable gesto de tu parte, amigo —respondió Gustav en forma cordial, y tras una exhalación de cansancio, comenzó a hablar sobre su trabajo—. Ha sido una noche muy larga en el GITARC.
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»Nunca habíamos tenido tantos accidentes en una noche. Hay quienes hablan del regreso del Señor del Caos, e incluso, muchos creen que tiene más seguidores.
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»A mi punto de vista, deben ser patrañas. El Departamento De Seguridad De El Reino Central cree que son historias para asustar a la gente, especialmente a los niños.
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—Debo admitir que no he escuchado de ese tipo desde que asesinó a mis abuelos en la última guerra provocada por él —comentó Leonel a Gustav, mostrando una mueca de desagrado, mientras apretaba las manos—. Yo espero no saber nada de él en lo que me resta de vida.
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»Por su culpa, mis padres murieron en el centro de enfermedades mentales de Ciudad Valentía al estar sometidos a una tortura psicológica que él les provocó.
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La esposa de Leonel se veía consternada. Ella también había perdido a muchos de sus seres queridos por culpa del ser al que llamaban el Señor del Caos. Pero ninguno de ellos podía evitar que la gente hablara de su muy posible regreso. Después de todo, su muerte no fue asegurada por nadie tras la invasión que sufrió El Reino Central en la juventud de la ahora pareja.
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—Eso mismo creo yo —comunicó Gustav, recordando el rostro cubierto de sangre de su madre, quién fue asesinada por uno de los hijos del ser más caótico de la existencia—. La verdad, no llego a imaginar siquiera el dolor de ustedes dos al recordar aquellas terribles desgracias.
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»Tampoco el de muchas otras familias que se vieron afectadas por…
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—¡Okuros! —interrumpió Leonel. Su rostro comenzaba a endurecerse y tornarse rojo por rememorar aquellos hechos—. Hasta a mí me molestaría si todos me llamaran «el Señor del Caos» en todo momento.
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»De todas maneras, el título no hará que ese desgraciado sea más bondadoso.
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—¡Claro! ¡Okuros! —exclamó Gustav entrando en nerviosismo al mencionar un nombre que era considerado tabú—. Y entiendo que, de igual manera, el GITARC y el Departamento De Seguridad De El Reino Central o DSRC, trabajen en conjunto para cualquier posible regreso de… Okuros.
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Gustav soltó una risa llena de incomodidad. No era de su gusto pronunciar aquel nombre. De hecho, no muchos se atrevían a decirlo. Okuros fue el responsable de muchas muertes, y también de las peores guerras del mundo. Su sola presencia marcaba el inicio de los mayores conflictos que tuvo la humanidad. Fue el responsable de las guerras mundiales en la época en la que el planeta fue dividido en países y continentes. Se decía que también estuvo involucrado en la destrucción de la vida en otros lugares del universo. Su deber y naturaleza era el de acabar con el Orden y equilibrio.
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Él había creado distintos grupos de sus esbirros en las Ciudades elementales para derrocar gobiernos enteros; sin embargo, fue derrotado, y su nombre causaba temor y ansiedad en las masas. Había la creencia de que los nombres cargaban cierto tipo de poder en sus portadores.
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El hombre del GITARC miró a su alrededor. La casa de Leonel y Denisse estaba llena de muebles lujosos y bellos candelabros en el techo. En la sala en la que se encontraba, había un tapete de hilos dorados; los sillones estaban hechos de materiales totalmente finos; se hallaba un piano hecho de una madera brillante que era decorado con algunos adornos de oro puro. A su nariz llegó un olor a incienso de azafrán. Sin duda, aquella familia era muy rica e influyente, o al menos lo había sido antes del capricho del hijo que se enamoró de una mujer cuya procedencia era... el propio Señor del Caos.
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—¿Sucede algo, viejo amigo? —preguntó Leonel a Gustav, mientras este comenzaba a preguntarse si aquella pareja aceptaría a su nieto al que posiblemente considerarían indigno.
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—No, todo bien —mintió—. Bueno, creo que iré al punto de mi visita. Esta noche recibimos una llamada desde el Puente Celestial.
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»Un autobús-volador se había impactado contra un vehículo, lo que resultó en un accidente fatal. —miró de reojo al bebé—. Nadie sobrevivió. Al menos eso creímos en un inicio.
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Aquella vieja pareja compartió una mirada de zozobra ante la acogedora noticia. Sin embargo, lo peor de la historia todavía no había sido relatado. Gustav tomó un poco de aire antes de continuar
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—En el último accidente que investigué, este pequeño renacuajo fue el único en sobrevivir. —Se refería a aquel bebito que tenía en brazos.
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Hizo una leve pausa para intentar aclarar aquel nudo que tenía en la garganta. El progenitor del pequeño fue su ahijado en vida.
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—Brenton y su esposa murieron en aquel accidente. Su hijo, al parecer, sobrevivió con la ayuda de un hechizo realizado por ambos.
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—¡Mientes! —gritó Leonel, desbordando furia—. ¡Estás mintiendo!
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Gustav negó con la cabeza. Denisse se echó a llorar totalmente desconsolada sobre el regazo de su esposo, y este fulminó a Gustav con la mirada, ordenándole abandonar su propiedad. Parecía ser un caso perdido. «¿Qué sería del bebé que sobrevivió a ese accidente?», llegó a preguntarse el trabajador del GITARC.
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Justo cuando abrió la puerta para abandonar la casa de aquella vieja pareja, Leonel lo llamó.
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—¿Y me dices que ese chico es mi nieto?
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—Así es —afirmó Gustav, rindiéndose ante la idea de que aquel no pudiera ser el nuevo hogar del pequeño—. Posiblemente, este sea el último recuerdo de tu hijo que en paz descanse, Leonel.
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»Entenderé si no quieres que se quede con ustedes. En el GITARC le encontraremos un hogar y una familia. ¡Te lo aseguro, viejo amigo!
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—¡Qué va! —gruñó el hombre, haciendo una seña para que Gustav le entregará a su nieto—. Se quedará con nosotros. Es sangre de mi sangre. Es lo único que nos queda de Brenton.
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Con una combinación de zozobra y alegría, entregó a los brazos de sus tatos a aquel bebito que abrió los ojos. No daba con sus padres, pero parecía haber algo familiar en el ambiente. Estaba inquieto, tratando de buscar a su mamá con la mirada.
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El hombre volvió a su vehículo para entregar a Leonel algunos papeles que había encontrado en el vehículo del padre del bebé. Al parecer, eran documentos sobre el pequeño. Después de dárselos a Leonel en la mano, ambos se despidieron, y el hombre del GITARC se alejó para dejar al chico en compañía de las personas que lo cuidarían en lugar de sus progenitores.
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Después, el hombre comenzó a hojear los documentos que le entregó su amigo. Encontró primero el certificado de nacimiento de su nieto.
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—¡Se llama Brent! —mencionó Leonel a su esposa, llorando de alegría ante el descubrimiento—. Me sorprende que nuestro hijo llamara a nuestro nieto en honor a su abuelo.
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Denisse tomó en brazos a su nieto, dándole un beso en la frente, y este se durmió como por arte de magia. Ella sonrió. Al parecer, ninguno de los dos lo consideraba indigno, sin importar la procedencia de la madre del chiquillo. De hecho, les sorprendió lo mucho que el bebé se parecía a su padre.
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—¡Es el vivo retrato de nuestro hijo! —comentó Denisse, con los ojos que comenzaron a llenarse de lágrimas de tristeza y felicidad ante la pérdida que ahora tenía que afrontar.
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—Lo es —protestó Leonel, intentando mostrarse indiferente, aunque con ningún poco éxito—. De acuerdo, es su vivo retrato. ¡Es nuestro pequeño Brent!
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[...]
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Casi quince años más adelante, Denisse subía con rabia las escaleras que la conducían al segundo piso y a la habitación de su niero. Brent era un chico alto; su tez, morena clara; los ojos, negros como el carbón, al igual que los su abuelo; la nariz, ganchuda debido a un accidente con un árbol algunos años atrás mientras hacía travesuras con su mejor amigo de la infancia. Vestía ropa para dormir y no daba señal de querer levantarse para ir a clases. De hecho, lo detestaba más que nada en el mundo.
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—¡Ya es hora de levantarse de una vez, Brent! —ordenó Denisse a todo pulmón—. ¡Perderás el transporte escolar, muchacho flojo!
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—¡No quiero, abuela! —protestó el chico, todavía acostado y cobijado—. ¡Quiero quedarme en casa todo el día para cocinar algo bien rico a tu lado!
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—¡Olvídalo de una maldita vez! —bramó la rabiosa mujer, mientras le echaba un balde repleto de agua fría encima al chavalito.
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Brent sintió el baño helado sobre su cuerpo, saltó y gritó despavorido. Era lo único que realmente le hacía levantarse de la cama cuando se ponía reacio a asistir al colegio.
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En muchas otras ocasiones anteriores, ni el agua fría tuvo el efecto esperado debido a que el muchacho escapaba temprano de su casa para ir a un salón de videojuegos junto a su mejor amigo.
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—¡Ya me levanto! —chilló el muchacho. Estaba tiritando por la gélida temperatura del agua que fue rociada sobre su cuerpo.
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—¡No entiendo a este chico! —exclamó Denisse al aire—. Ni su padre se comportaba de esa manera.
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»¡Tal vez lo heredó de su andrajosa madre!
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Momentos más tarde, Brent se dio una ducha rápida, saliendo a los pocos minutos después en dirección a su habitación para ponerse una camisa azul claro, unos pantalones nuevos en color beige, y un par deportivas de color blanco. Su abuelo, conociendo su comportamiento, dudó que el chico tomara un baño. Antes ya se había presentado al colegio con un terrible hedor con el que molestaba a sus compañeros.
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—¿Tomaste una ducha de verdad, Brent? —interrogó Leonel a su nieto, y este no dudó en responder que lo había hecho.
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Él todavía no estaba convencido de que su nieto le dijera la verdad, por lo que le pidió al chico que se acercara para olfatearlo. Notó que no había olor desagradable en él.
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—¡Muy bien! —expresó el abuelo—, pero si me entero de que de nuevo molestaste a tus compañeros de nuevo con tu hedor a sudor y patas, tendrás tres meses de castigo limpiando los retretes de mi compañía.
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—¡Claro que sí, abuelo! —Sus ojos brillaban—. ¡Hasta luego!
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»¡Los quiero mucho, abuelos! —se fue, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa pícara.
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De esa manera, el chamo dejó su casa. El transporte escolar apareció justo unos minutos después, y con pocos ánimos, se adentró entre sus paredes metálicas que estaban decoradas con un tapiz de terciopelo, y cuyos asientos brindaban al menos un poco de comodidad en su retaguardia con unos cojines. La mayoría de los chicos no le prestaban atención, a excepción de un muchacho regordete al final del interior del transporte.
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—¡Hola, Brent! —Saludo aquel chico—. ¿Sabes lo qué pasó recientemente?
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—Hola, Harold —respondió Brent regordete—. No sé a qué te refieres.
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»La verdad, estuve castigado y tuve que ayudar a acomodar toda la biblioteca —fingió interés—. Luego, ayudé a la señora T a preparar la comida de hoy. Hoy comeremos nuevamente puré de manzana y patatas.
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—¡Detesto el puré de manzana! —protestó Harold, fingiendo vomitar por la ventana—. ¡Eso no es comida!
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»A la señora T no le gusta preparar algo decente.
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—Así parece —dijo Brent, desviando su mirada a los alrededores del interior del transporte escolar. Parecía buscar algo o a alguien, pero no conseguía encontrar nada—. ¿Has visto a Jenna y a Oswald?
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Los referidos eran sus mejores amigos.
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Oswald era un muchacho de catorce años; de complexión, delgada; el cabello, oscuro como la noche; los ojos, negros, aunque de día parecían de un azul similar a parte del abismo marino.
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Como parte de una travesura al lado del moreno, este chico quedó con el naso con una forma similar: ganchuda.
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En el jardín de infantes, y a una corta edad, Brent era molestado por otros chicos que llenaban su mente de insultos contra su madre. Oswald no toleraba las burlas y palabras hirientes contra el chico que actualmente consideraba su pana. Así que lo defendió en muchas ocasiones, metiéndose en problemas, y llegando a decir: «Los violentos son aquellos que agreden a alguien sin justificación. Yo sólo estoy protegiendo a un amigo al que quiero mucho».
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Conmovido por las palabras de aquel chico que lo protegía del cruel trato del que era víctima, Brent, con la pesadez que sintió en los ojos, no tardó en mostrar las primeras lágrimas de felicidad al escuchar que alguien lo consideraba un amigo. En parte, también por un sentimiento de vergüenza.
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El otro chico sólo sonrió y decidió brindar ser el mejor amigo del moreno.
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Y además de ofrecer su mano, Oswald le dio un abrazo a aquel «ruidoso pero agradable panita», provocando que Brent llorase con mayor intensidad. No estaba solo en el salón de clases. Con Oswald consiguió a alguien parecido a un valiente caballero que lo cuidaría de los pequeños y malvados trolls que lo molestaban.
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Con el paso del tiempo, ambos se volvieron grandes amigos, llegando a meterse en problemas juntos por múltiples bromas y travesuras que hicieron juntos, sin importarles ambos los regaños que recibían en sus hogares.
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El día en que ambos se golpearon la nariz, los dos rieron a carcajadas. Los abuelos de Brent trataron de que dejara de ver al otro sin éxito alguno. Los padres del chico de cabello negro se resignaron a que el par continuara con su amistad.
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Y con los años, el mejor amigo de Brent adquirió mayores ocupaciones al entrar a clases para magos elementales. Se veían menos y de todas maneras encontraban una forma de verse, reír juntos, o simplemente tener una pequeña charla.
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En cuanto a Jenna, ella era una joven cuyo cabello sedoso caía por debajo de sus hombros, aunque solía estar desarreglado. Ella era de cabello oscuro, piel aperlada y suave, y un aroma a té que encantaba a Brent.
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La referida también había sido la primera chica en mostrador amable con el pibe. Desde el día que se conocieron, cerca de casi tres años atrás, ella se mostró completamente amable y ofreció una sonrisa al chico. Brent quedó hipnotizado con la forma en la que aquella chica arregló su cabello luego de que él se presentarse a gritos tras devolverle un lápiz que se le había caído al suelo a ella.
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El corazón del chavalito sintió algo similar a un flechazo de un querubín que encendió ardiente llama del amor, uno que para su desgracia, no sabía expresar dada su inexperiencia en el tema. La muchacha era todavía una desconocida para él. Aunque deseaba poder conocerla mejor.
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Las cosas no tardaron en mejorar. Ella parecía aceptarlo tal cual. Jenna llegó a escuchar los insultos que el chaval recibía sobre sus progenitores. Le ofreció su apoyo, hombro y un pañuelo para expresar el sentimiento de tristeza cuando aquello ocurría. También lo defendió varias veces de aquel maltrato.
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También fue la primera mina que no le dijo cosas terribles, y trataba de animarlo con gestos y expresiones amables. Ella le regaló un oso de peluche que atesoraba con su propia vida.
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«Jenna se siente tan cercana y lejana a la vez», meditó el chico. Pues llegó a pensar que su amiga ya sabía cosas de él mucho antes de conocerla por algunas palabras que salían de su boca.
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El misterio y amabilidad de la joven no hizo nada más que aumentar la atracción que él tenía por ella. Parecía un regalo caído del cielo. Y entonces, se dio cuenta de que la muchacha hablaba con otras chicas sobre algunos muchachos atractivos.
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Fue así que descubrió que su amiga sería solamente eso. Brent no tenía una figura atlética. Tampoco era desagradable física o mentalmente; sin embargo, la fémina tenía sus propios gustos.
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Todavía, hundido en sus recuerdos, escuchó una voz que lo trajo de vuelta a la realidad.
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—No los he visto —contestó el otro chico, sin haber notado que el moreno estuvo un tiempo en las nubes—. Creo que hoy estarán con sus familias.
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»Me parece que los padres de ambos van a fusionar sus empresas.
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—¡¿Pero qué?! —cuestionó Brent tras recibir una información impactante. Una mueca de asombro se asomó por su rostro—. Me sorprende que sus padres se lleven bien, porque esos dos son como perros y gatos.
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Pronto, el chaval perdió el interés en seguir hablando con el otro. Sus ojos comenzaron a cerrarse tras sentirse muy pesados. El muchacho tenía muchas ganas de dormir. Moría de sueño.
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Segundos más tarde visualizó una llama oscura. Otras cinco más se encendieron a su alrededor; estas eran de diferentes colores. Un extraño círculo de luz apareció justo frente a él.
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Dos extrañas esferas de luz aparecieron; una, blanca; la otra, negra. Estás figuras comenzaron a chocar entre sí. Brent comenzó a escuchar una risa malvada que le heló la sangre. Él quería salir de ese sueño ya que sentía que estaba en una situación peligrosa.
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—Esta es la forma en la que mi heredero se da cuenta del cruel destino que tiene su tonto y patético mundo —mencionó una monstruosa voz—. Hay algo peculiar en el muchacho. Es algo impulsivo e inteligente. Noble. Algo amigable, pero rebelde.
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»Me interesa que despiertes tu poder.
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—¿Quién eres tú? —cuestionó el jovencito, totalmente confundido ante lo que escuchó de aquella voz desconocida que parecía tener cierto interés en él.
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—¡Despierta! —gritó aquella voz monstruosa—. ¡Despierta!
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Y de pronto, Brent abrió los ojos. El conductor del transporte escolar le seguía gritando que despertara, hasta que se dio cuenta de que el chico ya no estaba dormido. Le ordenó que dejara el autobús y corriera para llegar a tiempo a clases. El chico salió inmediatamente, tratando de descifrar en su mente algo más sobre ese extraño evento que vivió al estar «mimido».
