Ella misma se encargó de buscar el teléfono de mi esposo entre sus amigos en común, lo llamó para decirle que no se preocupara que yo estaba bien pero que seguía dormida. Le dijo que me encontró borracha en un bar y al parecer me habían robado el celular. No había avisado antes porque no tenía su número y le daba pena despertar a alguien.
Osea, ni me había levantado y ella ya había solucionado gran parte de mis problemas.
Me despertó llevándome el desayuno a la cama, con una flor que se robó en un jardín de un vecino y un delicioso y apasionado beso. Podrá sonar a cliche, a película romántica barata, pero me encantó.
Todo el puto día me consintió, no me dejo salir de la cama y no precisamente porque nos quedamos haciendo pereza, creo que nunca en la vida había tenido tanto sexo durante tanto tiempo sin sentirme cansada o indigestada de amor.
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Cuando ya se hacía tarde y sabíamos que me tenía que ir, llamó a mi esposo para que me fuera a recoger y mientras él llegaba nos pusimos un poco más serias.
Hablamos como íbamos a manejar este asunto y decidimos que era mejor mantenerlo en secreto, era lo mejor para todos y así tampoco se iban a entrometer en lo que no les importaba.
Siempre fue sincera en decirme que pese a que estaban separadas la quería demasiado. No quería hacerle daño si se enteraba que yo había entrado en su vida sabiendo que ni siquiera el calor de su ex se había ido de su cama. Era algo que no se merecía.
Igual paso con mi esposo. Me amaba, era un buen hombre y pesé a que de ahora en adelante se iba a complicar todo en el ámbito sexual por la inevitable comparación no tenía ninguna necesidad de separarme de él. Me dijo que cuando me conoció sabía el estado de mi vida y aun así decidió aceptarme y respetarlo.
En fin. Embriagadas de amor y pasión, decidimos vivir en una utopía que de verdad creímos que íbamos a ser capaces de mantener.
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