Nací para la tormenta, y la calma no me queda bien.
— Andrew Jackson
—Sí, es un gran gimnasio —le contesté sin darme la vuelta—. ¿Cómo has entrado, de todos modos? El cartel dice que está cerrado.
—La puerta estaba abierta y un simple cartel no me va a detener —por su tono deduje que no le importaba nada, salvo sí mismo. Y por eso en ese mismo instante le odié.
—Tal vez no un cartel, pero yo sí —le dije esta vez dándome la vuelta enfadada. No estaba de humor de aguantar a un gilipollas como él, y menos en estas circunstancias—. Por favor, vete.
Él parecía divertido, pero la verdad es que nada de esta situación tenía gracia. —¿De qué te ríes? Te he dicho que te vayas, y te lo he pedido por favor. ¿Qué parte no entiendes?
Algo en él cambió, como si al fin hubiera captado el mensaje. Aleluya. Lauren tenía razón, el hombre estaba bastante bien a pesar de que era algo más de diez años mayor que yo. Pero el que estuviera bien físicamente no quería decir que no fuese un maleducado ni un irrespetuoso.
Me di la vuelta de nuevo, pensando que ya se habría ido, y me intenté concentrar en lo que de verdad importaba: el gimnasio.
Mi padre me había estado preparando desde que mi madre nos dejó para la liga femenina de boxeo y no era algo que pensara dejar. Él estaba emocionado con la idea de que este año al fin pudiera participar y supe que tenía que hacerlo por él. Por mí. Por los dos.
—¿Sabes? Creo que deberías organizar esto un poco antes de abrirlo al público. No sé, a nadie le gusta ir a un gimnasio y que esté todo lleno de polvo.
Pero ¿no se había ido?
Me di la vuelta más que enfadada, y cuando vi su bonita cara enfrente de mí, en el lugar idóneo, no pude evitar darle un puñetazo que le dejaría en la nariz un recordatorio de que se había metido con la chica equivocada.
—¡Joder! ¡Pero qué te pasa! —Dijo con la cabeza agachada y el cuerpo doblado hacia delante, mientras que con ambas manos se tapaba la cara.
—¡Más bien qué te pasa a ti, gilipollas! Te dije que te fueras —le repliqué. De verdad, no sabía si este hombre tenía problemas de lingüística y semántica, pero si era así, tenía que arreglarlo. A no ser que estuviera más que dispuesto a llevarse un puñetazo o algo más por mi parte.
—Eres una puta loca —me dijo, como si eso me fuese a ofender.
—Y tú eres un puto analfabeto. ¿Te puedes ir y dejarme en paz ya?
Él se levantó, apartándose las manos de la cara al ver que no tenía nada salvo una hinchazón que le duraría más que unos días. Se lo merecía.
—¿Vas a vender el gimnasio? —Preguntó de repente.
—Ni hablar —dije sin pensar. Y era cierto.
Lo único que tenía que hacer era llamar a Megan, la mujer con la que mi padre había trabajado desde que abrió el gimnasio, y preguntarle si me podría echar una mano con el asunto de la limpieza y, después, darle el trabajo de secretaria. A mí no me interesaba el asunto del papeleo en absoluto.
Megan siempre se había portado muy bien conmigo, hasta que mi padre empezó a tener problemas con su enfermedad y, por consiguiente, a tener problemas con todo el mundo. Pero ella nunca había resentido a mi padre, ni a mí. Por lo que esperaba que no me costara mucho tenerla aquí en cuestión de un par de días.
—¿Dónde está el hombre que solía estar aquí cuando venía? —me preguntó, sacándome de mis pensamientos.
¿Se refería a mi padre?
—¿Era tu padre? —preguntó de nuevo. Supuse que tenía que haber dicho eso en voz alta.
Suspiré, resignada. No pensaba negar eso. —Sí, lo era.
Él sólo asintió, sin decir nada más, evitando el contacto visual. Ni siquiera un lo siento, o algo. Nada.
Me di la vuelta, intentando olvidarme del asunto y seguir con lo que estaba haciendo. Pero una mano me agarró del brazo y cuando volví la cara, don maleducado me estaba mirando fijamente, muy serio. —Lo siento.
Yo sólo le devolví la mirada, y dando un tirón de mi brazo para que me soltara, me concentré en seguir adelante y no volver la cabeza para ver si se había ido.
Pero cuando escuché la puerta principal, lo supe.
—¡Hey, Rebecca! —Era Lauren, saliendo del edificio corriendo para alcanzarme. Me di la vuelta al escuchar su voz—. Perdón por no haberte llamado ayer, me tienen loca en el trabajo. ¿Has conocido a Ryder Larken?
Bufé con sorna. Justo de lo que no quería hablar.
—Por desgracia, sí. Pero déjame decirte algo, todo lo que tiene de guapo lo pierde con los modales —le contesté, haciéndole saber que no me interesaba para nada.
—¡Venga ya! ¿Tan maleducado es? —Respondió ella sorprendida—. ¿Qué te dijo?
—Lo suficiente para saber que es un egocéntrico y que no merece la pena. En serio, Lauren, creo que te mereces algo mejor que ese arrogante.
Lauren frunció los labios. —Bueno, cuéntame qué pasó mientras vamos a por un café. No he comido nada en todo el día.
—¿Un café? Lauren por Dios, son casi las doce de la mañana.
—¿Y qué? Ya sabes que mis ritmos circadianos no funcionan igual que los del resto del mundo.
Resoplé, pensando en que el tiempo que estuviera con Lauren era tiempo que debía restar al que le pensaba dedicar al gimnasio. Aunque al menos me serviría de distracción.
—Está bien.
—¿Y le diste un puñetazo? —Lauren me miraba con los ojos como platos, y la gente de algunas mesas se dio la vuelta para mirarla. Pero ella ni se dio cuenta—. ¿Estás loca? Ese hombre te dobla en peso, o peor, creo que te triplica. Por Dios Rebecca, ¿en qué estabas pensando?
Ella removía su café, nerviosa, tal vez incluso sorprendida por lo que hice. Aunque sinceramente, hasta yo me sorprendí de mis actos.
—¿Sigues pensando en participar? —Preguntó de repente, cambiando de tema. Ella, ambas, sabíamos a qué se refería. Y no había cambiado de idea ni me había planteado hacerlo.
—Sí —asintiendo, le respondí—. Sé que piensas que es peligroso, pero es igual de peligroso que cualquier otro deporte, Lauren. He estado preparándome toda mi vida para esto, y no pienso dejarlo sólo porque... —todavía dolía decirlo—. Sólo porque mi padre ya no esté. Y creo que, si lo hago, él estará más que orgulloso desde dondequiera que esté. Le prometí esto, Lauren. Pasó su vida ayudándome, y no puedo tirar la toalla así de fácilmente.
—No te iba a decir que lo dejaras.
Esto era nuevo en ella.
—¿Cómo? —le pregunté, confusa.
—Voy a ayudarte a encontrar un entrenador.243Please respect copyright.PENANAmvxU4V9Kws