El primer semestre en la universidad fue toda una tortura, no me acostumbraba a la dinámica social, los hombres me invitaban a salir y yo no sabía ya que más excusas inventarme. Prefería esconderme en la biblioteca y me gane fama de nerd, no me importaba con tal de que me dejaran en paz.
Las únicas que me llamaban la atención eran unas que otras compañeras que encajaban perfectamente con el prototipo y que cubrían la cuota femenina en cada fiesta, las mismas a las que yo no les caía muy bien que digamos por rarita.
Si alguien me revolcaba todo mi ser, era Lorena la profesora de italiano que con sus hermosa sonrisa y cabello ensortijado me hacía flotar por las nubes. Cuando se acercaba y me hacía repetir las palabras, aprovechaba para mirar sus carnosos labios, oh dios, cuantas daría por probar un beso de esa mujer. Mas de una vez termine pidiendo asesoría privada sin necesitarla, todo con tal de estar a solas y por la forma en que ella me miraba empezaba sospechar que teníamos los mismos gustos.
Mi timidez no me permitía coquetearle, ni siquiera darle pistas como para que ella tomara la iniciativa. Me moría de ganas por invitar a salir, pero me daba terror, hasta pánico que me rechazara y me terminara convirtiendo en el hazme reír de la facultad.
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