Prólogo
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VaudeVille, que hace parte de la imponente Astronave Bakunin, centro icónico del esparcimiento, los negocios y, sobre todo la libertad, hoy como todos los días está a reventar de gente; tanto locales como foráneos disfrutan de los placeres y de las experiencias que solo este “terruño” espacial independiente puede ofrecer.
Comienza entonces el mágico atardecer de VaudeVille, momento en el que parece que el tiempo se detiene, para que las personas embelesadas se deleiten con el espectáculo que se muestra ante sus ojos; sin embargo, en medio de las atribuladas calles, caminan a paso ligero tres personas del cuerpo de moderadores que no pueden darse el lujo de detenerse; las personas del lugar los ven pasar y aunque están acostumbrados a que estos ronden la ciudad espacial (como la fuerza de seguridad que son), ciertamente este grupo es un poco más llamativo de lo normal ya que no solo pasan como trombas y bastante serios, sino que además van fuertemente armados, todos con pistolas enfundadas, dos de ellos llevan fusil combi en mano y uno más lleva un spitfire.
Poco a poco van dejando atrás el bullicio y las luces de neón para irse adentrando en las calles menos majestuosas del sector, básicamente, las que van saliendo de VaudeVille para adentrarse en los espacios comunes que conectan con los otros módulos de Bakunin. Guzmán, un hombre alto, fornido, de ascendencia latina; de cabello corto y edad media estira el cuello y mueve los hombros para quitarse el estrés que le produce el afán que llevan.
—No deberías preocuparte tanto Guzmán, no es nada que no hayamos hecho antes —dijo Mancini, el moderador que caminaba a la derecha de Guzmán. Este era un hombre bajo de estatura, calvo y de mirada adusta. Su cuerpo mostraba menos rigidez que la de su compañero y trataba de transmitirle su confianza.
—Seguro, debe ser por eso que nos mandaron con un spitfire —contestó Guzmán mostrando el arma que llevaba en las manos y que se sujetaba a su cuerpo con una correa de cuero negra. Su compañero solo se encogió de hombros como si no tuviera importancia.
—No hay de qué preocuparse, tendremos apoyo adicional —dijo desde atrás la teniente Ortega; una mujer hermosa no muy alta, de contextura atlética y de una suave piel azul claro; su cabello rojizo era lacio y corto hasta los hombros; sus ojos eran púrpuras y su rostro angelical, suave y angular.
—Teniente, eso no me tranquiliza, además, no nos ha dicho quién será nuestro apoyo… espero que sea un taskmaster.
Pasó el mágico atardecer y la noche artificial se apoderó de la nave. En los sectores comerciales este cambio parece casi imperceptible ya que las luces de la ciudad continúan alumbrando, las personas se siguen divirtiendo sin importarles las horas del día (o ciclo de sueño, según cada quien) que sean, sin embargo, no es así en el resto de los sectores de la ciudad. A la parte que se dirigen los tres moderadores, es una de las más marginadas de la nave, y el silencio y la oscuridad reinan en el sitio; enormes bloques que representan edificios de color gris ensombrecen aún más el ambiente. No es un sitio especialmente seguro, incluso para un grupo de moderadores.
—Este es el lugar de encuentro con nuestro apoyo —dijo finalmente la teniente Ortega deteniéndose en una esquina cerca de lo que podría considerarse un poste de luz. La espera no fue muy larga, aunque el silencio se hiciera eterno.
—Teniente, es un placer conocerla. —Desde las sombras se escuchó una suave voz femenina decir estas palabras. Todos levantaron sus rostros para advertir una silueta oscura, acuclillada en la esquina de un balcón del segundo piso de un edificio del otro lado de la escasa luz que proveía el farol; los moderadores calcularon que el contacto había llegado allí antes que ellos y que se mantuvo entre las sombras observándolos durante los minutos de espera—. Mis niños y yo estábamos deseosos de trabajar con usted.
—¿Niños? —preguntaron al unísono mirándose entre ellos y a los pocos segundos vieron tres pares de ojos amarillos asomarse en la negrura de los callejones; los pasos de las figuras eran lentos pero contenidos, procurando mantenerse en las sombras. De un solo salto y con acrobáticas piruetas la figura femenina bajó de su escondite y se mostró ante la luz.
—¡Por la Observancia! —dijo sorprendido Guzmán sin poder evitar el dar un paso atrás, al ver la impactante imagen que había aparecido ante ellos; se trataba de una mujer alta y delgada, tallada por sus ropas negras, que consistían tanto de su pantalón y botas como de la camisa manga corta al hombro. Llevaba también un par de pistolas en sus muslos y un cuchillo a la espalda del cinto. Su piel era de un rojo escarlata y sus pupilas amarillas nadaban en una esclerótica negra. Su frente estaba coronada por dos pequeños cuernos curvos hacia a atrás de color amarillo hueso y su cabello era negro azabache largo y lacio. En su cara una sonrisa dejaba ver unos dientes blancos y perfectos; en sus ojos una mirada de confianza.
—Detective Diabla a sus órdenes, teniente —dijo la mujer poniéndose en posición de firmes al tiempo que hacía un saludo militar desenfadado, sin perder su sonrisa.
—¿Diabla? Que cliché —contestó Mancini con desdén levantando una ceja al tiempo que apoyaba su fusil combi entre su brazo derecho y el tronco de su cuerpo, con el arma apuntando hacia arriba; la mujer, mucho más alta que él le dedicó una mueca de reproche de niña mimada.
—Descanse detective —respondió Ortega ignorando el comentario de su subordinado y saludando de mano a la mujer en un fuerte apretón que la detective no pasó por alto. No se trataba de una imposición, sino de seriedad, de confianza. De autoridad, lo cual le gustó bastante—. Apreciamos contar con su apoyo para este trabajo. La detective Diabla —dijo la teniente a sus compañeros—, fue la encargada de rastrear y encontrar al sujeto que vamos a buscar; ella conoce la ubicación de nuestro hombre.
—Es un placer trabajar con ustedes. El lugar al que vamos es un sector de bodegas plagado de marginados. No seremos muy bien recibidos así que por eso traje a mis niños. —Con una orden dirigida a través del periférico que sincronizaba sus pensamientos con el de sus “niños”, hizo que las criaturas de las sombras se acercaran a ella: “ah, niños”, pensaron los moderadores al verlas aparecer. Se trataba de tres púpniks, estas criaturas nacidas de aquellos retorcidos experimentos de Praxis. El primero era un lobo antropomorfo de pelaje castaño ligeramente encorvado y de garras afiladas, el segundo antropomorfo representaba la imagen bípeda de un tigre de bengala algo bajo y muy musculoso y el último una suerte de toro de pelaje manchado blanco y café, de manos grandes y cuernos anchos. Los moderadores no se sorprendieron con lo que vieron, pues ciertamente pocas cosas podían sorprenderlos de entre tantas “particularidades” que se veían a diario en Bakunin, aunque no podían evitar tener reacciones diferentes según lo que cada uno pensaba respecto a lo que eran los púpniks y la forma en que habían sido creados.
Sin mayores dilaciones el grupo continuó hacia su destino. Tras unos minutos llegaron a un lugar que parecía una enorme bodega “a cielo abierto” con contenedores regados por el lugar en forma desorganizada. Estos contenedores se habían convertido en el refugio de aquellos desheredados de Bakunin, aquellos que no pertenecían, o habían dejado de pertenecer a alguno de los módulos de la gran astronave y, que al mismo tiempo, no se habían hecho acreedores del encierro o la expulsión; básicamente carne fresca para Praxis, Mano Negra, o cualquiera que necesitara a una persona desechable (aunque, ¿acaso no somos todos desechables?).
A medida que los agentes avanzaban por entre los pasadizos amorfos, casi laberínticos nacidos de la aglomeración de contenedores que estaban ligeramente bien iluminados, los marginados iban saliendo de sus madrigueras observándolos con miedo o con odio. Primero silencio, solo unos leves ruidos de quienes fallaban en ser discretos al moverse, luego, conforme se iban agrupando se dejaban escuchar los murmullos y a medida que se iban reuniendo más personas en el lugar, la valentía colectiva iba tomando fuerza y empezaron a escucharse improperios y reclamos contra ellos.
—¡Hoy no se llevarán a nadie! —se escuchaba a lo lejos.
—No viene ningún científico que yo vea —dijo alguien.
—Más razones para ocultarse —contestó otro.
El grupo continuó impertérrito su camino ignorando las ofensas, concentrándose solo en su misión eso sí, sin alejar los índices de los gatillos. Poco a poco empezaron a ver que entre los desheredados había varios morlocks con sus inhibidores impidiéndoles reaccionar de la forma violenta que quisieran; “como falle uno de esos inhibidores…”, pensó Guzmán apretando la empuñadura de su spitfire.
En medio del camino, al doblar una esquina, apareció un grupo de sujetos dispuesto a encarar a los oficiales; Mancini contó a diez valientes, no, a diez idiotas cuyo líder era un hombre no muy alto de mirada turbia y sonrisa irónica; se acercaron bastante a los moderadores quienes así lo permitieron; escupió a los pies de Ortega y se preparó para levantar un dedo acusador, abrió su boca para proferir injurias, autoproclamarse líder de la comunidad de marginados, considerarse la ley en tierra de nadie o alguna otra estupidez, pero antes de poder exclamar cualquier pensamiento recibió un portentoso cabezazo por parte de la teniente Ortega; el hombre trató de recular con el dolor abriendo sus brazos para mantener el equilibrio con lo que la mujer lo tomó con una sola mano por la solapa de la camisa y volvió a asestarle otro cabezazo que hizo que le flaquearan las piernas al sujeto. Los desheredados del lugar se estremecieron y protestaron ante lo sucedido pero el resto de los soldados se puso en formación preparando sus armas; los púpniks se agitaban, bramaban, gruñían, rugían; Diabla puso manos sobre pistolas sin desenfundar con rostro bastante serio. Guzmán dio una patada de frente a una mujer que trató de abalanzarse sobre él; tras la patada rápidamente apuntó esperando un aluvión de golpes e improperios, a lo que observó que solo se quedaron atrás ayudando a la mujer a ponerse de pie nuevamente mientras lo miraban con desapruebo. No le importaba mucho.
Mancini por su parte llamaba a la calma:
—Si nadie más interviene, nadie más tiene por qué salir afectado —les dijo. La gente del lugar aceptó a regañadientes.
—Usted y sus compinches me importan una mierda —dijo Ortega sin soltar al hombre al tiempo que, con la otra mano, en la que sostenía su fusil combi, empujaba la boquilla del arma contra la barriga del desdichado quien ya sangraba prominentemente por la nariz y la boca—. Ahora, usted me va a dar la información que necesitamos o la va a pasar muy mal.
—Sí… sí señora —respondió entre gemidos el hombre.
Tras obtener la ubicación exacta de su objetivo continuaron su camino siendo observados, pero no molestados. La gente se dispersó con prontitud volviendo a sus tristes asuntos.
—¡Vaya teniente! —exclamó Diabla— No imaginaba que fuera tan… proactiva —terminó con una sonrisa burlona sin dejar de mirar a su compañera ciertamente admirada.
—No me gané el puesto de teniente por ser una cara bonita —respondió Ortega a lo que sus compañeros moderadores asintieron. La sonrisa de Diabla se hizo aún más ancha.
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***
Avanzaron entre callejones y recovecos hasta llegar a un edificio formado por contenedores rojos medianamente organizados y ciertamente trabajados, cortados, soldados y fundidos para sostenerse como una verdadera estructura arquitectónica, a la cual entraron sin mayores problemas; el sitio estaba lleno en su mayoría por morlocks frustrados por sus inhibidores o perdidos, idos en sus mentes por la sedación de la droga. Finalmente llegaron a un umbral que daba a un salón enorme que contenía en su interior varios sofás en mal estado regados por doquier; una silla ubicada en el centro de la habitación que daba la espalda a la entrada y al frente, en la pared, un holograma-visor encendido. Varias personas se sorprendieron con la inesperada visita, se desacomodaron de sus asientos y se miraron nerviosos entre ellos. Guzmán y Mancini tomaron posiciones uno junto a la puerta y otro junto a la ventana del lado derecho, que era la única que había, Diabla y sus púpniks se quedaron junto a Ortega quien se paró a unos cuantos pasos de la silla del centro.
—Soy la teniente mayor Sofía Ortega de la U.T.P.B.[1], del Mando jurisdiccional de la astronave Bakunin de la nación Nómada. Tengo la orden de reclutar al morlock conocido bajo el alias de “Black Sheep”, para un trabajo de nuestra nación, los demás deben retirarse de inmediato del lugar. — Con un movimiento de su cabeza ordenó a todos salir, lo que no demoró mucho, pues ninguno de los allí refugiados quería problemas; estos, a diferencia de los que habían careado previamente a los soldados, sabían que si los dejaban ser, pronto se irían. Todos empezaron a salir del lugar a excepción del sujeto que se sentaba en la silla del medio; Diabla comenzó a acercarse por el lado derecho ordenando a sus “niños” rodear al sujeto. Ortega se aceró por el lado izquierdo hasta pararse justo al frente de la silla.
—Teniente ¿podría darme solo unos minutos? Final Boss le está dando una paliza a Mendoza. —La voz del morlock era grave y profunda. Trataba inútilmente de ver la imagen proyectada de la partida de Aristeia! pero la silueta de la teniente lo hacía casi imposible. Definitivamente desistió de su intento y apoyó su cabeza en la palma de la mano derecha y ésta en el brazo de la silla. Aunque el grupo ya tenía la imagen previa del morlock, era ahora, que lo tenían en frente, que de verdad sentían, entendían por qué le llamaban Black Sheep; era un hombre alto y delgado de músculos fuertes con una piel negra extremadamente velluda, sus manos terminaban en uñas largas y fuertes como garras; su cabeza era una mezcla entre rasgos humanos y los de una cabra, coronada por dos cuernos largos rectos, retorcidos como brocas de taladro y puntudos; sus ojos eran algo inexpresivos y de color amarillo con las pupilas casi rectangulares como la suelen tener estos animales de campo. Cuando Diabla se paró finalmente junto al morlock, a Ortega le pareció que lo que veía era una escena casi dantesca: era como ver al mismísimo señor del infierno acompañado de su esposa súcubo—. Un trabajo… Supongo que los hombres de traje de Tunguska necesitan que alguien haga su trabajo sucio, pero ¿por qué tomarse la molestia de venir a buscarme con tanta parafernalia? Morlocks hay muchos en este lugar.
—Usted fue recomendado por la madre superiora Cassandra Kusanagi. Sus proezas en el campo de batalla le preceden —dijo Ortega.
—Que un morlock logre sobrevivir a más de una batalla es toda una proeza —contestó sarcástico Black Sheep—, no contamos con petacas[2] como ustedes para resucitar a voluntad, si morimos, morimos. Fin de la historia, y todo por la gran nación Nómada, o por las billeteras de los hombres de traje, la excusa que mejor les convenga.
—No cualquiera logra herir a Aquiles como usted lo hizo aquella vez, y eso fue solo una parte de su éxito en aquella misión, además las petacas no funcionan exactamente así… En fin, le pido que nos acompañe. El tiempo apremia.
—Claro que los acompañaré —dijo con nuevamente sarcasmo —¿acaso tengo otra opción? —concluyó tocándose el seguro del inhibidor.
—No, no la tiene. —A la respuesta de la teniente el morlock se puso de pie estirándose cuan largo era para desperezarse. Sus dos metros diez sobresalían sobre el metro sesenta y cinco de la moderadora de piel azulada y, aun así, la mirada seria y sin miedo de Ortega hizo sentir al morlock que eran del mismo tamaño.
—Tengo hambre — dijo y comenzó a salir del lugar.
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Capítulo I
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Cinco días demoró la teniente Ortega en reunir el grupo de soldados nómadas que la acompañarían a la misión que le había sido encomendada; mucho papeleo para conseguir a los efectivos de las otras naves que había solicitado. Aborrecía esa parte del trabajo y no entendía cómo era posible que Tunguska, siendo el portento Cyber-tecnológico que era, demorara tanto los papeles burocráticos.
En este momento se encontraba caminando por uno de los corredores principales del módulo táctico-estratégico de seguridad de la astronave que la llevaría a una de las tantas salas de reuniones; a medida que avanzaba apresurada (se dejó alcanzar del tiempo mientras se duchaba, como siempre), los soldados que encontraba a su paso le hacían el correspondiente saludo militar al cual ella respondía e igualmente ella saludaba a los superiores como era debido; “Hoy que estoy con afanes salen todos a patrullar” pensó molesta con cada saludo que devolvía. Finalmente llegó hasta la correspondiente sala asignada: “Sala de consejo táctico 252-B para moderadores”. Al abrir la puerta vio que los demás ya la estaban esperando; Dos batidores de los equipos especiales Zero, de apellidos Papalópolis y Krauser, ambos vestidos de civil con trajes de un nuevo tipo de neopreno aclimatado, botas de cuero autoajustables sin cordones y chamarras cortas al torso, pero largas de mangas; un tipo de moda que se estaba imponiendo entre las colonias de ascendencia polaca. Cada uno sostenía una taza llena de un delicioso café colombiano mientras intercambiaban palabras en su idioma. También se encontraba allí un grupo de cuatro moderadores sentados a la mesa, de apellidos Guzmán, Mancini, Smith y Correa, los cuales miraban todos a una misma holo-pantalla muy concentrados en alguno de los entretenimientos de arachne. Una Riot Grrl alta, de tez blanca y cabello hermosamente rubio trenzado que respondía al sobrenombre de “Troubles” estaba recostada contra la pared en una esquina mientras fumaba un cigarrillo y escuchaba música a través de su implante True-sound; en otra esquina se encontraba un grupo de cuatro morlocks que, para variar, tenían cara de pocos amigos, los cuales solo guardaban silencio y se movían en sus puestos de manera impaciente. Estos respondían a los nombres de Canela, Fag, Black Sheep y Scott; había un par de sujetos más que no pertenecían directamente a la nave, de hecho, uno de ellos no pertenecía siquiera a la nación Nómada; el primero era Skariov, un hombre perteneciente al grupo élite de batidores conocido como los Spektrs. La última persona en el lugar era el empresario Al Sahar Mahalanem, Empresario minero de la nación haqqislamita.
—Señor Al Sahar Mahalanem, es un placer tenerlo en nuestra nave —dijo Ortega estrechando la mano del hombre y dándole un beso en cada mejilla—. En nombre del cuerpo de moderadores queremos que sepa que agradecemos y valoramos el apoyo brindado por su nación en la reciente crisis de Kurage.
—Gracias por su recibimiento teniente —dijo el siempre amable Sahar—, siempre es un placer trabajar con la nación Nómada. —El señor Al Sahar había obtenido hacía un par de años los derechos de explotación de un sector conocido como 天體影響 (impacto celestial) en el planeta Amanecer. Este territorio se consideraba “colonizado” por la nación Yu Jing, a lo cual Ariadna, la primera nación colonizadora de ese planeta, se oponía rotundamente y peleaba por dicho territorio tanto en tierra como en papel con acaloradas discusiones en el seno del O-12 y mortales combates en las montañas. Así las cosas, el gran Estado-Imperio Yu Jing dio concesiones de explotación de recursos a varias empresas, entre la que se encontraba la del señor Al Sahar; el problema se encontraba en que el lugar era limítrofe con territorio oficial ariadno y desde hacía unos meses, con el estallido de la crisis de Kurage, los ataques escalonados contra las instalaciones mineras no se hicieron esperar. El empresario haqqislamita no dudó en acudir ante la nación Nómada en busca de ayuda, toda vez que había contratado mineros de corregidor para el arduo trabajo que significaba la extracción de minerales en este gélido lugar.
Paso seguido Sofía Ortega prosiguió a presentar al equipo de manera formal tanto entre ellos, pues no todos se conocían, como para el extranjero.
—¡Uf, un Spektr! Un tipo de estos en un grupo de combate no es gratuito, debe haber una razón más importante que recuperar la mina del árabe para que esté tan lejos de su casa ¿qué se traen entre manos los del traje de Tunguska? —preguntó Troubles levantando una ceja sin quitarle la vista al batidor de élite. Skariov le dedicó una mirada vacía, fría. La teniente intervino rápidamente para evitar momentos incómodos y distraer la atención del empresario.
—Venía de otro asunto, paró en nuestra nave como estación mientras consigue viajar a Tunguska y no quise desaprovechar la oportunidad. Igual no es su asunto soldado —respondió Ortega. La riot lanzó un bramido: “soldado, pff”, farfulló—. El asunto aquí es que ha habido una serie de averías en las consolas que cumplen con varias funciones de soporte de vida de la mina y con la comunicación exterior. Estas se encuentran ubicadas en esta formación rocosa, en este enorme cráter —explicaba la teniente mientras marcaba unos puntos en un mapa tridimensional táctil formado en la mitad de la mesa—. Hay dos situaciones que han complicado la reactivación del equipo; la primera es por las unidades calefactoras que están fuera de servicio y las temperaturas en el lugar son increíblemente bajas; al parecer dichas unidades han sido saboteadas, lo que ha hecho imposible a los ingenieros subir a hacer su trabajo.
—¿Por quién? —preguntó Guzmán.
—Esa es la segunda situación. Una avanzada del ejército ariadno ha sido quien a saboteado las instalaciones de manera sistemática, así que nuestro objetivo será poner en funcionamiento las consolas para poder brindar el soporte que necesitan nuestros mineros y nuestros ingenieros, pero para ello tendremos que poner a funcionar también las unidades calefactoras no solo para los corregidores, sino para que no muramos de hipotermia en medio de la misión. ¿Alguna pregunta?
—¿Tenemos efectivos en el lugar? —preguntó Correa, un hombre latino de ojos claros y cabello alborotado.
—Sí, contaremos con el servicio de un par de unidades TAG[3] tipo gecko como apoyo pesado y un ingeniero clockmaker. Dichas tropas se encuentran allí como seguro de vida para nuestros valiosos trabajadores. Corregidor afirma que enviará un grupo más nutrido de soldados después que aseguremos el lugar y reactivemos las máquinas. Se ha dado la orden de evacuar a todo el personal para evitar bajas civiles.
Antes de romper filas, el equipo ultimó los detalles de las estrategias que se utilizarían en el campo de batalla, siguiendo la filosofía de guerra nómada: batalla rápida, corta y golpear primero; se ultimaron también las posiciones que debían adoptar y el trabajo que debería realizar cada uno, además del equipo del que dispondrían para la misión.
Capítulo II
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Sofía Ortega dejaba que el agua de la ducha acariciara su cuerpo; sostenía su cabeza en alto dejando que el agua empapara su cabello y su rostro hasta el punto de casi sentir ahogo; gustaba del agua tibia para relajar sus músculos y de la sensación de suave y constante golpeteo de cada una de las gotas de agua que salían a raudal formando varios chorros amorfos, danzantes. Era un momento muy íntimo, muy personal, en el que tenía tiempo para sí misma y reflexionar; al cerrar sus ojos en la ducha o incluso al dormir, tenía recuerdos de los combates de Kurage en su mente. Esta dura refriega había tomado lugar no hacía mucho, medio año contado con el tiempo de la Tierra a lo sumo, antes que la ascendieran de rango. Por su mente pasaban rápidas imágenes, como golpes, de aquellos amigos y compañeros que habían caído en combate, aquellos cuyas petacas habían recibido tal daño que ya nunca más volverían. Y ahora se exponía a esta misma situación una vez más, con la diferencia que las vidas de este grupo de soldados ahora estaba en sus manos y en las decisiones que tomara en acción. Sus petacas podían recolectar la información, el “alma” de una persona para ser traída bajo un nuevo cuerpo, si el dinero y la situación lo justificaban, lo que significaba que, aunque se recuperaran las petacas de los cuerpos inertes, no necesariamente esa “persona” volvería a estar en activo. Ella misma podía durar en forma de petaca años guardada en un anaquel; mas no era eso lo que la preocupaba, ese era el riesgo que había decidido correr al entrar al cuerpo de moderadores de Bakunin. Pero los demás… ¿qué orden podría dar ella que los condene a la oscuridad? No. Ellos habían tomado su decisión y corrido el riesgo de manera similar a como ella había tomado la suya. Por lo menos, con diferencia de la gente del común, la mayoría de los soldados tenían una segunda oportunidad de vida. Una resurrección moderna, científica, no religiosa. Una resurrección real, no dogmática.
Dio un largo suspiro, se pasó la mano derecha por el cabello de manera casi inconsciente y cerró el paso del agua. De manera parsimoniosa se fue vistiendo, colocándose su uniforme se miró al espejo: soberbia y poderosa, hermosa y resuelta, toda una soldado Nómada.
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***
La nave en la que descendió el grupo escogido para el trabajo junto con su benefactor, es una nave de cargamento privada perteneciente a MineSpace Inc., la empresa del negociante haqqislamita; pidieron permiso para ingreso a la atmósfera desde la zona de la estratósfera perteneciente al gran Estado-Imperio, sabiendo que no pondrían problema al llevar algo más que productos comerciales en su manifiesto, labor adelantada por Al Sahar con las autoridades de dicha nación. Llegaron a los hangares del edificio de la empresa y fueron recibidos por una delegación de oficinistas y ejecutivos, todos haqqislamitas, quienes de inmediato empezaron a hablar con el señor Al Sahar asuntos de negocios; el empresario apenas si se despidió de los efectivos nómadas y comenzó a atarearse con la montaña de trabajo que tenía pendiente. El comando nómada lo vio partir dándose cuenta que les habían dejado solos.
Comenzaron a descargar el equipo y se dirigieron a otro sector del hangar donde los esperaban unos alguaciles de Corregidor con quienes se saludaron y se pusieron al tanto de la situación.
—Pilotos gecko Carlos Ruiz y Esteban López, un placer conocerlos —dijo Ortega estrechando las manos de cada uno; se sabía que los soldados de corregidor no eran muy dados a los formalismos militares.
—El placer es nuestro, preciosa —contestó Ruiz—, esos dos grandullones de allá son nuestras máquinas —continuó explicando el piloto apuntando con la barbilla a los dos TAGs que se encontraban a unos cuantos metros en la zona de mantenimiento, donde un hombre de cabello verde hacía unas comprobaciones de los sistemas a través de un dispositivo conectado por unos cables a las máquinas— y el fulano que los está revisando es Antonio Ramírez, nuestro clockmaker de turno.
—¿Las máquinas estarán a punto para la misión?
—Claro que sí preciosa, es solo mantenimiento de rutina.
—Es un frío endemoniado el que hace aquí —contestó la mujer arrebujándose en su chamarra e ignorando el “preciosa” que tanto le molestaba, pues sabía que estos tipos duros de Corregidor no destacaban por uso de buenos modales. Ni modales, ni formalismos, solo trabajo duro y hermandad.
—No más frío que el espacio vacío —Contestó López guiñando un ojo a lo que los tres rieron.
—¿Qué sabemos entonces?
—Que los ariadnos son unos bastardos. Han venido utilizando sus famosas tácticas de guerrilla para fastidiar a los asiáticos y de paso a todos los que se encuentren en su camino —dijo López con un deje de amargura.
—Conocen demasiado bien el terreno. No parece que les afecte mucho el clima y ciertamente saben ocultarse en la mezcla de roca y nieve que es este lugar —completó Ruíz.
—Perdimos varios amigos a manos suyas. Y no solo nosotros, los asiáticos también, sin contar a los civiles haqqis.
—Estamos aquí para cambiar eso —respondió la teniente con determinación—. Vamos a improvisar una sala táctica para ajustar todos los detalles… mierda, que frío…
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Capítulo III
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Partieron desde las instalaciones de la corporación hacia el norte; debían llegar hasta el cráter donde se había establecido el proyecto minero. Fueron llevados en transporte terrestre hasta un lugar cercano desde el cual continuaron a pie para tratar de pasar lo más desapercibidos posible, teniendo en cuenta que los dos trajes de combate táctico conocidos como geckos, que eran prácticamente Robots humanoides de tres metros de alto. Subieron despacio por una escarpada colina mientras eran constantemente golpeados por el frío viento. Aunque llevaban trajes térmicos ajustables era imposible paliar de todo el gélido clima, excepto claro para los pilotos de los geckos gracias a los motores y corazas de los TAGs y para Troubles, la riot grrl, cuya armadura de infantería pesada fabricada por el Módulo Vulkanja también funcionaba como un gran aislante debido a la pieza de ingeniería que era.
Aunque no es imposible el paso, a pie se hacía algo dificultoso ya que la nieve llenaba el lugar cubriéndolos hasta los tobillos. Cuando por fin llegaron al cráter sin más contratiempos que los esperados, pudieron ver las impresionantes instalaciones mineras, que consistían en cuatro enormes edificios de tres pisos cada uno, donde funcionaban principalmente las oficinas administrativas y oficinas técnico científicas. Además pudieron observar que en el lugar había otros edificios más pequeños, de una sola planta, que servían o para albergar a los trabajadores, o cumplían como almacenes, cantinas o bodegas entre otros usos; igualmente observaron que, distribuidas de manera simétrica en el centro del lugar, se encontraban las tres consolas las cuales, desde su perspectiva se encontraban alineadas de manera horizontal (o sea de este a oeste teniendo en cuenta que llegaron desde el sur hacia el norte) que permitían reactivar la I.A., controlada que administraba la mayoría de las tareas de repetición, así como los protocolos de seguridad y comunicación. De la misma manera pudieron ver los cuatro calentadores distribuidos de tal manera que pudieran cumplir su función por franjas iguales en todas las instalaciones; si querían permanecer vivos durante el tiempo que durase la misión, debían activarlas.
Habiendo los Zero hecho el reconocimiento de la zona se autorizó la entrada al lugar, donde las tropas se fueron desplegando según lo ordenado avanzando lentamente: Los geckos avanzarían hacia las consolas del centro y el oeste; Guzmán, Mancini y Smith entraron al edificio occidental más cercano a ellos con las tarjetas de acceso brindadas por MineSpace, realizando una rápida inspección hasta llegar a la azotea desde donde comenzaron a prestar vigilia; Troubles llegó hasta el segundo calentador, sacó un cigarrillo y como pudo lo encendió; del Spektr no supieron nada apenas pisaron las instalaciones; simplemente desapareció. Esto podría preocupar a muchos otros ejércitos, pero no a los nómadas, pues cuando un Spektr desaparecía, sabían que había un fantasma cuidando de ellos, un fantasma con un fusil francotirador multipropósito. Algunos de los soldados comenzaron a tiritar de frío al tiempo que maldecían, pero no así Ortega, quien se mantuvo impávida sin importar el helaje que podía estar sintiendo.
A medida que iban inspeccionando la zona, usaban sus intercomunicadores para declarar el área despejada.
Correa y Ortega estaban en tierra junto a uno de los contenedores de piezas de trabajo, mientras escuchaban el reporte de los Zeros. “La zona está despejada”, informaba la avanzada.
—Muy bien. Geckos: avancen hasta las consolas y prepárense para ponerlas en marcha, Ramírez… maldita sea conteste al llamado —dijo la teniente.
—Mis disculpas, teniente, estaba distraído —respondió el clockmaker.
—Primera y última vez Ramírez. Ponga a funcionar el calefactor del frente, se me están congelando los ovarios. —“¿No habrá querido decir los cojones?”, secreteó Guzmán con sus compañeros moderadores riendo por lo bajo. No le tomó mucho tiempo al ingeniero hacerlo y los que estaban en la retaguardia sintieron el alivio del cambio de temperatura. Ortega miró hacia la azotea pidiendo confirmación, Guzmán la miró y le hizo la señal de pulgar arriba indicando que todo estaba bien.
De repente se escuchó algo como el sonido de un trueno y su eco por todo el lugar. Un arma había sido disparada desde la lejanía. Ortega, que justo en ese momento estaba mirando a Guzmán, lo vio caer a causa del disparo. Todos se pusieron a cubierto como si de un reflejo se tratara.
—¡Guzmán, maldita sea, Guzmán! —Llamó con preocupación Ortega. El silencio fue largo tras el final de los ecos.
—Estoy bien teniente —se escuchó la respuesta como un quejido de Guzmán por los equipos de comunicación—, la armadura absorbió el disparo, pero el susto que me he llevado… —La teniente respiró aliviada al saber que no había perdido a su primer efectivo.
—Identificación del enemigo —preguntó Ortega.
—Identificado el atacante como un soldado de la nación de Ariadna. Un kazak al parecer —respondió Papalópolis, uno de los Zeros, quien se encontraba camuflado en la avanzada.
—Mando central, aquí la teniente Ortega, hemos hecho contacto con fuerzas hostiles ariadnas, solicito anulación de inhibidores morlocks uno a cuatro.
—Solicitud aceptada, inhibidores anulados —contestaron a su intercomunicador.
Black Sheep, que se escondía detrás de una pared de cualquier posible enemigo sintió como las agujas que se encontraban dentro de su collar se retiraban de un solo tirón. Siempre era doloroso. Pero siempre era satisfactorio. Sonrió cruelmente al sentir la adrenalina correr por su cuerpo; el ardor por su sangre de la mezcla de glóbulos y químicos, el ligero mareo del éxtasis. Por un breve instante sintió como si el mundo se moviera en cámara lenta, sus pupilas se dilataron dejando de tener esa perturbadora forma rectangular para verse más bien ovaladas y sus sentidos se aguzaron como los de un felino. Lleno de coraje, sed de sangre y, sobre todo odio, salió a toda velocidad de su escondite para buscar a quien asesinar. Lo primero que vio fue a la riot Troubles acurrucada de espaldas contra una pared esperando la oportunidad de atacar; aunque estuvo tentado a atacarla para calmar sus necesidades homicidas, aun dentro de su locura, sabía que no era su objetivo así que comenzó a correr entre edificios buscando una presa. Efectivamente encontró a un soldado ariadno detrás de uno de los edificios del noreste quien lo vio correr hacia él. Sin esperar nada le disparó con sus chain rifles a lo que Black Sheep esquivó prodigiosamente tirándose hacia el lado izquierdo, anticipando la dirección de las ráfagas al tiempo que lanzaba una granada de humo en la cara del enemigo. Sin perder tiempo continuó su carrera hacia el ariadno quien ya no pudo ver a su objetivo hasta que fue demasiado tarde; hasta el momento en que Black Sheep ya no era más que una sombra en medio del humo que saltaba hacia su humanidad cuchillo en mano; el soldado soltó sus armas (que quedaron colgando de sus correas) y levantó las manos tratando de detener el embate, pero la velocidad y la fuerza con la que venía el ataque era tal, que le fue imposible. El cuchillo de hoja fina se clavó directo sobre el pecho, logrando atravesar la armadura y al sentir que había logrado perforar la carne Ariadna, Black Sheep retorció la hoja cruelmente para generar más daño. Sin embargo, lo que vino no lo esperaba; El ariadno, en vez de caer muerto sufrió una rápida convulsión que lo llevó a que sus músculos se hincharan de manera exponencial aumentando su masa. Se escuchó el crujir de huesos, el estirar de piel y músculos mientras se generaba un cambio radical en la morfología del sujeto; sus manos se convirtieron en feroces garras y la nueva piel endurecida se cubrió de un pelaje áspero y gris. Las botas no pudieron contener más las zarpas que se ancharon terribles. Su rostro se estiró dolorosamente hasta adquirir la forma de un canino, un lobo se podría decir. Un “dog-face”.
—¡Maldición! —masculló Black Sheep sosteniendo el cuchillo ensangrentado en su mano derecha, al tiempo que adoptaba una posición defensiva —. ¡Perros de guerra! —alertó al resto del grupo de combatientes.
—Gecko uno aquí, me dispongo a prestar soporte de combate al “cabrito” —dijo Ruíz.
—Negativo gecko uno, su misión es clara —respondió de inmediato la teniente. Las tropas mantenían sus posiciones esperando que los enemigos se mostraran; los geckos habían llegado hasta dos de las tres consolas, con lo que estaban dominando tácticamente el lugar así que no necesitaban arriesgar más de lo necesario. Si alguien tenía que avanzar, esos eran los soldados de la nación de Ariadna.
Y así lo hicieron. Sin temor y con rabia comenzaron la ofensiva.
Mientras el morlock luchaba fieramente contra el perro de guerra, trataba de concentrarse al máximo, pues decenas de órdenes y oraciones pasaba por su intercomunicador. Escuchaba decir que Scott y Canela habían caído en combate mientras avanzaban por el lado este del cráter víctimas de disparos de rifle y que había antípodas[4] en el lugar controladas por los enemigos. Black Sheep esquivó ágilmente un zarpazo agachándose y moviéndose hacia la derecha de la criatura, para luego asestarle dos cortes a la altura de la cadera. Entre el pelaje y la armadura lograron detener el golpe. La enorme criatura que se giró para atacar con sus fauces lupinas tratando de arrancarle la cara de un mordisco. El morlock dio tres pasos rápidos hacia atrás apenas evitando la embestida y sintiendo el hálito tibio y vaporoso en su rostro; Black Sheep se concentró tanto en la pelea que los sonidos de los disparos, los gritos de los heridos y las órdenes de batalla pasaron rápidamente a un segundo plano, como si hicieran parte de un sueño confuso. El nómada saltó para dar una fuerte patada en el cuello a la bestia, pero esta logró tomarlo por la pierna y arrojarlo hacia un costado contra un muro. Por un breve momento la furia de ambos se detiene y se miran enardecidos; Black Sheep entonces toma carrera para cargar contra el enemigo y un par de metros antes que hicieran contacto, tanto el uno como el otro son arrojados varios metros a un costado debido a la fuerte explosión que causó un misil arrojado a uno de los geckos por un soldado tankhunter que se encontraba oculto en lo alto de un edificio del noreste. Algo aturdido Black Sheep sacudió la cabeza para alejar el mareo, su visión aún trataba de enfocar el campo de batalla; entre las imágenes confusas vio el zondbot, el pequeño robot asistente que era controlado por medio de neurotransmisores por el ingeniero Ramírez (el clockmaker) para realizar reparaciones de emergencia al TAG mientras su piloto descendía:
—¡Puto frío, puto frío, puto frío! —repetía congelado mientras se acercaba hasta a la consola para activarla; varios disparos pasaron cerca de él haciéndolo agachar— Consola del centro activada, funcional. Me devuelvo a mi cacharro que se congelan las pestañas.
—Recibido Gecko uno. Sin abandonar el perímetro de la consola, actúe a discreción —respondió Sofía Ortega al tiempo que devolvía unos disparos.
—Gracias teniente, ahora ¿quién ha sido un perro malo? —dijo Ruíz mientras se volvía a subir al TAG entre disparos.
Cuando ya se había recuperado, Black Sheep pudo ver su cuchillo en el suelo y a su rival reincorporándose. Sin perder tiempo se levantó corriendo y en lo que se vio como un solo movimiento recogió su arma, esquivó con una pirueta los disparos contra su humanidad y clavó una vez más, pero con todo el impulso, su cuchillo contra el pecho del perro de guerra logrando quitarle la vida.
Respiraba de manera agitada ante tanto esfuerzo, pero el combate aún seguía y necesitaba encontrar un nuevo enemigo al cual enfrentarse. Miró el lugar y observó cómo sus compañeros luchaban incansables contra antípodas, K-9s y kazaks. Así mismo vio los cuerpos muertos de sus compañeros morlocks y una vez más sólo él se mantenía en pie, lo cual lo hizo enfurecer aún más. Disparó su chain rifle contra un grupo de antípodas que se enfrentaban al gecko, logrando herir a una de las bestias; de pronto vio a otro soldado que iba corriendo hacia Troubles quien estaba ocupada devolviendo el fuego a la fuerte línea de kazaks que protegían el lado oeste impidiendo al otro gecko acceder a la consola. Viendo esto decidió dispararle en medio del camino y una vez más el soldado en vez de caer muerto, convulsionó y se transformó en otro perro de guerra; “maldición”, pensó el morlock ante su mala suerte y con un suspiro se preparó para recibir el embate.
Black Sheep fue golpeado con fuerza en toda su humanidad con un fuerte puñetazo que lo dejó sin aliento, sin embargo, encajó el golpe y se cubrió como pudo del segundo. Dio un cabezazo con fuerza al ariadno aprovechando sus cuernos y dura testa, luego golpeó en los riñones al hombre-antípoda sin lograr causar daño; este le devolvió un golpe de revés que el nómada logró evitar moviéndose alrededor, mientras ejecutaba varios cortes profundos en el pelaje del perro de guerra. Cuando el enemigo se vio en desventaja por las heridas y el cansancio, aumentó su furia para ignorar el dolor. Finalmente atrapó a Black Sheep en un abrazo mortal tratando de partirle los huesos, pero ignorando el dolor el morlock logró zafar del estrujón el brazo con el arma y le clavó su cuchillo justo debajo del cráneo y en la mitad de la nuca matándolo al instante.
El guerrero nómada adolorido necesitaba gastar su adrenalina, a lo que apareció un strelok con su K-9. Black Sheep no creyó poder acabar con estos dos enemigos, pero luchar por su vida no era una opción a tomar a la ligera. Preparándose a combatir escuchó dos truenos cruzar el firmamento y vio como le eran voladas las cabezas a controlador y antípoda. Arriba de uno de los edificios se encontraba la figura del Spektr Skariov, con su fusil de francotirador-multi dejando salir humo de la boquilla.
—Objetivo eliminado —fue lo único que se le escuchó decir con voz serena durante el resto del encuentro. Black Sheep asintió en agradecimiento y el Spektr hizo una señal con sus dedos tocándose la frente.
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Capítulo IV
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De repente, tan súbitamente como habían comenzado los estruendos de las armas, así mismo habían terminado, dando paso únicamente a los ecos espasmódicos que huían aterrados de la violencia humana; Sofía Ortega ahora daba lentos pasos entre la aguanieve que se había generado al calor de las máquinas de calefacción. Ante sus hermosos ojos se atestiguaba el resultado del combate con los morlocks muertos, destrozados por balas o garras y así mismo lograba ver los cuerpos en el suelo de las antípodas esclavizadas por los ariadnos para pelear su guerra. Pudo ver a lo lejos a un kazak inconsciente que respiraba con dificultad mientras se le acercaba uno de los dos gecko TAGs (no sabía en este momento distinguir cuál de sus dos compañeros era), fusil al hombro sin mucha prisa hasta llegar frente al soldado enemigo y apuntarle con el arma; el soldado kazak, que no superaba los veintitrés años, tuvo un breve destello de lucidez, el cual utilizó para sacar de la funda su revolver. Con dificultad y mano temblorosa apuntó al gecko y este sin meditarlo mucho causó un último estruendo que espantó a los pocos animales que se habían atrevido intentar a regresar a la zona.
—Reconozco las pelotas que tenías hijo —dijo Carlos Ruíz abriendo la cabina de piloto mientras encendía un cigarrillo—, esta noche, me tomaré una cerveza en tu nombre... niño kazak.
Ortega se acercó hasta Troubles, quien se encontraba recostada contra una de las consolas activas; esta se sostenía el costado derecho con una mano mientras mantenía abajo el visor de su casco, por lo que no pudo evitar un respingo cuando la teniente le puso una mano en el hombro.
—¿Su estado Troubles?
—Bien, bien —contestó sin poder evitar un leve quejido—, la armadura absorbió bien el impacto, aunque no pudo evitar que algunos de sus componentes se rompieran y se me incrustaran en la piel. Según veo en las lecturas del visor posiblemente tengo algunas costillas fisuradas, tal vez una fracturada y el corte en la piel, que no es profundo.
—¿Puede ponerse de pie soldado? —La riot grrl asintió con la cabeza y se puso de pie con dificultad negándose a aceptar la ayuda de la teniente—. Pisos superiores, informes.
—Moderadores aquí, dos bajas arriba: Mancini y Smith se encuentran inconscientes pero estables —contestó Guzmán asomándose por la cornisa —“Todo o nada”.
—“Todo o nada” —se escuchó responder a todos los demás.
—Correa cayó en combate, pero al parecer su petaca se encuentra intacta. Esperemos que Praxis lo pueda recuperar para nosotros —contestó la teniente— ¿Batidores?
—Papalópolis al habla. Sin novedades.
—Krauser —llamó Ortega al no recibir registro del otro Zero— ¿Krauser? Papalópolis siga el rastreo del otro Zero. Mando central dice no registrar signos vitales, pero quiero confirmación de terreno.
—R.
—Desde acá veo su cuerpo, no se moleste teniente, fue destrozado por las antípodas; no puede ni recogerse el cuerpo —contestó Skariov, el spektr—. Y sin novedad, por cierto.
—Acá Ramírez. En una pieza; los TAGs también; algo abollados, pero nada que no pueda reparar.
—Y nosotros nos encontramos más que bien preciosura — terminó Ruíz votando una bocanada de humo.
Ortega continuó su camino hasta que logró ubicar a Black Sheep, quien se encontraba de pie con los brazos colgando cuan largos eran; estaba empapado en la sangre de sus enemigos y respiraba agitadamente como bufando; cuando la vio, apenas si podía reconocerla como una aliada y sus instintos, que no su mente, lo compelían a atacarla y seguir saciando su sed de sangre.
—Activen inhibidores de Black Sheep —dijo Ortega sin quietarle la mirada al tiempo que apuntaba desde su torso con su fusil combi.
—Activación autorizada teniente, procediendo —contestaron de mando central. De inmediato las pupilas de Black Sheep dejaron de dilatarse y por el contrario se contrajeron; entonces sintió el cansancio y se sentó sobre uno de los cuerpos de los “face-dogs”.
—Buen trabajo morlock, la madre superiora no se equivocó con usted.
—No hable tan pronto teniente, mañana habrá otra guerra que pelear.
—Por la supervivencia de nuestra Nación.
—Por los intereses de los hombres de traje de Tunguska querrá decir. —La mujer no pudo evitar hacer una mueca.
—Recuperamos la mina, activamos las consolas y abrimos el camino para que más soldados de corregidor puedan cuidar a los nuestros y para que los haqqis manden a un grupo de soldados a cuidar igualmente de sus intereses. Como yo lo veo, no importa tanto lo que quieran los de Tunguska. Hoy hemos luchado por nuestros hermanos y hemos vencido.
—Yo solo soy un paria desechable —contestó el casi que mutante mientras se paraba y comenzaba a caminar junto a Ortega viéndose bastante disparejos en estatura a la distancia.
—Yo veo a un compañero nómada —replicó la mujer y le dedicó una mirada de cuerpo entero que de alguna forma hizo sentir incómodo al morlock—. Y usted debería verse como tal.
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Epílogo
Fueron saliendo del lugar tras revisar que efectivamente los enemigos se hubieran retirado. Revisaron edificios, los bloquearon activando protocolos de emergencia y cambiaron salvaguardas cuatrónicas; el golpe que habían dado daría el tiempo suficiente para que Haqqislam organizara sus tropas y sus defensas. Llevaron con el mayor cuidado a los heridos y recuperaron las petacas de los caídos.
El lugar de extracción no estaba muy lejos, aunque les tomaría su tiempo al ir a paso lento. En uno de los puntos Guzmán, iba al frente solo superado por el Zero activo; tropezó con algo en la nieve que casi lo hace caer, al girarse molesto con la intención de patear la raíz burlona que lo había hecho trastabillar, pudo notar que lo que se encontraba allí en el suelo no era para nada una raíz, con lo que no pudo hacer más que mirar con curiosidad y cierta repugnancia, señalar mirando a sus compañeros y preguntar:
—¿Qué demonios hace el cadáver de un Tohaa en medio de este lugar?
La pregunta quedó en el aire para todos los soldados.
[1] Unidad Táctica Policial de Bakunin.
[2] Petaca: “Sofisticado implante craneal de wetware, (…) que permite grabar tanto los recuerdos como la personalidad de su portador. Una vez fallecido (…) la Petaca se puede implantar en un (…) cuerpo biosintético adaptado clónicamente”. Información obtenida de Infinity N4 libro básico pág. 07.
[3] TAG: Tactial Armored Gear.
[4] Antípodas: Alienígenas nativos del planeta Amanecer de características antropomórficas similares a las criaturas caninas de la Tierra.131Please respect copyright.PENANAp3GRpwxD34