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12:00
Miré el reloj en mi escritorio, un diseño minimalista de líneas limpias y números blancos sobre fondo negro. Su silencioso clic al marcar cada cambio de hora era un sonido al que estaba acostumbrada, pero que, por alguna razón, seguía erizando mi piel cada vez que lo escuchaba. Una pequeña alarma en mi mente, como si mi cuerpo nunca dejara de estar en estado de alerta.
El cliente frente a mí hablaba, su voz un murmullo constante que llenaba la habitación sin decirme realmente nada útil. Asentí en los momentos correctos, una sonrisa cortés adornando mi rostro, incluso soltando una leve risa cuando intentaba alguna broma. Parecía relajado, cómodo. Exactamente como quería que estuviera.
Pero mi mente estaba en otro lugar. Calculando. Siempre calculando. Cada palabra que decía tenía un propósito, cada gesto era intencionado, diseñado para proyectar una imagen que sabía que funcionaba. Amable, sonriente, carismática. Era un papel que dominaba a la perfección, una fachada que me servía bien en este mundo. Nadie sospechaba de alguien tan brillante y encantadora, ¿verdad?
Mis ojos se detuvieron en su rostro durante unos segundos más de lo necesario, analizándolo con una intensidad que casi me traiciona. Sus rasgos, su postura, incluso cómo colocaba las manos sobre la mesa... Todo era información que recogía sin esfuerzo, como un instinto.
—¿Está todo bien? —preguntó el cliente, inclinando ligeramente la cabeza, su sonrisa incómoda.
Mi expresión no titubeó. Dejé escapar una pequeña risa, levantando una mano como para disculparme.
—Oh, perdón, estaba pensando en lo que mencionaste antes sobre el proyecto. Es fascinante cómo planeas implementarlo. Realmente tiene un potencial increíble. Dije de manera ''elogiosa'' hacía el cliente aunque realmente pensaba que era un capullo más .
Su sonrisa volvió, más confiada ahora. Lo tenía de nuevo bajo control.
Me aclare ligeramente la garganta antes de hablar , sin hacer mucho ruido y sin que el notase mi molestia , había cogido un poco de frío del otro día en el almacén, debería comprar algo para la garganta me dije a mi misma
—Es curioso, siempre me encuentro en situaciones donde tengo que resolver los problemas más complicados. Supongo que es lo que pasa cuando confían tanto en tu experiencia. —Mi tono fue lo suficientemente modesto para no parecer arrogante, pero claro como para dejar una impresión. Me gustaba que mis clientes sintieran esa confianza que tenía en mí misma, que me vieran como alguien que siempre tenía el control. Porque el control lo era todo. Y el control me relajaba.
El cliente rió, como esperaba que lo hiciera.
Cuando finalmente salió de la oficina, mi sonrisa desapareció tan rápido como cerré la puerta tras él. Antes de girar la llave, no pude evitar dedicarle una mirada fugaz de desagrado mientras esperaba al ascensor. Ya no tenía que fingir.
Me dejé caer en mi silla, observando el espacio perfectamente ordenado de mi escritorio. Todo estaba en su lugar, cada bolígrafo, cada carpeta, cada detalle minuciosamente calculado. Pero mi mente era un caos. Siempre lo era.
No es que no me gustara mi trabajo; de hecho, lo disfrutaba. Era bueno para mantenerme ocupada, enfocada en algo que no fueran los pensamientos que a veces se arremolinaban como una tormenta. Pero hoy... hoy no podía evitarlo. Mi cabeza giraba una y otra vez, volviendo siempre a lo mismo.
Cuatro días. Habían pasado cuatro días, y todavía no había visto nada en el televisor ni en los periódicos. Ningún titular. Ninguna noticia. Nada que indicara que lo habían encontrado. Era posible que aún no se hubiera filtrado, pero esa incertidumbre me tenía inquieta.
Mis dedos tamborilearon sobre el escritorio, un gesto nervioso que intenté reprimir. No debería estar nerviosa. Todo había salido perfecto, tal como lo planeé. Nadie podría conectar los puntos, al menos no por ahora. Aun así, mi cuerpo temblaba levemente, un rastro de la adrenalina que aún recorría mis venas al recordar esa noche.
El éxtasis, la euforia, esa sensación de control absoluto en ese momento... No podía describirlo, pero era tan intenso que casi me hacía sentir viva. Casi.
Culpa. Esa palabra no tenía cabida en mi mente. No me sentía culpable. ¿Por qué habría de hacerlo? Sabía que él se lo merecía. Era una mala persona. Lo había sido conmigo, y probablemente también con otros. Así que, ¿por qué sentirme mal por algo que, en el fondo, era justicia?
Mis labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible mientras me inclinaba hacia atrás en la silla. Nadie más lo entendía, pero yo lo veía con claridad. El mundo estaba lleno de personas como él, que pensaban que podían pisotear a los demás sin consecuencias. Y yo... yo estaba aquí para recordarles que no siempre era así.
Parpadeé un par de veces antes de levantarme de la silla. Mi mirada volvió al largo escritorio de madera de roble, recorriéndolo con precisión. Escaneé cada rincón en busca de algo fuera de lugar: un papel mal apilado, una carpeta desordenada, un bolígrafo que no estuviera en su sitio. No encontré nada. Perfecto, como siempre debía ser.
Di unos pasos hacia la puerta, pero mi atención se desvió al espejo que colgaba en la pared izquierda, justo al lado de un mueble lleno de libros. La mayoría de esos libros eran puro adorno, escogidos más por estética que por contenido, aunque algunos los había leído
Me detuve frente al espejo, obligándome a mirar. Mi reflejo era impecable: cabello perfectamente peinado, maquillaje sutil y ropa sin una sola arruga. Pero, aun así, algo no cuadraba. Siempre sentía que había algo en esa figura que no encajaba conmigo. A veces, mi propia imagen se veía borrosa, como si fuera otra persona mirándome desde el otro lado. La sensación era incómoda, casi sofocante.
Aparté la vista rápidamente, sacudiendo mi chaqueta cuando noté una pequeña mota de polvo en el hombro. Una distracción. Algo que no debería estar ahí.
Salí de la oficina, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido. Dejé que el pomo se deslizara entre mis dedos mientras observaba cómo la puerta se cerraba con un suave clic.
Pensé que quizás era el momento perfecto para buscar un café. Un pequeño descanso me ayudaría a despejarme, o al menos eso me dije para justificar la necesidad de escapar unos minutos de mi propia mente.
Di unos pasos hasta el ascensor y presioné el botón rojo. Esperé unos segundos hasta que la puerta metálica se abrió con un leve chirrido, invitándome a entrar.
Cuando salí del edificio, el frío aire matutino me envolvió. Caminé unos cuantos pasos calle arriba hasta una cafetería que siempre había sido mi refugio. No era solo el café —que siempre preparaban exactamente como me gustaba—, sino también la atmósfera tranquila que me permitía pensar.
Al empujar la puerta, el tintineo de las campanas colgadas en la entrada anunció mi llegada, un pequeño sonido que siempre me pareció más un saludo que una advertencia.
—Un café americano, por favor —dije al acercarme al mostrador sonriéndole levemente a el barista que estaba tomando los pedidos
Mientras esperaba, mi mirada se dirigió instintivamente a una mesa en el rincón del fondo. Ahora estaba vacía, pero hace solo cuatro días, una mujer había estado allí. Con un café americano en la mano y un libro abierto que apenas leía, observaba atentamente a un hombre que se marchaba poco después. Franz Berger.
El barista llamó mi atención, extendiéndome el vaso caliente, y agradecí con una sonrisa. El cálido recipiente en mis manos parecía calmarme mientras salía nuevamente a la calle.
Pero entonces lo vi.
En la acera de enfrente, un hombre esposado era escoltado hacia un coche patrulla. Beck. El mundo a mi alrededor pareció desvanecerse por un instante. El tráfico, el murmullo de las personas, todo se apagó, dejando solo el ruido de mis propios pensamientos y el latido acelerado de mi corazón.
¿Por qué estaba esposado? ¿Qué sabían?
La pregunta martilleaba en mi cabeza. Intenté calmarme, racionalizar. No pueden saber nada. Ni siquiera me conoce. Aun así, mi mente no paraba de buscar grietas, posibilidades de que algo pudiera haberse salido de control.
Mi cuerpo seguía caminando automáticamente, siguiendo el ritmo de mis pasos mientras mi mente continuaba obsesionada con cada pequeño detalle de aquella escena , sin apartar mi vista de la otra acera donde se encontraba el policía y Beck esposado
El impacto fue suave, pero suficiente para arrancarme de mi trance. El café tambaleó en mi mano, derramándose ligeramente sobre la tapa.
—Mierda... —susurré entre dientes, apenas consciente de que lo había dicho en voz alta.
Al levantar la vista, mis ojos se encontraron con los de un hombre que estaba justo frente a mí. Alto, serio, con un porte autoritario que no necesitaba palabras para imponerse. Sus ojos oscuros parecían escudriñarme, y sentí como si pudieran atravesar cada una de las capas que había construido con tanto cuidado.
—Perdón, no te había visto —dije rápidamente, forzando una pequeña sonrisa avergonzada mientras intentaba recuperar mi compostura.
Él inclinó ligeramente la cabeza, estudiándome en silencio antes de responder.
—¿Está bien? —preguntó, su voz grave pero cortés.
—Sí, solo iba algo distraída, disculpa —respondí, modulando mi tono para sonar natural, dejando escapar una risa breve pero cuidadosamente ensayada.
Intenté apartar mi mirada, pero algo en él me retenía. No era solo su presencia física; había algo en su expresión, una mezcla de curiosidad y desconfianza, como si estuviera acostumbrado a leer más allá de lo evidente. Su mirada no era invasiva, pero sí... inquisitiva. Eso hizo que mi cuerpo se pusiese en alerta , intente evitarlo pero mis ojos le miraron de una forma casi penetrante como si fuese un animal que se hubiese encontrado cara a cara con su cazador
El reconocimiento me golpeó de repente. Miré de reojo hacia la acera opuesta y lo comprendí: ese hombre debía ser el inspector. Beck vivía en ese edificio. La casera seguía de pie junto a la puerta, observando cómo escoltaban a su inquilino esposado, y ahora mirándome contemplando la pequeña escena, cuando sus ojos se posaron en mi sentí como si su mirada se volviese desconfiada y incluso juzgante .
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Él también se dio cuenta de mi reacción a todo eso
—¿Seguro que está bien? —insistió, ladeando ligeramente la cabeza mientras sus ojos se estrechaban, con un tono que juraría que era casi de sospecha , eso hizo que mi cuerpo se pusiera aun más tenso
—Sí, completamente. Lo siento otra vez. —Sonreí, intentando disimular el temblor en mi voz, pero mis ojos, como siempre, me traicionaron. Lo miré de una manera demasiado directa, intensa, casi como si me sintiera amenazada por él.
Él asintió lentamente, pero no se movió de inmediato. Parecía analizarme, buscando algo que ni siquiera yo podía identificar.
Mi instinto me gritaba que me alejara. Así que lo hice. Di un paso hacia un lado, asegurándome de no parecer apresurada, y continué caminando calle abajo. El café aún caliente en mi mano era el único ancla que tenía para no perder la compostura.
Mi piel seguía erizada, el pulso acelerado. Sabía que no había dicho nada incriminatorio, pero esa mirada suya... era como si él supiera que yo también estaba buscando algo que esconder.
Ese encuentro había sido demasiado cerca para mi gusto.
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