Cruzaron la carretera, con las ruedas del auto rechinando ruidosamente.
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De madera de roble, y con ventanas pulidas hasta resplandecer, podían divisar la casa en la lejanía.
Por fin dejarían el departamento, y se mudarían a una casa de verdad.
A las pocas horas de llegar a la casa, la sombra del camión de mudanza apareció por la carretera.
Era un camión blanco, casi tan grande como la misma casa.
De el bajo un hombre con overol y una abundante barba, y comenzó a bajar los muebles uno por uno.
Ya que no pudieron pagar un equipo de mudanza completo, mi padre había tenido que ayudar a bajar los muebles.
Cuando el camión quedo vacío, no quedo más que una extraña caja en una esquina.
Aunque su padre le dijo al conductor que esa caja no les pertenecía, este se limito a levantar los hombros y decir que desconocía su origen.
Al acercarme para levantar la caja con la ayuda de mi padre, el olor a podrido fue tan intenso que tuve que taparme la nariz.
Mi padre le reclamo al conductor que la caja debía de estar podrida, pero a el no pareció importarle.
A pesar de su aspecto común, mi padre apenas fue capaz de levantarla del suelo del camión.
Una vez que la caja toco el pavimento, el conductor se marcho sin decir una palabra más.
Al cabo de unas horas, todos los muebles estaban en su lugar.
Era una casa hogareña, con una amplia cocina y dos baños.
Estaba claro que mi madre había quedado fascinada con el living y el patio.
Y en cuanto a la caja, mi padre la tomo y la arrojo en una esquina del ático.
Habían tenido mucha suerte al haber comprado esa casa a un precio tan bajo.
Cuando la noche comenzó a derramarse sobre el césped y el tejado, decidimos ir a dormir temprano.
Pero sabía que algo no andaba bien.
Podía escuchar claramente los golpes en la puerta.
Y podía escuchar la puerta de ático golpearse.
Los ruidos no se detuvieron hasta que decidí levantarme.
En la altura del techo, podía ver la puerta del ático.
Me tomo unos cuantos saltos abrirla, pero una vez que la abrí, la escalera bajo hasta llegar a la alfombra.
Comencé a subir, rezando que mis padres no se despertaran.
El ático era oscuro, lleno de viejas sillas, y cuadros rotos.
Al enfocar la vista, pude ver la caja en la esquina del desván.
La caja estaba abierta.
Me acerque, con los pasos susurrando en la alfombra llena de polvo.
Cuando estaba a unos pocos metros de la caja, esta se movió bruscamente.
Me di la vuelta y corrí hacia la puerta.
Detrás de mí, escuche la caja tambalearse y caer.
Algo se estaba derramando en el suelo.
Me quede paralizado, con el cuerpo sudando y temblando.
Mientras algo detrás de mí se arrastraba.
El pegajoso liquido llego hasta mis talones, empapando mis calcetines.
Con el cuerpo temblando, comencé a darme la vuelta.
Al mirar a la caja, mi corazón dio un salto.
La caja estaba de lado, con aquella criatura emergiendo de ella.
Su piel era pálida y enfermiza, como un cadáver en descomposición.
Sus piernas habían sido arrancadas, y sus costillas se marcaban en su piel.
Sus largos dedos se sumergían en la alfombra.
Avanzando como un gusano, la mujer se aferro a sus piernas.
Tenía los ojos inyectados en sangre, y su mandíbula se estremecía compulsivamente.
Por más que lo intentara, no pude mover mi cuerpo.
Estaba totalmente paralizado.
Mis ojos se salían de las orbitas, y el miedo parecía un grillete en mi cuello.
Las uñas de la mujer se hundieron en mis rodillas.
El dolor hizo que gritara, y la adrenalina que me moviera.
Di un traspié y caí de espaldas.
Mi cuerpo cayó por las escaleras, y aterricé sobre la alfombra del pasillo.
Me levante rápidamente, y cerré la pequeña puerta del ático.
Y lo siguiente que escuche, fue a alguien cantar desde el ático.
A la mañana siguiente, le roge a mi padre para que quemara la caja, sin explicarle la historia.
Pero al quemarla durante la tarde, dijo que estaba totalmente vacía.
Con la ingenua seguridad, los temores desaparecieron durante las noches.
Pero no la sangre sobre la alfombra del desván.
Ni el ojo que observaba a la familia desde el rabillo de la puerta del ático.
Vigilando todas las noches, con macabra avidez.
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