El TLP, o trastorno límite de la personalidad, es un trastorno mental que se caracteriza por una inestabilidad emocional, teniendo dificultades en las relaciones interpersonales y una autoimagen fluctuante. Las personas con TLP pueden experimentar intensos episodios de ira, depresión y ansiedad, que pueden durar desde unas pocas horas hasta días. También pueden tener problemas con la impulsividad y la autolesión.
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KELLY QUINTESSA JONES
Jueves 23 de noviembre de 2023.
Sentada en una silla amarilla, jugando con mis manos, escuchando mil y una voces que no son mías.
—Quintessa Jones.
La mujer morena de ojos avellana y pelo oscuro me mira con alegría.
Paso a la grande sala amarilla.
La habitación es un color chillón de cojones, el suelo es de madera, y hay un montón de cuadros raros colgados por toda la pared.
La chica se sienta en la blanca silla, abre su cuaderno y apunta en silencio.
Observo de pie cada una de las pinturas, son todas aburridas... todas menos una.
—Una mesa, una botella apoyada sobre ella, y al lado, un plato.
La mujer deja de anotar y me mira.
—Por favor, Kelly, siéntate —me pide ella amablemente.
Pero no me apetece hacerle caso.
—Hay un ojo en el plato —la miro y sonrío —. Pero no es un simple ojo arrancado, ¿no, Samantha?
La psiquiatra me mira y frunce el ceño.
—Kelly, haz el favor de...
No dejo que termine su estúpida frase.
—¿Al menos sabe usted lo que significa un ojo en un plato? El que te mira cuando el plato está vacío, porque el ojo sabe que te has zampado como una gorda toda la comida, y eso significa que tendrás que ayunar hasta el día de Navidad. ¿Acaso sabe usted lo mal que lo paso cuando me mira el ojo? —sonrío —, aunque ya no me mira. Ya no —. Suspiro y me siento en la silla vacía que permanece justo en frente de la mujer.
—Tenemos que hablar sobre las pastillas, Kells.
Una lágrima cae sobre mi mejilla.
—¿Vas a hacer que vuelva a estar drogada, Sami?
Ella apunta en su ridículo cuaderno. Me enfado, me irrito.
La odio.
Me levanto tan fuerte que, del impulso, la silla se desliza hacia atrás y cae al suelo.
Samantha está por darle a su botoncito rojo que está bajo su mesa, pero yo soy más rápida y la tiro con un empujón.
—Cálmate o tendré que llamar a emergencias.
Reclama con miedo.
Samantha es una psiquiatra novata, a penas lleva un año conmigo y mayormente me saca de quicio.
Varias veces he acabado inyectada con sus putas agujas relajantes de osos, pero no es mi culpa el comportarme así.
O eso es lo que mamá le dice a Samantha.
Cuando era pequeña solían llevarme a un médico diferente al resto.
Me hacían pruebas como a los conejos y no pararon hasta que dieron con lo que buscaban. Con nueve años me detectaron el trastorno límite de la personalidad, aunque durante mucho tiempo llegaron a pensar que tenía un estado grave de bipolaridad.
Yo no sabía qué mierda era eso.
Mamá solía gritarme por mi comportamiento, pero yo no entendía lo que me pasaba, solo notaba un quemazón en el pecho que me generaba una ira inmensa, que se convertía en una crisis.
Con doce años, mis padres, horrorizados, tuvieron que llevarme a ese lugar amarillo y, después de otras mil doscientas jodidas pruebas, dieron con una medicación efectiva.
Me encerraron en habitaciones, me ataron en camas y me sellaron la boca con la mirada.
Vivía en una pesadilla constante.
Y ahora sueño con aquella pesadilla cada noche.
Samantha dice que es normal, yo digo que estoy completamente ida de la chaveta.
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Lunes 6 de noviembre de 2023
9:32 de la mañana.
Diana no aparece.
Los profesores llevan buscándola durante casi dos clases enteras y la muy puta no me contesta las llamadas.
—Kelly, ¿sabes dónde puede estar ella? Serías de gran ayuda —comenta nervioso el profesor de artes. Se rasca la cabeza pensativo, luego hace lo mismo con la poca barba que tiene y, por último, se limpia las gafas. No entiendo por qué para impartir clase lleva traje de ceremonia.
Niego con la cabeza y sonrío.
—Ni idea, perdóneme, señor Martínez.
Un montón de profesores me preguntan por los pasillos, y mi respuesta es siempre la misma.
"No sé".
Pero seamos sinceros, todos saben dónde está.
En la hora de matemáticas aparece la antigua amiga de Diana, Scarlett.
Ha venido corriendo, le falta el aire, está completamente roja y le caen gotas de los ojos.
—Esta...
Coge aire y respira fuerte, agarrándose del marco de la puerta.
—Está en Cornualles.
La profesora abre los ojos como platos, se lleva las manos a la cabeza y corre al despacho del director.
Helena, la profesora de mates, es simpática y siempre ha escuchado lo que Diana comentaba. Es la alumna menos habladora de este curso, el año pasado no había quien la callase.
Estoy sentada en primera fila, la clase es pequeña y demasiado simple. Hay una pizarra blanca y veinte pupitres pequeños. Un corcho vacío al lado de la pizarra situada frente a todos, y un perchero tras la puerta, es por eso que no se puede abrir del todo.
Como nuestra clase está en el primer piso, la altura de la clase al suelo de la calle es de menos de dos metros.
Miro con inquietud la ventana y me levanto de inmediato.
No hay rejillas, no hay lamas.
Me escapo.
Toda la clase está viviendo una película de drama y suspense ahora mismo, solo pocos saben lo que realmente le ocurre a Diana.
Corro como una jodida loca, aun sabiendo que me he dejado la mochila y el abrigo.
No pienso volver atrás.
Tras correr por la carretera como una psicópata y casi haber sido atropellada por al menos dos camiones, llego a la playa.
—Joder, rubia.
A lo lejos de la carretera, se puede llegar a ver el azul coche del director. Va a toda mecha, un poco más rápido y yo creo que la NASA no necesita más cohetes.
El vehículo da un frenazo y los profesores bajan a toda pastilla, corren y corren.
La maestra de educación física se lleva las manos a la boca y le saltan las lágrimas.
Diana hace llorar a la gente.
El director llama a un teléfono y tiene una conversación rápida.
No escucho, me duele la cabeza.
La profesora de matemáticas se ha girado para verme, a lo lejos se ve cómo mira a un lateral, me dice algo, pero no la escucho.
—¡Sal de la carretera, Kelly!
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