En una casita junto a un prado vivían tres gatitos hermanitos: Tobi, Mina y Lilo. Aunque eran familia, tenían personalidades muy distintas. Tobi, el mayor, era inquieto y siempre estaba corriendo tras cualquier cosa que se moviera. Mina, la mediana, prefería descansar al sol y sólo jugaba a ratos. Lilo, el más pequeño, era tímido y menos ágil, pero siempre quería acompañar a sus hermanos en sus aventuras.
A menudo, Tobi y Mina dejaban a Lilo atrás. Lo consideraban demasiado lento para seguir su ritmo y rara vez lo incluían en sus juegos. Lilo, aunque deseaba ser parte de su mundo, se quedaba observándolos desde lejos, sin quejarse. Pasaban los días y Tobi y Mina continuaban ignorándolo.
Un día, Lilo dejó de salir a jugar. Se acurrucaba en su camita, más débil de lo normal. Tobi y Mina no le prestaron mucha atención, pensando que solo necesitaba descansar, pero pronto se dieron cuenta de que su hermanito no mejoraba. Una mañana, Lilo no despertó.
La noticia los golpeó con fuerza. Tobi y Mina, llenos de dolor y remordimiento, comprendieron que habían perdido a su hermano para siempre. Recordaron todos esos momentos en los que lo dejaron de lado, las veces que él los miraba con la esperanza de ser incluido, y sintieron una tristeza profunda por no haberlo valorado.
A partir de ese día, Tobi y Mina se volvieron inseparables, aprendiendo que el tiempo compartido con los seres queridos es único y no debe desperdiciarse. Aunque Lilo ya no estaba con ellos, su recuerdo permaneció, y cada vez que jugaban en el prado, lo imaginaban corriendo a su lado, feliz, como siempre había querido.