Aquella noche fue dura. Me sentí tan sola cuando llegué a casa del gimnasio. No me había sentido así desde el día del funeral de mi padre. Pero decidí no guardarme nada, y llorar. Simplemente llorar y dejarlo ir. Puse la tele a un volumen decente para ocultar cualquier ruido, por mínimo que fuese.
Pero había aprendido que no a todos se le puede hacer creer que estás bien con una sonrisa. No cuando te habías criado con dos personas desde que eras un crío.
Sentí unos brazos arropándome de calor, mientras unas manos delicadas me ofrecían un pañuelo. Oía murmullos, pero no distinguía las palabras.
No sentía nada salvo dolor.
—Está bien, Rebecca, lo estás haciendo muy bien —distinguí la voz de Lauren. Ella siempre había estado en los momentos más difíciles, y tenía tanto que agradecerle. Aunque sabía que a veces era grosera con ella.
No se merecía que la tratase mal sólo porque ella tenía a sus padres vivos y tenía todo lo que en algún momento de mi vida deseé.
Cuando me tranquilicé y dejé de sollozar, me limpié las lágrimas de la cara y me refresqué con agua. Mirando mi reflejo en el espejo me di cuenta de lo lejos que había llegado. Este tiempo sin mi padre no hacía más que reforzar mi coraza hacia el mundo exterior.
Pero tenía que aprender a controlar esos momentos de debilidad. No podía permitir derribar mis barreras en cualquier sitio. Ni en cualquier momento.
A la mañana siguiente me desperté sintiéndome mucho mejor. Tal vez tenían razón cuando decían que no había nada mejor que llorar y librarse de todo ese estrés emocional acumulado. Y estaba de muchísimo mejor humor que hacía unas horas.
Vi en el reloj que eran las 6:46AM, y dándome una ducha rápida me vestí y me preparé para empezar el día. Por suerte, Megan sabía qué necesitaba para dárselo a Ryder y que él me preparase. Aunque era consciente también del poco tiempo del que disponíamos.
Cogiendo todas las cosas que necesitaba y revisando que no me dejaba nada atrás, salí.
Lauren estaba en la puerta de su apartamento, de espaldas a mí, y parecía enfadada. Me sorprendió verla fuera de la cama tan temprano.
—¿Qué haces? —pregunté. Por el pequeño brinco que dio, supe que se había asustado. Girando la cabeza en mi dirección, sin despegar el cuerpo de la puerta, escuché el tintineo de las llaves. Ella me ofreció una falsa sonrisa. ¿Qué le pasaba?
—Hola, Becca. Acabo de llegar —me contestó. Sabía que Lauren era una chica fiestera y siempre que podía iba a una, pero me pareció raro que tuviera el pelo húmedo. ¿Se había duchado en casa de alguien?
Sea como fuere, no era de mi incumbencia. Así que sonriéndole me despedí.
—Yo me tengo que ir al gimnasio, ¿te apetece quedar después para tomar algo?
Ella se puso aún más tensa. —Mejor no. Mira, ha sido una noche larga —hablaba mientras intentaba encontrar la llave de la cerradura de su puerta. Estaba más rara y distante de lo habitual. Una vez que la encontró y abrió la puerta de su apartamento entró, y de frente hacia mí para cerrar la puerta, un ceño se formó en su frente. —Y.... perdón, Rebecca. Ya te llamaré —finalizó, cerrándome así la puerta en las narices.
Haciendo caso omiso a su actitud, decidí seguir en mi línea e ir según mis planes.
Una vez que llegué al gimnasio, me di cuenta de que ya había entrado alguien. Supuse que era Megan, pero... Megan no tenía una mochila roja, ni estaba en medio de mi gimnasio al desnudo.
Oh, no. Ese era Ryder.
Y esa sensación de tener la boca seca volvió. ¿Qué me pasaba? Aunque claro, no era normal tener a un hombre así en mitad de un gimnasio medio desnudo.
Los gruñidos y la respiración pesadas eran audibles y a pasos rápidos llegué hasta donde él estaba mutilando al pobre saco que colgaba del techo. Su puño daba repetidos golpes. De repente paró, y limpiándose el sudor que le chorreaba por la frente con el dorso de las manos, se dio la vuelta en mi dirección.
—¿Cuál es tu concepto de puntualidad, bonita? —preguntó con sarcasmo. Me molestó que me reprochara el hecho de que había llegado a tiempo. Cinco minutos antes, de hecho. ¿Qué quería? ¿Que estuviese aquí desde las seis de la mañana? Menudo imbécil.
—¿Perdona? —dije cabreada. Si este se creía que por ser mi entrenador me iba a mangonear o controlar, estaba muy equivocado.
—Quedas perdonada pero la próxima vez no llegues tarde — añadió mientras sacaba de su bolso una toalla pequeña y se secaba la cara con ésta. Lo que me faltaba. Un gilipollas sin remedio—. Ahora ven y aclárame lo que quieren decir todas esas paparruchas de papeles que me enviaste.
—¿Entonces, para que me los pides si no los entiendes? —pregunté, cruzando los brazos sobre el pecho y dejando mi peso caer en la cadera izquierda.
—Al grano, dulzura —estuve a punto de decirle que parase con los apodos. Pero no lo hice.
Suspirando, me resigné a contestarle: —Quiero entrar en la liga de boxeo femenina.
—¿Para esta temporada? —arqueó ambas cejas, incrédulo—. Imposible.
—Espera, ¿qué? —dejé caer los brazos, más que lista para arrearle un puñetazo.
—Ya me has oído. Vamos con meses de retraso, y si quieres entrar bien tendrá que ser la próxima temporada.
—De eso nada —negué con la cabeza—. Me dijiste que me ayudarías.
—¡Qué iba a saber yo que era para la liga de boxeo femenina! Yo pensaba que estabas hablando de defensa personal.
—¡Y un cuerno! —grité más que enfadada—. Me vas a ayudar a entrar y calificarme, y no será el año que viene, no. Será este año. Y no hay más que hablar, Larken.
A él parecía divertirle esta situación, aunque no tenía nada de chistosa. Y a mí cada vez me resultaba más bonita esa mandíbula. Más bonita y perfecta para partírsela.
Miré alrededor frustrada, recordando todos aquellos momentos en los que al llegar del colegio mi padre estaba entrenando a grupos de chicas para la liga. Recordaba todos aquellos meses de intensos planificación y entrenamiento en los que mi padre estaba tan concentrado que hasta se olvidaba de comer. Y todas aquellas veces en las que me juraba y perjuraba que me prepararía para esa competición. Y me decía que sería la mejor. Me lo aseguraba con la mirada.
Decía que tenía tal pasión por el boxeo que nadie sería capaz de vencerme. Que el boxeo y yo éramos uno. Ninguno de nosotros vio aquello como sólo un deporte. Y tenía que agradecerle por eso. Por eso y más.
Con los ojos acuosos, miraba a todos lados menos a Ryder, que estaba en pleno silencio ahora. Aunque creía que se estaba riendo aún, cuando le miré de reojo estaba serio.
Dándome la vuelta y disimulando, me limpié las lágrimas. No quería que me viera así, no quería que me tomase por una caprichosa o como una debilucha. Lo tendría molestándome todo el día de ser así.
No pudiendo aguantar la tensión y presión que sentía en esos momentos, decidí salir. Salir corriendo de allí.
Simplemente eché a correr, aunque no sabía hacia dónde iba. Ni me importaba. Sólo necesitaba sacar esa presión de ahí dentro. Sabía que Ryder se reiría, pero me daba igual.
Yo sólo quería salir de allí, costase lo que costase.
Internamente, estaba en llamas. Enfadada conmigo misma, por huir de esa manera. Nunca había hecho eso. Perdóname, papá.
Tal vez no estaba hecha para participar. Tal vez no era demasiado fuerte.
—¡Rebecca! —escuchaba detrás de mí. No quería parar. No debía parar. Así que intenté correr más, más rápido. Hasta que sentí que todo se desvanecía delante de mis narices.
—¡Joder, Rebecca! —fue todo lo que escuché antes de desmayarme y caer.
Perdóname, papá siendo lo último que pensé230Please respect copyright.PENANAoxhd5AhWWb