Capítulo Uno - Primera Parte: Chico Hermoso.
La canción que sonaba al finalizar las clases se llamaba "El Camino A Casa", y no le gustaba nada su inquieta melodía. Era como si te hiciera sentir solo a propósito para obligarte ir pronto a casa. Al terminar la escuela, el atardecer era acompañado por la triste música.
Hira alimentaba al conejito que vivía en el recinto escolar con pan de la cafetería, cuando un hombre anciano que vestía ropa deportiva habló tras el chico.
—¿Te gustan los conejos?
El hombre debía ser un profesor, de lo contrario no estaría ahí, aunque no enseñaba en el grado de Hira. El chico se sintió nervioso con la presencia del profesor, que no era más que un desconocido para él.
Oh, no, está ocurriendo.
El pensamiento se introdujo en la cabeza del crío a medida que abría la boca para decir las simples palabras: "Me gustan".
—Me-me... Me-me-me...
Tal y como pensó.
Las palabras no le salían. La cara de Hira enrojeció y sintió el cuerpo perlado de sudor bajo la ropa, mientras las palabras permanecían atoradas en su garganta.
El anciano pareció incómodo y se limitó a asentir.
—Te gustan, ya veo. Apresúrate y vete a casa antes de que oscurezca.
El hombre acarició suavemente la cabeza de Hira antes de darse la vuelta para marcharse, y él la bajó avergonzado.
"Me gustan".
Eran simples palabras.
—Me gustan.
Esta vez, cuando Hira intentó decirlas en voz alta, las palabras salieron sin problemas. Sintió como la desesperación se apoderaba de él.
Nunca le pasaba cuando hablaba con sus amigos o su familia, pero en ocasiones, cuando se ponía nervioso, las palabras no le salían. Y resultaba en tragedia cuando lo escogían para leer en voz alta en la clase de japonés. Todos lo escucharían con atención y la clase entera permanecería en silencio absoluto, para después reírse de él al tropezar con cada palabra.
Cuando recién ingresaba a la escuela primaria, los profesores le informaron a sus padres sobre el problema. Lo llevaron a ver a un médico, que les dijo que su hijo padecía disfemia. Él les aconsejó que trataran de evitar que Hira se pusiera demasiado nervioso y que, cuando así sucediera, respirara hondo y se tranquilizara un poco antes de volver a hablar. El consejo fue útil, pero no funcionó a la perfección. Si se sentía abrumado, sin tiempo para poder controlar sus emociones, era caso perdido, y terminaría igual que lo había hecho hace un momento.
[La tartamudez o disfemia es un trastorno del habla que se caracteriza por interrupciones de la fluidez del habla, bloqueos o espasmos, que se acompañan normalmente de tensión muscular en cara y cuello, miedo y estrés.]
Me-me-me.
Y para empeorar las cosas, una vez se empezaba a poner nervioso, no había forma de saber si las palabras saldrían o no. A veces repetiría en bucle "Me-me-me", otras "ke-ke-ke". El sonido estridente recordaba en parte a una cerbatana disparar sus ruidosos dardos.
Al notar que incomodaba a sus compañeros, Hira rápidamente se tornó en un chico callado en clase, con un hábito de respirar hondo para tranquilizarse cada vez que alguien le preguntaba algo. Tras todo el tiempo que le tomaba prepararse para hablar, era de esperar que la otra persona se hubiera impacientado ya. Y así era con todos los demás: creían que era estúpido.
Hira soltó un suspiro muy profundo, no propio de ningún niño de su edad, y dejó las últimas migajas de pan en la casita del conejo antes de abandonar el recinto.
El chico caminaba a lo largo del pequeño y sucio canal cuando algo de un amarillo intenso flotó a la vista: era un patito de goma amarillo con grandes pestañas rizadas. Alguien debía haberlo dejado caer o tirado a propósito. Un pequeño capitán pato.
Hira observó al juguete flotar entre las paredes de hormigón y sintió una empatía silenciosa por él. Debería estar en una piscina o jugando con un niño en su bañera, en cambio, el pequeño capitán pato varaba solo en el sucio canal. ¿Qué le había pasado para terminar en un lugar así? Estaba claro que no disfrutaba nadar en la turbia agua, así como a Hira no le gustaba atorarse con las palabras.
Cuántas tragedias en un mundo tan pequeño…
Hira se despidió de él y retomó su camino a casa.
Cuando entró a la secundaria la jerarquía social se hizo aún más evidente. La escuela tenía un sistema definido de castas, parecido a una pirámide: los de arriba, los del fondo, los de en medio, aire y basura. Hira, que era considerado un chico melancólico y callado, fue colocado naturalmente en el último de los últimos escalones. Los del fondo se habían agrupado todos juntos, pero Hira fue catalogado como el "desamparado" sin amigos. Cada año tenía unos cuantos, pero, incluso entre los desamparados, una sola chica había sido además categorizada como basura. Ignorante de su propia posición, cometió el crimen de hablar con uno de los chicos en la cima de la pirámide, y esto llevó a que la molestaran cruelmente las chicas de arriba. Era básicamente la versión moderna del burei-uchi.
[“Burei-uchi” es el derecho que se le concedía a los samuráis para rebanar con su espada a cualquier persona de clase baja que comprometiera su honor.]
Ya que el callado Hira era irrelevante, los demás lo consideraban un ser inofensivo y por tanto lograba evitar el acoso. En su lugar, era tratado como si fuera aire. Ni siquiera Yama, con quien Hira jugaba en la escuela primaria, le dirigía la palabra. El chico había subido de posición al entrar al equipo de fútbol, y cuando se cruzaban en los pasillos lo ignoraba por completo. Como si fuera invisible; una persona transparente.
Le daba rabia, pero a la vez mucha tristeza. Aún así, prefería más bien ser invisible que el blanco de los bravucones.
Caminaba por las mismas calles que cuando estaba en la escuela primaria y realmente se sentía como si hubiera bajado un escalón más. Algunas personas quieren escalar a la cima, mientras que otras disfrutan de la seguridad del fondo: podrían descender aún más, pero nunca ascenderían. Hira estaba muy consciente de que así eran las cosas, pero lo único que ansiaba ahora mismo era tener un rinconcito apartado del mundo para despejar la mente. Cada vez que se sentía así, no podía evitar pensar en el patito de goma flotando en el agua.
Mantén tu corazón en calma, no dejes que sea fácilmente perturbado. Se como el patito de goma de ojos saltones que flota a la deriva en el sucio arroyo artificial.
Era su intento de agregarle un toque de humor a la situación, tratando de que se pareciera más a una película que a la miserable realidad. Se inventó en secreto este método para ocultar sus emociones, y aún así no lo había logrado del todo.
—No tiene amigos y parece desencajar en la escuela.
Su profesor de secundaria, que había dado un informe tan increíblemente insensible a sus padres, era de las pocas personas que a Hira le caían genuinamente mal.
—Qué asombroso. Nunca había presenciado una vista como esta.
Los ojos de la madre de Hira brillaron ante el vasto paisaje frente a ella.
—Vamos, Kazunari. Toma todas las fotos que quieras —dijo el padre de Hira posando la mano sobre su pequeño hombro e impulsándolo con un empujoncito.
La impaciencia de sus padres hizo que Hira diera un paso adelante, sosteniendo la cámara réflex que parecía demasiado lujosa para un estudiante de secundaria. Giró la cámara hacia el bosque frente a él, encuadrando los coloridos lirios, y presionó de forma mecánica el obturador. Naranja, rosa, rojo, blanco, amarillo: le dolieron los ojos.
—Hace buen tiempo, me agrada esto.
—Kazuri parece estar disfrutándolo también.
Sus padres estaban susurrando a sus espaldas, pero Hira fingió no escuchar. Hacía un mes desde la noche en que oyó a sus padres hablar del inquietante informe de su profesor. Su padre había estado consolando a su madre, asegurándole que su disfemia no era tan grave y que, de todos modos, se le pasaría cuando fuera mayor. Hira se dio la vuelta y volvió en silencio a su habitación. Estaban hablando de que a lo mejor solo le hacía falta algo que le apasionara. Se sentía desdichado, triste y amargado por la forma en que aquel profesor había hecho que las preocupaciones llegarán también a su casa. No podía perdonárselo.
El fin de semana siguiente su padre le dio un regalo a pesar de que todavía no era su cumpleaños. "Me la gané en el torneo de golf", le había explicado. ¿Desde cuándo es que su padre siquiera jugaba al golf?
Hira abrió el regalo y encontró la cámara en su interior: era una costosa cámara réflex; la había visto muchas veces en los anuncios por televisión. Recordó a sus padres hablar sobre querer que tuviera un pasatiempo, y supuso que habían llegado a esta solución. La fotografía era algo que podías practicar por tu cuenta y, además, le daría una razón para salir al exterior. Incluso parecía ser un pasatiempo un tanto genial para un chico nerd como él. Pero, lo más importante, es que no dejaría que los esfuerzos de sus padres fueran en vano.
—Gracias, la cuidaré muy bien —dijo y les ofreció una sonrisa torpe, que bastó para que sus padres se la devolvieran con rostros de alivio.
—La próxima vez que tengamos el día libre deberíamos ir a un sitio a tomar fotos.
Y dicho eso, Hira se encontraba ahora de pie frente a los lirios, presionando sin parar el obturador.
Lirios a su derecha y lirios a su izquierda. Y cuando tomaron el teleférico para ascender a la cima, fueron recibidos por una plataforma llena de aún más lirios. ¿Qué demonios se supone que haga alguien con tantos lirios? ¿De verdad son tan espectaculares? Ah, ¿podría ser que son comestibles? Quizá los bulbos de lirio utilizados en el chawanmushi procedían exactamente de estos lirios.
—¡Kazunari, toma una foto de mami y papi!
Hira se dio la vuelta y vio a sus padres sonriendo, mientras los dos se tomaban de la mano y hacían el símbolo de la paz. Y, aunque era una cosa extraña de decir mientras sostenía la enorme cámara, Hira dijo “¡Digan chis!” al presionar el obturador. Cuando finalmente se dirigieron a casa él estaba agotado. Se había mostrado mucho más alegre de lo habitual para no decepcionar a sus padres.
Unos días después descargó las fotos en el ordenador, pero no se pudo convencer a sí mismo de que fueran bonitas. Los árboles de abedul con sus brillantes hojas verdes y blancos troncos; los lirios demasiado coloridos: naranjas, rosas, rojos, blancos y amarillos. Todo parecía tan planificado y antinatural que le revolvía el estómago. Tomó el ratón para editar uno de los lirios naranjas. Luego uno rosa, y después uno rojo. Uno blanco, seguido de un amarillo. Trabajó sin descanso y con calma para quitar las flores una por una; su cabeza estaba vacía. No fue hasta que miró la foto, que ahora estaba llena de espacios en blanco, que regresó a la realidad.
Oh.
Había arruinado la foto por completo, después de que sus padres se tomaran la molestia de comprarle la cámara y llevarlo a practicar fotografía. Si bien el daño no era irreversible, pues bastaba con un clic para que volviera a la normalidad, el problema era que lo había hecho en primer lugar. Se apresuró a devolver la foto a su estado original y pasó a la siguiente. Era la de sus padres, donde estaban uno al lado del otro, haciendo el símbolo de la paz, y se sintió aún peor que antes.
Lo siento, lo siento. Siento mucho ser así.
Mientras Hira se disculpaba frenéticamente, un sonido como el gorjeo de un pájaro se mezcló con la voz de su cabeza. Sintió una opresión en el pecho y gritó el nombre de su salvador.
¡Capitán pato! ¡Capitán pato!
Mantén tu corazón en calma, no dejes que sea fácilmente perturbado. Se como el patito de goma de ojos saltones que flota a la deriva en el sucio arroyo artificial.
Cada día era más fácil de sobrellevar si se mantenía estoico. Pero aquel día, el patito de goma quedó atrapado en una corriente salvaje y fue arrojado repetidamente contra las paredes de hormigón, dejándolo magullado por todas partes.
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