Viernes
00:00
Había sido un día agotador. El caso había devorado por completo mi tarde y buena parte de la noche, y aun así, al regresar a casa, mi mente seguía atrapada en el lugar del crimen. Hoy era una de esas muchas noches en las que el sueño parecía imposible.
Mi cuerpo, pesado y rendido, se hundía en las sábanas suaves y blancas, pero mi mente no me daba tregua. Una punzada de cansancio ardía en mis ojos, pero no era suficiente para cerrar el día. Mis pensamientos giraban en círculos, persiguiendo pistas que parecían estar siempre fuera de mi alcance.
Mis ojos vagaron hacia el techo, un lienzo blanco y vacío que a menudo usaba para concentrarme, para mantener mis ideas en línea. Pero esta vez, ni siquiera eso funcionaba. El silencio de la habitación parecía amplificar el ruido en mi cabeza: imágenes del cuerpo, de la cuerda, del almacén vacío.
Intenté distraerme pensando en Klaus. ¿Habría encontrado algo al hablar con el círculo cercano de la víctima? La curiosidad me picaba como una aguja fina, y mis ojos se deslizaron hacia la mesita de noche. Allí, mi teléfono reposaba en silencio, apagado.
La tentación de llamarlo creció lentamente, como una llama que no podía apagar. No lo había hecho antes porque estaba absorto en la morgue, buscando respuestas entre cadáveres y marcas que solo me daban más preguntas. Pero ahora, esa necesidad de saber me consumía.
En ese momento, un recuerdo vino a mi mente como una señal de advertencia y autocontrol. Recordé que Klaus, además de ser mi compañero más leal en la policía, también era padre de dos niñas pequeñas. Eso bastó para detenerme.
Ya trabajaba demasiadas horas al día como para que, al llegar a casa, tuviera que dividir su tiempo entre el cansancio y las risas de sus hijas. Me lo había contado muchas veces: cómo las pequeñas esperaban en la puerta, con esa energía interminable que solo los niños parecen tener. Incluso cuando me hablaba de alguna gamberrada, como pintar las paredes o esconderle los zapatos, siempre sonreía al contarlo.
A menudo, esas historias me hacían pensar en algo que no me gustaba tocar, ni siquiera dentro de mi propia mente. Mi familia. O lo que alguna vez fue.
Mientras Klaus describía esas escenas con orgullo, yo solo podía recordar los silencios incómodos en la mesa de mi casa, las miradas duras de mi padre, los suspiros de resignación de mi madre. Él no era un hombre que entendiera la ternura. Para él, el cariño se demostraba a través de la disciplina, de las órdenes, de los castigos.
Mi padre quería que yo siguiera su camino, que me convirtiera en una versión de él mismo, pero mejorada. Su forma de "demostrar amor" era ponerme a prueba constantemente, empujándome más allá de mis límites.
—Un hombre debe ser fuerte, Aleksis. Debe ser un líder. —esas palabras se repetían en mi cabeza, como un eco que nunca desaparecía.
El problema era que no quería ser como él. Nunca quise serlo.
Mis hermanas tampoco fueron un refugio. Crecí cuidándolas, intentando protegerlas de la tormenta que era nuestro padre. Pero cuando crecieron, se distanciaron de mí. Quizá porque, a pesar de mis esfuerzos, siempre me vieron como una extensión de él, como un reflejo de mi propio padre , aunque siempre quise que no me vieran como el ,mi padre se ocupo de manipularlas y convencerlas de que yo solo quería hacerles daño .No pude evitar fruncir el ceño al recordar todo eso , sentí como la sangre que pasaba por mis venas empezaba a hervir de la rabia al recordar simplemente la figura de mi padre .
Un suspiro escapó de mis labios mientras mi mirada volvía al techo. Tal vez por eso nunca intenté formar mi propia familia. Klaus tenía algo que yo nunca podría tener: un hogar donde lo esperaban, donde lo querían. Todo lo que yo tenía era un apartamento vacío, una cama que nunca ofrecía descanso y un trabajo que me consumía.
5:30 am
El sonido del despertador me sacó de mis pensamientos. Pestañeé un par de veces, como si mi mente intentara volver al presente después de perderse en algún rincón lejano.
Mi mirada cansada se deslizó hacia el reloj: 5:30. Era la hora en la que debía levantarme. Solté un suspiro, no tanto por el cansancio, sino por la monotonía de esa rutina que no cambiaba nunca.
Miré hacia la ventana. Algunos rayos de luz se filtraban a través de la persiana, creando pequeños puntos brillantes en las paredes de la habitación. Me quedé allí, inmóvil, observando cómo esos diminutos reflejos parecían moverse con vida propia. Finalmente, reuní fuerzas y me levanté.
Caminé hasta la ventana y subí la persiana, dejando que la cálida luz amarillenta inundara la habitación como un torrente imparable. El cambio repentino hizo que mis ojos se entrecerraran por el escozor, pero me acostumbré rápidamente. La claridad llenó cada rincón, eliminando las sombras, como si intentara borrar algo más que la oscuridad de la noche.
Me dirigí al baño. Era mi rutina, casi una obsesión. Siempre comenzaba el día con una ducha, no solo para espabilarme, sino porque la limpieza era algo que me importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Mi casa siempre estaba impecable, cada cosa en su lugar, cada superficie limpia. Me daba cierto orgullo saber que, aunque mi vida fuera un caos, al menos mi entorno no lo era.
Abrí el grifo del agua fría y la dejé correr un momento antes de entrar. La primera gota sobre mi piel se sintió como una bofetada, provocando que mi piel se erizase un poco bajo el agua fría. Siempre elegía el agua fría, incluso en invierno. Era algo que despertaba cada fibra de mi cuerpo, aunque al principio fuera como si miles de agujas se clavaran en mi piel.
El sonido del agua llenaba el silencio del apartamento, una melodía monótona pero tranquilizadora. Mientras el frío recorría mi cuerpo, mi mente volvía, inevitablemente, al caso.
Tras una ducha de agua fría, vestirme se sintió como empezar de nuevo. Casi como si fuera una persona diferente. Me puse el abrigo, pero una corriente de aire frío que se coló por las ventanas me recordó, una vez más, que debía arreglar la calefacción.
Esta vez no lo olvidaré, me dije a mí mismo. Caminé hacia el escritorio donde guardaba un viejo cuaderno de notas. Arranqué un pequeño trozo de papel y, con un bolígrafo que apenas escribía, anoté: "Llamar al técnico para el calefactor." Lo dejé sobre la mesa de la cocina, a la vista, donde sabía que tendría que verlo al regresar.
La luz de la mañana se colaba por la ventana de mi cocina estilo americano, inundando el espacio con una claridad abrumadora. Me gustaba esa luz. De alguna forma, hacía que las cosas parecieran más simples, más manejables.
Me acerqué a la cafetera, un modelo antiguo que seguía funcionando como el primer día, siempre me costaba tirar cosas era como si de cierta forma sintiese que si la cambiase lo demás ya no seria igual , que todo se sentiría extraño ,como si no encajase. Vertí agua en el depósito y añadí el café molido con precisión, como si estuviera realizando un ritual. Un café americano, siempre fuerte y amargo. Ese sabor era lo único que lograba despejarme por completo y me daba la energía necesaria para enfrentar el día.
Mientras la cafetera hacía su trabajo, abrí la alacena para buscar una taza. No desayunaba. Nunca lo hacía. Comer recién levantado siempre me había resultado pesado, casi incómodo. El café era suficiente.
Con la taza en mano, me senté en la mesa de la cocina, pero no para relajarme. Mi mirada se desvió al montón de papeles que había dejado sobre el escritorio la noche anterior. Informes del caso, fotografías, notas escritas con letra apresurada. Estaban esperando.
Tomé un sorbo del café, amargo y caliente, dejando que el sabor me despejara un poco más. Mi mente volvió al almacén, al cuerpo, y también me recordó esa misma impaciencia que tenia anoche para hablar con Klaus y preguntarle si había descubierto algo , esa ansiedad de querer saber lo que Klaus averiguo hizo que me tomase el café algo mas rápido de lo que solía hacer entonces mire por la puerta de cristal de la cocina que daba a mi pequeño jardín , antes de ir tenia que regar las flores y plantas , me gustaba cuidarlas de algún modo así sentía que por lo menos algo que recaía en mis manos podía salir adelante .
Me levante de la silla sintiendo esa anticipación por recibir la información , deje la taza del café ahora vacía sobre el fregadero , lave la taza con la esponja lo hizo de una forma rápida , la enjuague y posteriormente volví a guardarla justamente en el sitio donde anteriormente había estado , tome mis notas y fotos sobre el caso y las guarde en una carpeta de plástico color verde botella , me gustaba ese tono de algún modo se me hacia armonioso .
Sali por la puerta de la cocina que daba al jardín , la cálida luz del día golpeo mi cuerpo cuando salí al jardín , era agradable el contraste de las frías mañanas con ese cálido rayo de sol que bañaba todo el vecindario
Cogi la regadera que había dejado con agua justo al lado de las plantas , aunque tuviese ese sentimiento de ansiedad por querer hablar con Klaus sobre el caso , me tome mi tiempo para regar las plantas de una forma cautelosa casi milimétrica vertiendo el agua sobre sus raíces pero no demasiada para no ahogarlas .
Después de regarlas contemple por un momento la escena , las pequeñas gotas de agua deslizándose sobre las verdes y coloridas hojas de las plantas , brillando como estrellas en una noche oscura a su vez por el cálido rayo de sol, que bañaba todas las plantas , mire el reloj que llevaba en mi muñeca izquierda las 6:30 am , ''debería irme ya '' dije para mi mismo, rodee el jardín para no tener que volver a entrar a la casa, llegue a la entrada y cerré la puerta con llave , siempre me aseguraba de que estaba bien cerrada ,dándole un pequeño tirón para comprobar que estaba bien cerrada
Al cerrar la puerta de mi casa , me encontré con la señora Müller, mi vecina que vivia en la casa de al lado Llevaba una bolsa de basura en una mano y un periódico en la otra.
—Buenos días, Aleskis —dijo con una sonrisa que parecía demasiado alegre para la hora que era.
—Buenos días —respondí con un ligero asentimiento.
Ella me observó por un momento, como si quisiera decir algo más,
—Que tenga un buen día —dije, caminando hacia mi coche no queriendo seguir mas la conversación
Me subí al coche y cerré la puerta, dejando afuera el gélido clima de invierno. Dentro, aunque el frío aún se sentía en el aire, el habitáculo ofrecía una especie de refugio.
Saqué las llaves del bolsillo y las giré en el contacto. El motor tosió, resistiéndose al frío matutino, como si se negara a despertar. Solté un leve suspiro de frustración, sintiendo la paciencia desvanecerse con cada intento fallido. Finalmente, tras un último giro, el rugido del motor llenó el silencio. Para mi un sonido de total alivio
Mi coche no era antiguo, pero tampoco nuevo, y con el frío invernal siempre emitía ruidos extraños, pequeños chirridos y vibraciones que parecían una conversación constante con el clima. Ajusté la calefacción, aunque sabía que tardaría en calentar. Mientras tanto, mis manos se mantuvieron sobre el volante
7:15
El camino hacia la comisaría estaba casi desierto a esta hora. El sol apenas asomaba entre los grandes edificios, proyectando sombras alargadas sobre las calles adoquinadas. Era un alivio, en cierto modo. Sin tráfico ni turistas ocupando las aceras, las cosas parecían moverse con más fluidez.
La comisaría se encontraba en un imponente edificio de color beige en Hochbrückenstraße, en el corazón del Altstadt-Lehel, el casco antiguo de Múnich. Las estrechas calles circundantes, con su arquitectura histórica y encanto pintoresco, contrastaban con la seriedad del lugar.
A pesar de su encanto visual, trabajar aquí tenía sus desventajas. Los turistas, siempre fascinados por cualquier cosa con un aire oficial, solían detenerse frente a la comisaría para hacerse fotos. Nada me irritaba más que eso. ¿Qué había de fascinante en una comisaría? Nunca lo entenderé.
Aparqué frente al edificio. Bajé del coche, ajustándome el abrigo para protegerme del frío matutino. La luz tenue de la mañana iluminaba la fachada, destacando las letras doradas que marcaban la entrada principal.
Al entrar, el ambiente frío y ligeramente cargado de la comisaría me recibió con la familiaridad de siempre. El eco de pasos y el sonido lejano de teléfonos sonando eran el telón de fondo constante.
Caminé hacia mi escritorio, donde Klaus ya me esperaba. Estaba sentado en mi silla, con una taza de café en una mano y una carpeta gruesa en la otra. Me miró de reojo mientras me acercaba.
—¿Sabes que eso no es tuyo, verdad? —dije, señalando la taza de café.
—Tu silla tampoco, técnicamente. Pero no estamos aquí para discutir propiedad privada, ¿verdad? —respondió con una sonrisa burlona, dejando la carpeta sobre la mesa.
Me senté frente a él, empujando un par de papeles a un lado para hacer espacio.
—¿Qué averiguaste? —pregunté, sin rodeos no prestando mucha atención en esconder mi inquietud
Klaus dejó la taza a un lado y abrió la carpeta. Dentro había una serie de notas, impresiones de correos electrónicos y un par de fotografías de la víctima.
—Hablé con varios conocidos del tipo. Clientes, colegas, incluso un vecino que parecía bastante... metiche, por decirlo de alguna manera.
—¿Y?
—Parece que nuestro hombre no era precisamente querido. —Klaus sacó una hoja con anotaciones y me la pasó—. Tuvo varios conflictos recientes con clientes. Quejas por comentarios desagradables, actitudes arrogantes, ya sabes, el tipo de cosas que te hacen ganar enemigos.
—Como ya nos comentaron en la morgue, se llama Franz Berger. Cuarenta y seis años, soltero, sin hijos, y propietario de una empresa —dijo Klaus mientras sacaba del bolsillo sus pequeñas gafas de lectura, tomándose su tiempo para colocárselas.
—Continúa —dije, haciendo un leve gesto con la mano para que prosiguiera.
—Vaya, además de todo, parece que era un pez gordo. Director General de Vogel MedTech GmbH, una empresa de tecnología médica con sede aquí, en Múnich —dijo Klaus, con un deje de asombro en su voz.
—Así que era alguien importante. No pasará mucho tiempo antes de que tengamos a la prensa estacionada frente a la comisaría —respondí, incapaz de ocultar el fastidio que siempre me provocaban esos escenarios.
—Todavía no se ha filtrado nada —añadió Klaus, levantando un dedo como para darme algo de consuelo—. Pero es cuestión de tiempo. Ya sabes cómo funcionan estas cosas.
Asentí, aunque no podía evitar que el peso de lo que implicaba comenzara a hundirse en mi mente.
—He preguntado a algunos de sus compañeros por su vivienda. Me dijeron que vivía en un apartamento en el barrio de Maxvorstadt —continuó Klaus, hojeando sus notas.
—Perfecto. Me encargaré de ir con el equipo de investigación y los forenses a revisar su casa. Tal vez encontremos algo que nos ayude a conectar las piezas.-dije levantándome de la silla
Mientras hablábamos, mi mente registraba cada dato como si se tratara de una hoja en blanco que iba llenándose poco a poco. Franz Berger, empresario exitoso, soltero, poderoso, con una reputación que lo precedía. Pero también alguien que parecía haber acumulado conflictos a su alrededor, que habría hecho ese hombre para acabar ahorcado en una soga ?
7:35
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