Martes, 18:30
El sol aún brillaba en el cielo, pero el frío se colaba bajo la ropa como una advertencia sutil. Parecía una tarde como cualquier otra.
Estaba sentada en una cafetería pequeña, con un café Americano enfriándose sobre la mesa. No lo pedí porque lo quisiera, sino porque era lo que debía hacer para no despertar sospechas. Me gusta el sabor amargo, aunque a veces me recuerda a cosas que preferiría olvidar. Di un sorbo. Al final, ¿Quién podría negarse a la reconfortante calidez de un café caliente?
Había un libro abierto frente a mí, pero no estaba leyendo. Mis ojos recorrían las páginas sin verlas, mientras mi mente se centraba en algo mucho más importante: el hombre sentado al fondo de la sala. Llevaba semanas siguiéndolo, memorizando sus horarios, sus rutinas, sus vicios. Era predecible. Hoy no sería la excepción.
Como todos los martes, terminaría su café, se levantaría, y caminaría hacia el aparcamiento para tomar su coche. Pero esta vez, no llegaría a casa.
Había planeado cada detalle. Mi ropa era discreta, en tonos apagados que se mezclaban con la multitud. No hacía movimientos bruscos, ni ruidos innecesarios. Nadie recordaría mi rostro, ni mi presencia. La invisibilidad es un arte que requiere paciencia, y yo me he vuelto una experta.
A las 19:00, se levantó de su mesa. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, pero mantuve mi expresión neutra. Cogí mi bolso y cerré el libro con un movimiento deliberadamente lento, antes de seguirlo a una distancia segura.
Lo vi buscar las llaves en el bolsillo de su abrigo mientras se dirigía al coche. El tintineo metálico de las llaves era como un disparo de adrenalina que me recorrió el cuerpo. Satisfacción pura. Todo estaba saliendo según lo planeado.
Se detuvo junto a su coche, sacando finalmente las llaves para abrir la puerta. Me acerqué despacio, fingiendo estar distraída mientras revisaba el interior de mi bolso. Mis dedos ya sostenían el pañuelo impregnado de cloroformo.
El momento llegó. Me coloqué justo detrás de él, como si estuviera buscando algo. Y cuando vi mi oportunidad, me lancé. Coloqué el pañuelo sobre su nariz y boca. Se resistió, claro, pero no lo suficiente. Apenas unos segundos después, su cuerpo se desplomó como una hoja llevada por el viento.
19 : 15
Mi coche estaba aparcado junto al suyo. Llegué con horas de anticipación para asegurarme de conseguir ese lugar. Era más pesado de lo que parecía, pero logré arrastrarlo hasta el maletero. Cada músculo de mi cuerpo ardía, pero la satisfacción lo hacía soportable.
Sabía que tenía tiempo antes de que alguien notara su ausencia. Todo estaba bajo control , me repetí a mi misma
Mientras cerraba el maletero, una idea cruzó mi mente. ¿Por qué él?
La respuesta era sencilla: porque me hizo sentir eso de nuevo. Esa sensación de impotencia que creí haber enterrado hace años. No era su culpa, no directamente. Pero eso no importaba. Él era un recordatorio, y los recordatorios deben ser eliminados.
No más humillaciones. Esa fue la promesa que me hice el día que dejé de ser una víctima.
Abrí la puerta del coche. El interior estaba frío, y las ventanas estaban algo empañadas por la humedad de la noche. Metí la llave en el encendido y giré, escuchando cómo el motor cobraba vida con un rugido bajo. Cerré la puerta con cuidado, evitando hacer demasiado ruido. Poco después, salí del aparcamiento y me adentré en las calles silenciosas.
Conducía despacio, las manos firmes en el volante. Mi mente, sin embargo, no estaba en la carretera. ¿Sabrá lo que ha hecho?, me pregunté. Fruncí el ceño al pensar en ello. No, seguro que no lo sabe. Es un hombre egoísta, terco. Ni siquiera habrá notado cómo lo miré cuando me empujó.
Pero yo lo recuerdo.
Recuerdo cada detalle: su mirada despreciable, como si yo no fuera más que una sombra en su camino. El tacto áspero de la manga de su chaqueta al chocar conmigo. La forma en que ni siquiera se giró, como si yo no mereciera un segundo de su tiempo. Ese escalofrío... lo siento incluso ahora.
"Lo recuerdo", murmuré para mí misma, con los dedos apretando el volante.
19: 45
Por fin llegué al sitio. Era un lugar apartado, una especie de bosquecillo que parecía estar desconectado de todo. Los árboles se alzaban altos y oscuros ante mi vista, muchos de ellos pinos verdes que, en lugar de transmitir tranquilidad, hacían el paisaje más tenebroso. La hierba, en cambio, estaba seca, quebradiza; no había llovido últimamente.
El cielo estaba cubierto de nubes grises que habían escondido el sol, enfriando el aire y llenando el ambiente de humedad. Me bajé del coche y cerré la puerta con un pequeño portazo, lo suficientemente fuerte como para escuchar el clic del seguro, pero no tanto como para llamar la atención de algún curioso.
Caminé unos pasos por la hierba que crujía bajo mis pies. El sonido, aunque leve, parecía amplificarse en la quietud del lugar. Me detuve frente al maletero y lo miré por unos segundos. ¿Estará despierto?, me pregunté. Giré la cabeza a ambos lados, observando el bosque a mi alrededor. No había nadie. Lo sabía, pero aún así me aseguré.
Tras unos segundos de calma, decidí abrir el maletero. Mi corazón latía con fuerza, golpeándome el pecho. Cuando lo abrí, solté un suspiro de alivio. Seguía inconsciente, tal como esperaba. Todavía era muy pronto para que despertara.
Lo saqué con cuidado, comenzando por las piernas para evitar que cayera al suelo de forma brusca. No quería dejar demasiadas huellas en la tierra, ni en su cuerpo. El peso era mayor del que había calculado, pero lo arrastré como pude por el suelo seco, dejando un rastro leve en la hierba.
Después de unos minutos, llegué al almacén en ruinas que había descubierto semanas atrás. Había recorrido kilómetros buscando el lugar perfecto, y este cumplía con todos los requisitos: aislado, olvidado y sin rastros de vida en los alrededores.
El interior estaba oscuro y olía a humedad y abandono. Las paredes estaban desconchadas, y en una esquina, el techo había colapsado parcialmente, dejando entrar un rayo tenue de luz grisácea. Dejé el cuerpo en el suelo y me apoyé en la pared, respirando con dificultad.
Miré mi reloj. Siempre lo llevaba. Para mí, era indispensable; controlar cada minuto, cada segundo, era una obsesión. 19:50. Todo iba según lo planeado.
20:00
Lo até a la silla mientras seguía inconsciente. Su cuerpo estaba flácido, colgando como un muñeco de trapo, lo que facilitaba mi trabajo. Aproveché el momento para preparar lo necesario.
Había pasado semanas planeando esto, pero aún no estaba segura de cómo terminarlo. Quería que fuera algo limpio, eficiente, pero al mismo tiempo, quería que sintiera esa angustia que yo sentí cuando sus ojos me miraron con desagrado.
Finalmente me decidí. Encontré un gancho oxidado colgando del techo, probablemente usado en su momento para sostener sacos de comida. Perfecto. Tomé una cuerda de cáñamo que había traído conmigo y la até al gancho, asegurándome de que el nudo fuera firme. Había practicado esto en casa, hasta que cada nudo saliera perfecto.
En el otro extremo de la cuerda, dejé un lazo abierto, bien formado, lo suficientemente grande como para rodear su cuello. Miré el resultado y asentí, satisfecha. Cerca del centro del almacén, encontré un viejo cubo usado para las goteras; estaba polvoriento y ligeramente abollado. Lo arrastré al centro y lo coloqué justo debajo de la cuerda.
Me tomé un momento para contemplar el escenario. Todo estaba en su lugar. Todo bajo control.
De repente, un ruido detrás de mí me hizo girar rápidamente. Mi corazón empezó a latir con fuerza. Era él.
Había despertado.
Intentaba mover las manos, pero las ataduras que había asegurado alrededor de la silla lo mantenían firmemente sujeto. Gruñó, primero bajo, luego más fuerte, como si pensara que podría asustarme. No pude evitar sonreír.
—Parece que ya estás despierto. Perfecto. Esto será mucho más interesante si estás consciente. no pude evitar sonreír al ver como intentaba huir o incluso amenazarme , me gustaba , me gustaba sentir como tenia el control y el se sentía indefenso era como si nos intercambiáramos la cartas . Observe como se retorcía en la silla con una mezcla de ira y miedo , mientras que me gritaba , ni siquiera escuche lo que decía , no me importaba solo lo mire sonriendo ,me gustaba escuchar el miedo en su voz tapado con ese intento de intentar coger las riendas de la situación , el no era consciente de lo que iba a pasar eso hacia que se me erizase la piel de la emoción
- Puedes gritar si quieres , pero nadie te escuchara dije colocándome detrás de su silla ,no quería que me viese la cara aun , quería que me viese la cara cuando estuviese apunto de ahogarse en sus propias babas
Me acerqué al cubo, colocando un pie sobre él para probar su estabilidad. Mis dedos temblaban ligeramente mientras ajustaba el lazo alrededor de su cuello. No por miedo, sino por la anticipación.
—¿Sabes? —dije en voz baja, sin mirarlo directamente—. A veces me pregunto si las personas como tú siquiera piensan en lo que hacen. Probablemente no. Seguramente ni siquiera recuerdas cómo me miraste, cómo me empujaste como si yo no valiera nada. Pero yo sí lo recuerdo
El hombre me miro ahora con otros ojos diferentes a como lo hizo la primera vez , ahora sus ojos reflejaban el miedo ,parecía que no procesaba la información , su respiración se agito mas cuando vio como le ajustaba la cuerda , empezó a gritarme a suplicarme no me moleste en escucharle , hacia mucho tiempo que deje de escuchar a los demás ya no era capaz de hacerlo
Miré alrededor por última vez. Cada gota de sudor en mi piel parecía vibrar con anticipación y emoción. Revisé la cuerda una vez más, asegurándome de que estuviera perfectamente ajustada.
Su griterío empezaba a perforarme los oídos. Era insoportable, un sonido que se sentía como el chillido de un cerdo en una matanza. El eco en el almacén lo hacía peor. Cerré los ojos por un momento, inhalando profundamente, como si eso fuera suficiente para recuperar la paciencia que él estaba agotando.
Finalmente, mi pie se movió con decisión, dando una patada seca al viejo y sucio cubo.
El ruido del cubo chocando contra el suelo resonó en el almacén, mezclándose con el sonido del ahogo. La cuerda se tensó, y él comenzó a luchar. Me quedé inmóvil, observándolo. Ahora sí me miraba. Sus ojos desesperados se clavaron en los míos, pidiendo algo que nunca le daría.
Sonreí.
Su rostro se tornó morado mientras intentaba respirar, sus babas cayendo por los lados de su boca. Su cuerpo temblaba, aferrándose a una vida que ya no le pertenecía. No tardó mucho en morir. En pocos segundos, el silencio volvió a llenar el almacén. Ahora colgaba inerte, como un muñeco de trapo.
Me permití una risa breve al recordar la comparación. Me quedé unos minutos más observándolo. Era mi obra de arte, y como cualquier artista, admiré los detalles. Cada nudo, cada marca, cada segundo calculado con precisión.
Miré mi reloj de muñeca. "Tengo que controlar el tiempo...", me recordé. 20:18. Perfecto. Había terminado exactamente a la hora que había planeado. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro mientras lanzaba una última mirada al escenario que había creado.
Satisfecha, salí del almacén. La oscuridad había caído por completo, y el frío se sentía más intenso. Pude ver el vapor de mi respiración disiparse en el aire. Saqué un cigarro del bolsillo con cuidado y lo coloqué entre mis labios. Busqué el encendedor en el otro bolsillo, cubriendo la llama con mis manos para protegerla del viento.
Le di una calada profunda, sintiendo cómo el humo llenaba mis pulmones. No pensaba en nada. Solo en el vacío que seguía a cada obra terminada. Era una calma extraña, pero agradable. Le di una última calada antes de apagar el cigarro contra el suelo con un ligero pisotón, asegurándome de no dejar rastro de fuego.
Caminé hacia el coche, escuchando el crujido de las hojas secas bajo mis pies. Mis ojos se desviaron a las marcas en el suelo, el rastro dejado al arrastrar el cuerpo. No me preocupó. Las nubes anunciaban lluvia, y sabía que las huellas desaparecerían con ella. Además, no me importaba que supieran que era un asesinato. Quería que lo supieran.
Me subí al coche. Por primera vez en horas, el maletero estaba vacío. Una sensación de vacío me invadió, como si el final del acto dejara un hueco que no sabía cómo llenar. Saqué las llaves del bolsillo y encendí el motor. El rugido fue suave, como un susurro mecánico que me devolvió a la realidad.
Mis manos se ajustaron al volante con calma, pisé el acelerador y dejé atrás el almacén.
¿Cuánto tardarán en encontrarlo?, pensé mientras el camino se deslizaba frente a mí. La pregunta me arrancó una pequeña sonrisa.
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