Me atacaban los típicos pensamientos de arrepentimiento por meterme a la boca del lobo con un desconocido poniendo en riesgo toda mi seguridad personal, pero al ver en la calle a todo el mundo de fiesta, alegre, bailando, gritando y tirando pólvora mi instinto de alerta se apagó y mi prioridad se convirtió en entrar rápido y escapar de allí.
Saludó al portero solo con una seña, pidió el ascensor y presionó el botón del último piso. Su apartamento era un penthouse y el solo balcón era más grande que mi habitación. Un lugar espacioso, cálido y acogedor. Demasiado ordenado para tratarse de la casa de un hombre soltero, pero era fácil de saber que era suyo porque tenía un espacio destinado para su profesión.
Mientras él buscaba la caja en lo más alto de un armario yo exploraba una de sus paredes atestada de fotos una encima de la otra en múltiples capas, demás qué tendrá algún sentido artístico, pero para mí era un desorden de fotos: paisajes, momentos, rostros, edificios, animales y desnudos de hombres y mujeres.
- Acá está
La soltó en medio de la sala, se hizo de rodillas. Sopló con fuerza para quitarle un poco el polvo de encima antes de abrirla. Mientras la sacaba me contaba que era una de los últimos buenos recuerdos de su niñez y se abrió para contarme el motivo de su tristeza.
Un 24 de diciembre, como hoy, sus padres habían muerto a causa de un accidente causado por un conductor borracho, mientras él realizaba su primera exposición internacional en Europa. Lamentaba no haber podido despedirse bien de ellos y cada año venía de viaje solo para visitar sus tumbas, contarles de su vida y ahogar los recuerdos en licor.
Casi se le salían las lágrimas desenrollando con cuidado el cable de las luces que aún conservaban su caja original y parecían empacadas por un profesional. Al fondo encontró unas cajas más pequeñas de color blanco que tenían escrito con marcador el color del bombillo y hasta referencia de los repuestos.
- Así era mi papá --esbozó una sonrisa-- un exagerado que no le gustaba comprar cosas desechables
Las lágrimas brotaban de sus ojos, pero igual se reía con afecto, recordando a su padre y su psico-rigidez. Había dejado repuestos para esta vida y la otra.
Estiramos las extensiones desde el piso de la sala hasta el corredor que llevaba a las habitaciones. Revisamos luz por luz que no estuvieran flojas y luego al conectarla solo uno de los sectores encendía.
Ya saben cómo es (o bueno los de mi época lo sabrán). Tomar entre tus dedos los que se suponía eran una imitación angelical de unas estrellas, pero que en realidad eran una tortura diseñada por el mismísimo Satanás para torturar a los fanáticos de la navidad y si era necesario los hacía pagar con sangre el sacrificio.
Pisar una ficha de lego no es nada, comparado con pisar uno de estos amiguitos. No hay de otra, desconectar y prepararse para el dolor de dedos al sentir el dolor de las púas al sacar luz por luz, revisar el filamento, cambiar el bombillo si es necesario, meter y volver a probar. Una sola vez no pasa nada, pero repetir lo mismo con todas las luces de la extensión seguro te van a doler y te van a quedar las marcas de la batalla.
Arreglamos cada tramo hasta que por fin todas las extensiones estaban alumbrando completamente, nos abrazamos de felicidad y luego nos separamos porque se sintió un tanto incómodo, aún no teníamos la confianza necesaria.
- Las nuevas generaciones nunca van a entender de esto73Please respect copyright.PENANAus2kUF5HRi
- Es verdad ahora todos son leds y si se daña uno, toca desechar la extensión completa
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