Tenía claro que iba a pedirle a Ryder Larken que fuese mi entrenador, tal y como Lauren quería. Pero no sabía cómo.
Después de todas las quejas y negativas que había puesto para evitar enfrentarme a esta situación, ahora no sabía cómo actuar para no quedar como una incoherente. Entonces, tras darle muchas vueltas, decidí que no podía ser tan complicado. Y me atreví a hacerlo.
Salí del apartamento como si de una fugitiva me tratase, mirando a ambos lados, no fuera que a Lauren se le antojara salir en ese momento. Aproveché que Megan no estaba para hacerlo, también. Sabía que ella se lo diría a Lauren.
Entonces, en dos zancadas estaba frente a la puerta de Ryder, dudando si le pillaría en buen momento o... No, Rebecca. Basta de excusas. Respirando profundamente, intentando calmarme, lo hice. Di dos toques en la puerta y esperé. Y.... esperé.
Enfadada por ser tan tonta y ceder, justo cuando estaba a punto de darme la vuelta, la puerta se abrió delante de mis narices. Y un Ryder sin camiseta, húmero y.... desnudo se presentó ante mí. Desnudo porque dudaba que tuviera algo puesto debajo de esa toalla que tenía envuelta alrededor de la cintura.
Con la boca seca, levanté la mirada hasta su impasible rostro. ¿Este hombre alguna vez expresaba sus sentimientos? O mejor aún, ¿este hombre tenía sentimientos?
—¿Pasa algo? —simplemente cuestionó.
¿En serio? ¿Pasa algo? Pero será... Cálmate, Rebecca. Me reprendí a mí misma. No podía creer que el muy imbécil, en vez de facilitarme las cosas, me las pusiera incluso más complicadas.
Pero él no sabía por qué venía.
Intentando calmarme, empecé a hablar.
—En realidad, sí. Venía a pedirte el favor de que fueras mi entrenador.
—¿Eso es todo?
¡Pero será cabrón! Maldito desgraciado.
—¿Disculpa? —dije en un chillido, intentando no ponerme a gritarle como una desquiciada lo desagradecido y egocéntrico que era.
—Ya me has oído —dijo él, dejándose de caer en el marco de la puerta. Me estaba poniendo de los nervios.
—Sí, es todo —dije, dándole una última mirada que lo habría dejado moribundo, antes de girarme e irme a mi apartamento, donde cerré con un portazo.
Menudo imbécil.
A salvo entre mis paredes, me tranquilicé. Tenía los nervios a flor de piel por su puñetera culpa. Repitiendo una y otra vez la conversación en mi cabeza, me di cuenta de lo estúpida que había sonado. ¿Qué tenía ese maldito que me rompía los esquemas y las defensas y me hacía temblar como un chihuahua?
Media hora después, decidí dirigirme al gimnasio para tranquilizarme y así organizar un poco lo que era el caos que suponía mi vida en estos momentos. Ya sabía que Megan se encargaría de todo el papeleo y que me haría las cosas más fáciles.
A sus cincuenta y cuatro años, se conservaba bastante bien y era la figura materna que tanto había echado en falta durante mis años adolescentes. Esos momentos en los que ni mi padre sabía qué hacer. Por suerte ella siempre estuvo ahí. Desde el día cero aconsejándome y ayudándome en cada momento que podía.
Sin darme cuenta, ya había llegado al gimnasio. Pero había algo fuera de lo normal. No recordaba haber dejado las puertas abiertas.
Quitándome un auricular de la oreja, entré, frunciendo el ceño ante la oscuridad y el silencio tan inquietantes que había.
De repente la luz se encendió, y me tensé, mirando sospechosamente a cada rincón y lado del lugar.
—Dios mío, Rebecca. Me has asustado —escuché a Megan detrás de mí. Me relajé, dándole una breve sonrisa.
—No, tú me has asustado a mí. ¿Qué haces aquí tan temprano? Creía que habías ido a tu casa con tu marido —decía mientras me acercaba a ella. Me causaba curiosidad porque siempre parecía feliz.
—Oh, no te preocupes por él. Se las apañará bien solo —me contestó, restándole importancia con el movimiento de su mano—. La pregunta es, jovencita, ¿qué haces tú aquí tan temprano? La mayoría de la gente de tu edad está ahora durmiendo como un lirón.
No pude evitar reírme.
—Eso ya lo hace Lauren por mí, Megan. En realidad, lo hace por las dos.
Ella también se rio. Pero un ceño se formó en su frente, acentuando sus tenues arrugas. —A veces desearía que fueses una joven normal, con sueños normales de chicas de tu misma edad, Rebecca. Tu padre te crio como si fueses un chico, y no puedo dejar de pensar en cómo serías si tu madre siguiera viva.
Evitar tema, evitar tema.
—Eso, por suerte o por desgracia, nunca lo sabremos, Megan —le dije encogiéndome de hombros—. Por cierto, ¿has tenido algún problema con el papeleo?
Ella me sonrió de nuevo, como si nunca hubiera mencionado el tema. Ella sabía que ese tema era uno tabú para mí, como lo era para mi padre. Nunca hablamos realmente de ella una vez que murió.
—La verdad es que no, todo va sobre ruedas. Tu padre lo tenía todo preparado para dártelo a ti una vez que él muriese.
Eso era algo que el abogado nunca me había dicho. Realmente porque nunca me preocupé por los documentos y el ajetreo administrativo que conllevaba eso, pero me molestó.
—Entonces bien, ¿no? —le dije sin más.
Ella asintió con la cabeza, sin dar más explicaciones.
—¿Tienes ya un entrenador? —me soltó de sopetón.
—La verdad es que sí —le dije sin rodeos. No me gustaba mentir por lo general, pero a Megan aún menos.
—¿Y quién es el afortunado? —Preguntó, arqueando las cejas.
—¿Cómo que el afortunado? Es mi entrenador, no una cita.
—Podría ser las dos, Rebecca. Permítete vivir un poco —insistió ella. No me gustaba la dirección que estaba tomando la conversación, pero decidí aguantarme antes que faltarle el respeto. Si fuera Lauren me daría igual, pero Megan había hecho mucho por mí—. ¿Y bien? Seguía preguntando.
Sabía que no iba a parar, así que seguí poniendo trabas.
—Creo que está casado o tiene pareja, Megan —le mentí, recordando las palabras de Lauren el día que le vio por primera vez.
—Oh vamos, no creo. Si es igual de obsesivo con el trabajo como tú, dudo que tenga a alguien especial.
Eso me ofendió.
—¿Por qué no se lo dices? ¿Acaso tienes miedo de enamorarte de mí?
El que faltaba en la reunión.
—¿Acaso no tienes nada mejor que hacer? —repliqué sin pensar. Entonces, girándome hacia Megan de nuevo, vi que sonreía—. Tú ya lo sabías, ¿verdad? —le pregunté.
Claro que lo tenía que saber. No había dicho en ningún momento que mi entrenador fuese de sexo masculino.
—Lauren me lo dijo —se encogió de hombros, como si no tuviera la culpa.
Con el ceño fruncido me puse a pensar. ¿Lauren? ¿Cómo?
Hasta que caí en la cuenta de que había estado espiándonos por la mirilla de la puerta. El asunto tenía gracia, pero en esos momentos no se la vi. Traidora. Aunque pensándolo bien, había sido muy astuta. Sabía que yo no se lo diría y decidió actuar por su propia cuenta. Aunque me resultaba raro que Lauren se levantase tan temprano.
Entonces, cuando quise darme cuenta era Ryder el que estaba enfrente de mí, y no Megan. Ella se había ido.
—Entonces, dime. ¿Es que tienes miedo de enamorarte de mí? —él seguía a lo suyo. La verdad es que era un pesado.
No pude evitar levantar las cejas ante tal tontería.
—¿Yo? —me señalé el pecho con el dedo—. ¿Enamorarme de ti? Por Dios, no digas tonterías —bufé, sin darle importancia a lo que había dicho. Lo normal, puesto que no tenía lógica ninguna.
—No serías la primera, ¿sabes? —él seguía. Con los brazos cruzados sobre el pecho los bíceps le sobresalían más, haciéndole parecer más grande. Y a mí se me volvió a secar la boca. Maldita sea.
—Pues vete acostumbrando, que no seré la primera que no caiga rendida a tus pies —terminé por él—. Ahora, ¿qué haces aquí? —Cuestioné.
Él parecía impasible. Odiaba esa actitud de él.
—Si mal no recuerdo me pediste que fuese tu entrenador. Y necesito que me expliques en qué quieres participar para hacerte un plan de entrenamiento y aconsejarte en ese campo. Todavía no tengo la habilidad de leer mentes, bonita —me contestó, con un tono seco.
—¿Y tiene que ser ahora, precisamente? —le respondí con retintín.
—Mira, si te crees que me voy a adaptar a ti estás muy equivocada. Así que ya puedes menear ese culo tan bonito que tienes y preparar todo para que mañana podamos empezar con el entrenamiento; y, otra cosa, acostúmbrate a esto. Porque así es cómo funciona —y acabando así, se dirigió hacia la puerta principal, donde la luz del sol no me permitía ver nada salvo su silueta—. Ah, y no estoy casado ni en ningún tipo de compromiso, bonita.
Y se fue, dejándome sin palabras y con un cabreo monumental. ¿Quién se creía que era para hablarme así?244Please respect copyright.PENANA0IOUMvNi80