Afortunadamente las vacunas llegaron, una dos y hasta tres dosis, para que el mundo empezara a abrir, la gente salir y el comercio volver a rodar.
No teníamos ni dinero, ni nadie que nos prestara un local a riesgo de pagarle con las ventas, todo el mundo estaba urgido por efectivo.
Dicen que las mejores ideas ocurren en los momentos de crisis, y bueno, Laura encontró una opción algo diferente y sin otra salida decidimos arriesgar lo poco que nos quedaba en ello.
Se trataba de una feria de artesanos que iba de pueblo en pueblo, así cual gitanos, pero sin carrosas o caballos. Cada fin de semana viajábamos a un pueblo diferente y nos acomodaban al rededor del parque principal. Nos asignaban al azar un pequeño y precario toldo de madera con techo de vinil, lo decorábamos a gusto y exhibíamos lo que mejor pensábamos que iba con los habitantes del pueblo. El resto iba debajo del toldo en cajas, por si las moscas tener algo más para mostrar.
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