Se conocieron sin querer, en una fiesta aburrida de perreo, el tipo de música que ambas detestan. Como no bailaban, terminamos en una terraza lejos del ruido, fumando cigarrillo y tomando cerveza.
Hablaron de temas aleatorios de la vida y un poco más tomadas Ingrid más alcoholizada, le contó sobre su problema de vaginismo y que, aunque le atraían los hombres le encantaba era fallárselos, el problema era encontrar un hombre que fuera bonito, que su hombría no fuera un impedimento para poder penétralo.
Alejandra le pareció muy interesante lo que le estaba contando y también se abrió al decirle que a ella también le gustaban los hombres, pero que ella prefería hacerlo tierno, despacito, amorosamente y la mayoría de hombres criados por el porno nunca se tomaban el tiempo para disfrutar el sexo más allá de un mete y saca, o de comérsela en cuatro como una perra.
No tuvieron ni que hablar, poco les importó como las miran el resto, se empezaron a besar delante del resto que subía a la terraza a tomar un poco de aire. Era increíble para las dos experimentar juntas y por primera vez besar a alguien de su mismo sexo.
Ingrid le propuso que se fueran a su casa e intentaran complacer lo que ambas necesitaban. Toda la maldita noche tuvieron sexo, Ingrid cumpliendo su papel de macho, penetrándola, haciéndole el amor de la forma más romántica, lenta y delicada posible. Ninguna había tenido tantos orgasmos en la vida, no lo creían posible.
Su relación continua y aunque se querían demasiado, empezaron a echar en falta algo muy simple, se convirtieron en un avatar, un recipiente para distraer sus verdaderos sueños, pero ninguna de las dos era el hombre que se soñaban y los explosivos orgasmos cada vez más fueron menos y menos y menos hasta que terminaron desapareciendo.
Decidieron continuar juntas, pero si a alguna de las dos se le presentaba la oportunidad de estar con algún hombre que le llamaba la atención no lo iban a dejar pasar y la otra iba a entender sin siquiera chistar.
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