Disclaimer:
Esta obra toca temas sensibles relacionados con el clasismo, el racismo y el esclavismo. Estos temas son tratados en el contexto de la narrativa y se presentan con el propósito de generar reflexión sobre las injusticias y las dinámicas de poder en el mundo. Se recomienda discreción al lector, especialmente a aquellos que puedan sentirse afectados por estas temáticas.
Capítulo 3: El comienzo de la futura revolución
Zarek llevaba una semana viajando lejos de la opulencia de su hogar y los rígidos mandatos del gobierno mundial. Vestido con una simple túnica y capucha, descansaba bajo la sombra de un árbol, acompañado de libros viejos que había conseguido en su travesía. Sus ojos recorrían páginas de temas variados: matemáticas, magia y filosofía, buscando conocimientos que pudieran serle útiles en su nueva vida.
El día era tranquilo, y el canto de los pájaros llenaba el aire. De repente, el sonido de cascos rompiendo la calma del camino cercano llamó su atención. Cerró su libro y, con precaución, miró hacia el origen del ruido.
Un grupo de caballos avanzaba arrastrando un gran cesto de madera cubierto por una lona. Los hombres que escoltaban el cargamento vestían armaduras gastadas y llevaban espadas y lanzas. Zarek notó algo extraño en su proceder: eran demasiado cautelosos, y sus miradas constantemente escaneaban el entorno como si temieran ser descubiertos.
"Mercancía ilegal," pensó Zarek. Había visto esa clase de comportamiento antes. La corrupción permitía que los bienes prohibidos fluyeran por las manos equivocadas, siempre bajo la vigilancia discreta del gobierno mundial.
Decidió ocultarse mejor entre las ramas del árbol. Desde allí tenía una mejor vista del contenido del cesto. Entre armas rudimentarias y extraños artefactos, algo llamó poderosamente su atención: una niña, de no más de 9 años, estaba acurrucada dentro, con los ojos rojos por el llanto.
Zarek sintió un nudo en el estómago. "¿Es una esclava? ¿Un intercambio?" se preguntó, mientras veía cómo la niña intentaba en vano contener sus sollozos.
Mientras los hombres comenzaban a investigar su presencia, Zarek decidió actuar. Bajó tranquilamente del árbol, con la capucha cubriéndole el rostro para no revelar su identidad. Caminó hacia ellos con pasos firmes, deteniéndose a una distancia prudente.
—Conque mercancía ilegal, ¿verdad? —dijo con voz firme y segura.
Los dos hombres se miraron entre sí, desconcertados al principio, pero luego soltaron risas nerviosas.
—¿Y quién pregunta? —respondió uno de ellos, ajustando su espada en la cintura.
Sin decir una palabra, Zarek señaló el cesto cubierto con la lona. Los hombres lo observaron con cautela y, tras un intercambio de miradas, uno de ellos asintió. Con movimientos cuidadosos, retiraron la lona, revelando lo que había debajo.
Además de las armas, estaba la niña. Sus lágrimas aún mojaban su rostro, y su cuerpo temblaba mientras miraba al suelo. Zarek frunció el ceño, pero no dijo nada.
El hombre que había quitado la lona habló con seriedad:
—Ella es Akumi. Sus padres fueron vendidos como esclavos, y ella estuvo a punto de sufrir el mismo destino. Por eso nos pidieron que la escondiéramos y la lleváramos a un pueblo lejano, desconocido para los de las naciones. Por eso está sollozando, ha perdido todo.
Zarek observó a los hombres con una mezcla de desconfianza y curiosidad. Todo en su apariencia y tono sugería que no estaban mintiendo.
—Unas dos últimas cosas —dijo Zarek tras unos segundos de silencio—. Díganme sus nombres.
El primer hombre alzó una ceja, pero finalmente respondió:
—Takeshi Swardson.
El segundo, algo más reacio, finalmente murmuró:
—Kenzo Mitarashi.
Zarek asintió, sus ojos fríos fijos en ambos hombres.
—Y segundo —continuó, con un tono firme—, ¿puedo unirme al viaje?
Ambos hombres lo miraron con sorpresa, y Takeshi entrecerró los ojos al ver el brillo de decisión en la mirada de Zarek.
—¿Por qué querrías unirte? —preguntó Kenzo, sospechoso.
Zarek, sin responder directamente, se quitó la capucha lentamente, revelando su identidad. En el momento en que lo reconocieron, ambos hombres desenvainaron sus espadas, tensos y listos para atacar.
Zarek no se inmutó. Dio un paso adelante con tranquilidad y, con movimientos rápidos, colocó la punta de ambas espadas en su cuello, dejando a los hombres sin aliento por el miedo.
—Si desconfían de mí, no duden y háganlo —dijo con voz firme, mirándolos directamente a los ojos—. Pero si ven en mí la confianza que tenían antes, como para revelarme todo esto, entonces déjenme ir con ustedes.
El silencio que siguió fue intenso. Takeshi y Kenzo intercambiaron miradas, viendo la determinación en Zarek. Finalmente, Takeshi bajó su espada primero.
—Está bien —dijo con voz resignada—. Pero, si haces algo que ponga en peligro a Akumi, no dudaré en acabar contigo.
Kenzo gruñó, pero también bajó su espada.
—Que quede claro que no confío en ti —dijo, señalando a Zarek con el filo de su arma antes de enfundarla de nuevo—. Pero si Takeshi dice que puedes venir, entonces no me queda más remedio.
Zarek asintió, volviendo a cubrirse con la capucha.
—No se arrepentirán —dijo, mientras se preparaba para acompañarlos en su viaje.
Tras varias horas de marcha, el grupo se acercaba a un cruce de caminos donde la senda se estrechaba y se oscurecía con el paso de los árboles. Fue en ese momento cuando un grupo de guardias de la frontera apareció, bloqueando su paso.
—¡Alto! —exigió uno de los soldados—. Necesitamos ver lo que lleváis en ese cesto. ¡Levántalo!
Los dos hombres miraron a Zarek, pero él les hizo un gesto silencioso para que no reaccionaran. Sabía que los guardias podrían ser más que un simple obstáculo. Takeshi, Kenzo y Zarek se mantuvieron firmes, sin hacer movimientos bruscos.
—¿Qué hacemos ahora? —susurró Kenzo, nervioso.
Zarek no respondió de inmediato. Analizó la situación y luego, con destreza, movió las manos en rápidas secuencias. Un resplandor brillante apareció, cegando a los guardias momentáneamente.
—¡Hechizo de destello! —dijo Zarek en voz baja.
En un segundo, la luz de la explosión dejó a los soldados atónitos. Zarek aprovechó el caos para aplicar un hechizo de camuflaje, haciendo que él y sus compañeros se fundieran con el entorno, invisibles ante la mirada de los guardias.
Silenciosamente, Zarek se acercó por detrás y, con movimientos ágiles, noqueó a los dos soldados con golpes certeros en la nuca.
—¿Listos para retomar el camino? —exclamó Zarek, mientras se aseguraba de que los guardias estuvieran fuera de combate.
Takeshi y Kenzo, aún sorprendidos por la rapidez de Zarek, asintieron.
—Vamos —dijo Takeshi—. No tenemos tiempo que perder.
Zarek sonrió, sabiendo que su viaje apenas comenzaba.
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