Ya habíamos pasado tres fines de semana y no nos estaba yendo ni bien, ni mal, al menos nos daba para comer y pagar el hospedaje.
Al fin llegamos a uno de los pueblos más lindos de oriente donde hay personas con buen nivel económico y la esperanza de tener mayor protagonismo.
En efecto nos estaba yendo super bien, hasta que cayó un aguacero que espantó a todas las personas. Se nos había mojado gran parte de la mercancía y las cajas que guardábamos debajo de la mesa. Únicamente se salvó un 40% que teníamos exhibido.
Parecía como si tuviéramos una maldición encima, estábamos a punto de rendirnos, empacar e irnos para la casa o pararnos en una esquina con un vaso a pedir como limosneras.
A partir de esa hora todo parecía un desierto, el frio era tan brutal que la gente no se animaba a salir de sus casas. Varios de los artesanos decidieron cerrar y solo unos pocos tercos o necesitados, decidimos dejar abierto.
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