Candance Clark Sánchez, hija de un Yankee de casi dos metros con una hermosa y fuerte chaparrita latina de metro y medio que se le robó el corazón.
¿Candance? ¿De dónde salió ese nombre?
Bueno, mi padre fue quién insistió en bautizarse así en honor a su abuela, pero estoy segura de que ustedes ya lo visualizaron ¿cierto?. Una mujer mitad latina y con ese nombre, era como decretar que en el futuro iba a terminar como bailarina exótica en algún bar de mala muerte.
En fin, dejemos eso del nombre atrás y mejor les termino de contar un poco más de como mi historia afortunadamente se alejó de ese estereotipo.
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Soy la menor de tres hijos de la casa. La que ya no esperaban porque nací 10 años después de mi segundo hermano.
Se suponía que debía ser la niña mimada y consentida, pero para abrirse paso en el mundo con dos hermanotes mayores en una granja no iba a ser fácil si me las daba de princesita.
A toda hora me hacían maldades para hacerme llorar y les funcionó más o menos hasta los 6 años que me cansé de poner quejas porque veía que nada cambiaba. Algo hizo clic en mí y decidí que si querían guerra se las iba a dar, pero no me la iba a dejar montar más.
Despertaron el mismísimo demonio y me cobré cada una de sus maldades. Ahora eran ellos los que no me aguantaban y se quejaban con mi padre de mí.
- No pone quejas ella que es más pequeña, ¿van a venir ustedes a llorar como niñas?
No se me olvida esa mirada, apenas se iban seguía ordeñando, levantaba sus ojos hacia mí y se le salía una sonrisa. Le encantaba saber que me podía defender sola.
Igual cuando yo no estaba les decía que tuvieran cuidado y no se les fuera la mano cobrándole de vuelta, me cuidaba, pero tampoco me sobre protegía.
A las malas aprendieron que era mejor dejarme quieta porque sabían que entre más pesadas eran sus bromas, las mías iban a ser muchísimo peor... y créanme, todavía deben hablar de esos días con sus psicoanalistas mientras lloran aterrorizados abrazándose las piernas.
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Candy, me llamaban de cariño, tal vez mi familia con ese apodo esperaba apaciguarme un poco, para que fuera más mesurada, tierna y obediente; pero de eso no había ni una pizca en mi genética.
Andaba sin miedo por el mundo. Literal, me le medía a todo y mientras mi papá me animaba a ser una mujer berraca y fuerte, mi mamá me veía crecer como dice ella con el cristo en la boca, porque no paraba de darle sustos.
- Candance ¿para dónde lleva ese machete?
- Candance ¿quién le dio permiso de prender el fuego sola?
- Candance, no coja los cuchillos grandes
- Candance ¿por qué mató usted sola la gallina para el almuerzo?
- Candance, dios mío muchachita, ¿usted qué hace en el techo?
- Candance ya le dije que no prenda el tractor sola
- Candance ¿usted que hace con eso? ¿De dónde sacó la escopeta de su papá?
- Candance, no se meta con los caballos que la patean
- ¡Dios mío! Esta muchachita me va a hacer dar un infarto
Pobrecita mi mamá, sí que sufrió al verme crecer. Todavía creo que le dolía más a ella el cuerpo, viéndome todos los raspones que lo que me dolían a mí.
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Nacer y ser criada en una granja es de las cosas que más agradezco en la vida, porque eso me enseñó a hacer literalmente de todo. Allá si se daña algo, no buscas en Internet alguien que venga a arreglarlo, o aprendes a defenderte solo o no servís para esa vida. Le metes mano a lo que sea y lo arreglas, no importa si sabes o no lo que estás haciendo.
Los animales eran todo un reto y entre más demostraban carácter, más me gustaba dominarlos o bueno intentarlo.
A los 10 años Danger un pastor alemán al que todos evitaban por malas pulgas, comía de mi mano y seguía mis instrucciones a ciegas. Mi favorita decirle "ataca" y poner a correr a mis hermanos a montarse a un árbol, hasta que me cansaba o mi papá me regañaba porque los hacía retrasar en sus tareas de la granja.
A los 13 años, llena de orgullo y valentía. Me dio la grandiosa idea de domar a Thunder un caballo que hasta le daba lidia a mi papá controlar.
Eso no me salió muy bien que digamos, me mandó a volar por los aires contra la cerca, termine con fractura de clavícula y una bonita cicatriz detrás de la cabeza. Afortunadamente, mi padre estaba cerca y pudo alejarlo, si no quién sabe si estarían contando el cuento.
Igual un año después, a mis 14 años, volví por la revancha, no me iba a quedar grande. Esta vez, abrí la cerca y salí a todo galope. Lo quería a campo abierto para poder moverme con soltura o brincar sin darme contra nada. No me bajé hasta que se cansó y se dio por vencido.
Una victoria agridulce porque cuando llegue al establo con el pobre Trueno caminando despacito, mi papá tenía esa sonrisa de orgullo que trataba de ocultar de mi mamá, pero ella me bajó con correa en mano.
Me castigó una semana sin salir de la casa, obligándome a ayudarla en la cocina, algo que ella sabía que odiaba.
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Lo que más recuerdo de mi niñez, era ver a mi papá reparando el carro, el tractor, la planta eléctrica o cualquier aparato. Salía corriendo para donde él a preguntarle por cuanta cosa veía.
- ¿Qué estás haciendo?
- Arreglando esto mija
- ¿Te puedo ayudar?
- Claro...
Se hacía a un lado, me explicaba con cuidado, me entregaba las herramientas en las manos y me enseñaba como moverlas.
Para mí era fascinante aprender que hacía cada pieza y porque era importante. Me designó su ayudante y me enseñó a hacerle mantenimiento inclusive al tractor. No me importaba llenarme de grasa.
Ninguno de mis hermanos era bueno para eso, a ellos se les daba más el cuidado con los animales. Mi padre llegó a un punto en el que decía que toda la berraquera que le había faltado a mis hermanos, me la había heredado a mí.
A los 15 años, cuando vio que ya muchas cosas las podía hacer sin supervisión, me regaló mi primera caja de herramientas (que aún conservo) y un cinturón de cuero para cargarlas que no me bajaba de encima.
No había nada que me hiciera más feliz que él me llamase para arreglar cualquier máquina o motor que se dañaba, o que me mandara a la granja de los vecinos a ayudarles.
Seguro que de ahí nació mi actual afición por la mecánica, el amor por los carros deportivos y las motos.
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De la época de estudio no tengo mucho que contarles la verdad. Es una época que no tuvo mucho protagonismo, sobre todo porque no tenía casi amigos.
Era la bicho raro, la mujer que se cree hombre, el marimacho. La que se les enfrentaba a puñetazos a los hombres cuando la irrespetaban y que tenía más fuerza que ellos. "La Hulk".
En temas de estudio, todas las materias en las que se supone que a un granjero le debe ir bien, eran en la que me iba peor. Para todo lo que tenía que ver con biología y botánica era un desastre, pero para literatura, matemáticas, artes y dibujo técnico era la más nerd de todxs.
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Las únicas amistades que recuerdo para esa época eran de las granjas vecinas a las nuestras.
Belinda, de la granja de los Smith que quedaba unos 40 km abajo cerca del río, y John, de la granja de los Sanders que quedaba a unos 10 km de la nuestra y era con los que teníamos más contacto.
Los tres teníamos la misma edad e inspirados por las aventuras de Tom Sawyer nos embarcábamos en cuanta aventura se nos imaginaba.
La que más recuerdo fue construir nuestra casa en el árbol. Yo dirigía y ejecutaba todo el proyecto, me colgaba con sogas del árbol y usaba mi peso para subir el material, mientras ellos servían como mis supuestos ayudantes. En fin, me dejaron el trabajo difícil, pero hicieron un excelente trabajo pintando y decorando.
Según dice mi papá quedó tan bien construida, que en la actualidad sigue en pie y la usan los hijos de mis hermanos y sus amigos para jugar.
En fin, ellos dos eran mis compinches, con los que iba para arriba y para abajo, los que no me juzgaban por ser como era y con los que me sentía cómoda.
Belinda era super delicada y femenina, pero igual de apasionada por montar a caballo que yo.
John, ni sé cómo describirlo. Le brillaban los ojos por la aventura, pero a la hora de hacerlas realidad siempre se acobardaba. Una gallina en todo sentido.
Aún puedo contar en mis recuerdos verlo a él llorando más veces que Belinda y por cosas con menos importancia. Lo molestábamos diciéndole que era la niña del grupo.
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Y ya, no se me ocurre que más contarles. En resumen, más o menos eso soy yo: una mujer, testaruda, audaz, atravesada, atrevida y decidida.
Una mujer a la que nunca le gustó que le dijeran que debía hacer y muchísimo menos... lo que "no"
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