Esta historia ocurrió ya bastante tiempo, pero creo que vale la pena contarla.
Ocurrió por allá a inicios de los 90's cuando no éramos unos zombies esclavos de la tecnología, una época en la que la TV no tenía programación de 24 horas, una época sin internet y menos aún sin teléfonos celulares, una época en la que salir a jugar con los amigos lo era todo.
Crecí en una unidad residencial de edificios, una bastante grande con 30 bloques, cada uno de cuatro pisos y ocho apartamentos, amplias zonas verdes, árboles frutales y cientos de lugares para jugar.
Eramos un combo de más o menos unos 30 a 40 almas inquietas haciendo estragos por todos lados. Un grupo bastante unido y diría yo que bastante diverso porque había todo tipo de personajes y sobre todo de personalidades.
En la adolescencia cuando ya cada uno tenía más definido sus gustos nos fragmentamos bastante en varía tribus, los rockers que andábamos intercambiando música porque todavía no teníamos ni edad legal para entrar a un bar, los rastas que fumaban hierba hasta dormidos, los rumberos que se bailaban hasta un villancico, las fresas por las más interesadas en la moda y la belleza, y por último las neas y grillas que les encantaba andar en moto por ahi buscado problemas.
Pesé a que cada uno andaba en su cuento igual dentro de la unidad nos seguíamos reencontrando de vez en cuando, nunca le negabas el saludo a ninguno cuando te los encontrabas en la unidad, como los amigos que habíamos sido desde siempre sin importar en que nos habíamos convertido.
Entre nosotros nos dábamos consejos cuando veíamos al otro muy perdido de su camino, sobre todo con las neas que queriendo buscar plata fácil ya habían terminado con más de uno muerto o en la carcel.
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