Mi esposo no se sospechaba nada, inclusive me decía que le encantaba que me hubiera convertido en tan buena amiga de Samantha porque siempre me mantenía de buen genio. Lo único que le preocupaba es que con ella bebía mucho más.
No era suficiente con convertirse en la experiencia más placentera y en mi droga. Hasta me daba consejos para volver a disfrutar el sexo con mi esposo y se ponía super caliente cuando me pedía que le contara todo lo que hacíamos.
Era tan malditamente histriónica y diversa en el sexo como en su habilidad como artista, pasaba de un género a otro sin siquiera hacerla sentir nerviosa.
Una noche podía ser amorosa, la otra una locura ruidosa.
Una noche llegaba con algún experimento o juego, la otro solo quería que nos acostáramos acurrucadas y desnudas sin hacer nada.
Una noche podía ser un angelito, la otra un demonio que me amarraba y se daba placer torturándome y haciéndome sufrir.
Una noche incorporaba juguetes, la otra no los quería ni ver.
Una noche me quería hacer masajes hasta hacerme venir, la otra me torturaba parando mis orgasmos a último momento.
Una noche me comía sin dejarme hacerle nada, la otra se acostaba y ni se movía esperando que yo lo hiciera todo.
Una noche me llamaba y se masturba para mí por teléfono, la otra me pedía que dejara mi teléfono en altavoz para escuchar como gemía mientras tenía sexo con él.
Una noche le encantaba usar dildos dobles, la otra le encantaba follarme con un arnés y la otra que yo me la follara con rudeza.
No se limitaba con los juegos de roll, en disfrazarse y cumplir cualquier fantasia que le propusiera. Me encantaba.
Las locuras empezaban a salir de la habitación, de su apartamento. Nos invitaron a una fiesta de disfraces gay y me termino por convencer de que fuéramos disfrazados de hombres. Estábamos tan borrachas que me metió en un cuarto y me mostró que llevaba un arnés por debajo porque le excitaba la idea de hacerlo como dos hombres ya saben, por detrás. Pese a que toda la vida me parecía un tanto desagradable y siempre trataba de evitarlo, esa fue la noche en que por primera vez probe el sexo anal y me encantó. Algo que no puedo decir que se sintió igual cuando lo intenté repetir con mi esposo, no sé porque, tal vez ella me lee mejor y por eso es capaz de llevarme a cualquier limite sin perderme.
Al pasar el tiempo y sentirnos más confiadas. Ese tipo de locuras fue las que nos hizo empezamos a ser un tanto descuidadas y atrevidas. Cuando me pedía que la acompañara a los conciertos, me robaba besos detrás del escenario cuando se suponía que nadie nos está viendo o me comía el coño a besos en el camerino antes de salir. Decía que era de buena suerte y yo le creía, por supuesto ¿cómo no? jajajaja.
Varias personas en su círculo muy cercano se terminaron enterando era imposible mantener ese secreto para siempre y era con los que aprovechábamos a salir a tomar a los bares gay para podernos relajar sin esconder. Un lugar donde seguro nunca me encontraría a mi esposo, ni a sus amigos.
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