Cuando abrí los ojos no sabía dónde estaba. No reconocía esas paredes grises, ni esos armarios negros. Y temía saber la respuesta. ¿Qué había pasado? ¿Y por qué estaba acostada con la ropa de deporte?
Tenía un fuerte dolor de cabeza que me hizo llevar las manos a mi frente, intentando calmar ese mareo que de repente me inundó.
—Eh, ya se ha despertado —oí murmullos a mi derecha. Era Lauren con... ¿Ryder? Y Megan.
Esta última se levantó y se acercó a mí con cuidado. Pero podía ver su preocupación y enfado en sus ojos.
—Nos has dado un susto de muerte, Rebecca Moore — me regañó. No sabía qué había hecho, pero me quedé mirándola un rato, sin saber qué hacer. No respondí.
Eso pareció preocuparla aún más.
—¿Estás bien? —agitó la mano delante de mi cara unas cuantas veces, haciendo que el mareo se intensificara—. Rebecca, ¿me oyes?
—Sí, para de hacer eso —murmuré entre dientes. Hasta mi propia voz me molestaba. Entonces caí en la cuenta.
—¿Dónde estoy? —pregunté mirando a todos lados sin hacer movimientos bruscos. Era un infierno el dolor de cabeza que tenía. Y seguía sin saber qué había pasado.
—En mi apartamento —se dignó a hablar Ryder. Esa respuesta no me pareció suficiente.
—¿Y por qué me habéis traído aquí cuando mi apartamento está a unos cuantos metros? —pregunté mientras fruncía el ceño. Eso sólo intensificó el dolor, haciéndome gruñir y que se me cortara la respiración por unos breves segundos—. Quiero irme a dormir. A mi cama.
—Pues eso no va a poder ser —añadió Lauren—. Estarás mejor aquí.
Me estaba empezando a enfadar. ¿Por qué me trataban como a una niña pequeña? Podía cuidar de mí misma. Y todavía seguían sin decirme qué había pasado, pero el cansancio era superior a mí. Negándome a perder más energía, decidí echar mi cabeza sobre la mullida almohada y cerrar los ojos. La luz de la habitación no hacía más que molestarme. Y las personas que había también. Quería estar sola, aunque sabía que aquí sería imposible.
De un momento a otro me quedé dormida.
—Creo que deberíamos decírselo —fue lo primero que escuché cuando me desperté. La conversación estaba teniendo lugar en otra habitación, pero el silencio era tal que se escuchaba perfectamente.
Me levanté sin hacer ruido, intentando descubrir qué estaba pasando. Pero la conversación parecía haber cesado. Sintiéndome mucho mejor, decidí intervenir.
—¿Decirme qué? —cuestioné quedándome de pie en el umbral de la puerta. Tres cabezas se giraron a mirarme. Nadie respondió, lo que me hizo darme cuenta de que algo grave estaba pasando—. ¿Vais a responder o me tengo que enterar yo por mí misma?
—Creo que no es el mejor momento para hablar de eso, Rebecca —dijo Lauren en un tono calmado, lo que me hizo enfadar.
—Excusas, siempre excusas. ¿Por qué no es el mejor momento para hablar de eso, Lauren? —pregunté ya cansada y cabreada.
—Por tu estado de salud–
—¿Mi estado de salud? —la interrumpí—. No me hagas reír. Estoy bien. Es más, estoy mucho mejor que bien.
Viendo que ninguno se dignaba a darme respuestas, decidí salir de allí lo antes posible. No aguantaba las mentiras.
Dando un portazo al salir, me dirigí a mi apartamento.
Un puñetazo, dos. De reojo veía como dos tomato cans* presumían de saber movimientos que, a mi parecer, no eran más que intentos patéticos de impresionar a un par de chicas que había por allí. Ellas se reían, yo estaba a punto de darme la vuelta y tumbarlos de un derechazo.
Calmándome, paré y me quité los guantes. No eran más de la una de la tarde cuando vi que había un hombre que parecía estar hablando efusivamente con Megan. Frunciendo el ceño, me dirigí hacia ellos, pensando en la mala espina que me daba ese hombre.
Después de aquella salida tan efusiva del apartamento de Ryder, no volví a hablar con ninguno a pesar de las veces que lo intentaron Megan y Lauren.
Llegando hasta donde Megan estaba hablando con aquel hombre, me di cuenta de que ella le estaba reteniendo en el lugar. ¿Qué pasaba?
—Buenas tardes, ¿le puedo ayudar en algo? —hablé en cuanto estuve a unos metros de ellos. El hombre levantó la cabeza de la pequeña figura de Megan, y me sonrió fríamente cuando me vio.
—¿Es usted la señorita Moore? —preguntó. Sólo la voz me daba mala espina.
—Sí, soy yo. ¿Pasa al–
Ni siquiera me dejó terminar cuando empezó a hablar él.
—Soy el representante legal de Markus Strike —decía mientras sacaba documentos de su maletín—, y como nuevo propietario de este gimnasio que es, le pedimos que entregue las escrituras del local, así como las llaves que tenga y cualquier cosa que pertenezca a éste. Si se niega mi cliente se verá obligado a poner una demanda y sacarle hasta el último centavo que tenga.
Estaba de piedra. ¿Quién era ese tal Markus Strike y por qué reclamaba el gimnasio ahora? ¿No era que Megan había dicho que mi padre me lo había dejado de herencia y que había solucionado todo el papeleo? ¿Esto era lo que me estaban ocultando?
Eran muchas preguntas para las cuales no tenía respuestas. Respuestas que necesitaba ahora.
Megan me miraba esperando una reacción, así como el abogado. Entonces decidí no rendirme sin antes luchar.
—Entonces me temo que tendrá que decirle a su cliente que nos vemos en los juzgados.
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⑴ tomato cans: es jerga para nombrar a un boxeador inferior, generalmente torpe255Please respect copyright.PENANA7HoMi8N1oL