Siempre me pareció fascinante ir a una parte del bosque donde en una época del año se pueden ver las orugas acabando casi con el mismo árbol, lo dejaban casi sin hojas. Luego se metían en su bolsita y tras unos días las veía renacer como un ser diferente, hermoso, alado y libre.
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Así es como puedo describir mis 16 años, como una metamorfosis, un cambio en la forma de verme a mí misma y como lo hacían los demás.
Ya saben, en la adolescencia empiezan los cambios en el cuerpo y los míos sí que se empezaron a notar. Al parecer, los genes más fuertes de mis dos padres decidieron unir fuerzas y crear una semi amazona como digno reemplazo de la princesa Diana de Themyscira, mejor conocida como la Mujer Maravilla.
La altura y fortaleza de mi padre; las piernas gruesas, el trasero redondito y los super pechos de mi madre. Lo que si nunca apareció fue cintura. No había como sostener toda esa masa con una cinturita de reina, pero no más levantabas la camisa y con mucho orgullo podías encontrar un abdomen duro forjado con puro trabajo duro, nada de gym.
A esa edad ya iba llegando a los 1.80 de altura y me veía más grande que mis hermanos. Los hombres de por acá son altos, pero igual creo que los intimidaba bastante.
Trigueña, con la piel color canela logrado por un bronceado natural que me regalaba el trabajo al aire libre en la granja.
Me dejaba el cabello suelto aprovechando sus ondulaciones y me maquillaba sutilmente con un poco de brillo en los labios y unas líneas gruesas en el contorno de los ojos para alargar la mirada y acentuar el color avellana.
Ese bichito raro se empezó a convertir en mujer y le gustaba lo que veía en el espejo. Cambie mi estilo de ropa usando jean ajustado, botas de tacón y punta, camisetas de manga sisa y camisa a cuadros por encima sin abotonar que anudaba a la cintura cuando me daba calor.
Eso sí, seguía fiel a mi compañero de batalla, el cinturón de cuero que me regaló mi papá para llevar las herramientas y un par de guantes roídos por el uso.
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Cuando bajaba a caballo al pueblo por suministros notaba como todos mis ex-compañeros de estudio me miraban sorprendidos, no podían creer que se trataba de la misma Candance a la que tanto le hicieron bullying. Se quedaban con la boca abierta como unos idiotas cuando pasaba mi yegua al galope y los senos brincaban al mismo ritmo.
Las chicas hablaban a mis espaldas criticando por todo, buscando una excusa para hacerme menos ante la amenaza del interés de sus futuros novios y esposos en mí.
Ellas seguían vestidas como unas señoras, mientras que yo lo hacía como quería y decidía qué tan profundo exhibir mi escote. Siempre fueron unas mojigatas y siempre lo serán, esperando como aves carroñeras que animal muerto destripar.
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Ese bichito raro se empezó a transformar en una mujer y a llamar la atención no solo de los niños, sino también de los hombres.
Afortunadamente, para ellas, ninguno de ellos me interesaba y cualquier idiota que hacía el intento de acercarse le lanzaba una mirada como las que me enseñó mi perro Danger: entre cerrando los ojos, mirándote fijamente, mostrando sus afilados colmillos; pidiendo "amablemente" que no te acerques si no quieres perder un miembro vital.
Solo una vez Joe Lewis, un viejo borracho, salía una noche de una de las cantinas. Trató de abrazarme y lo empujé para que se apartara y seguir mi camino. No le quedó suficientemente claro y trato de pegarme una palmada en la nalga.
Le agarré la mano en el aire sin siquiera mirar y cuando volteé, su cara de terror era única, entendió la estupidez que acaba de cometer. Giré su pulgar hasta ponerle la mano detrás de la espalda y lo saqué a la calle, le pegué detrás de la rodilla y terminó con la cara metida en estiércol de caballo, empujando mi rodilla en su espalda, esperando que suplicara por perdón.
La noticia se regó como pólvora en el pueblo. Le había dislocado el hombro y fracturado el pulgar. La fama que tenía en el colegio, ahora era conocida a nivel del pueblo. Solo que ahora ninguno se atrevía a decirme de frente: "La Hulk".
Los hombres ni se me acercaban para hablar, solo saludaban al pasar por el lado levantando su sombrero...
- Buenas tardes, señorita
... y seguían de largo sin siquiera atreverse a dar la vuelta y dar una segunda mirada a mi trasero como si lo hacían con otras sin importar faltarles al respeto.
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A mi padre siempre le había gustado mi actitud imponente, pero ya se empezaba a preocupar porque a ese paso ningún hombre iba a quererme como esposa. Además, también me podía meter en problemas con alguno de esos vaqueros ultra machistas.
- Pa, yo no me meto con nadie, para que no se metan conmigo
- Candy, no se trata solo de eso, piensá en tu futuro
Me trató de aconsejar muchas veces para que cambiara de actitud, pero esas palabras entraban por un oído y salían por el otro. No me interesaba para nada tener que depender de un hombre y menos tener que hacerle caso en todo lo que pida como acostumbran hacer las mujeres de por acá.
En mis planes, el matrimonio, ni siquiera, estaba en mi lista. Apenas estaba abriendo las alas como una mariposa y aún me faltaba volar libre por el mundo.
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