Estaba atormentada por tratar de entender la posición de Belinda y seguía sin encontrarle sentido.
No entendía por qué las cosas tenían que ser blanco o negro. No entendía qué tenía de malo ser amigas y de vez en cuando divertirnos.
Es que si tal vez alguna de las dos no lo hubiera disfrutado sería diferente, pero es que sin duda la pasamos bien juntas y aún nos faltaba mucho por explorar.
En fin, el mundo seguía dando vueltas. Allá ella y sus caprichos de niña mimada. No le iba a seguir más el juego, ni me iba a preocupar más por lo que pensaba.
Igual no se iba a poder retroceder el tiempo y deshacer lo que hicimos. Lo hecho, hecho estaba.
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Lo que realmente me mortificaba y me daba vueltas en la cabeza todo el día, era esa maldita pregunta que me nublaba todos los pensamientos y no me dejaba ver con claridad.
«¿Será que SÍ soy lesbiana?»
No me importaba como tal el hecho de serlo, sino el de no estar segura. Igual pensaba que esas mismas cosas no necesariamente iban a ser exclusivas a una mujer, tal vez con un hombre también se podrían sentir igual o mejor.
La incertidumbre era lo que me mataba y me devanaba los sesos tratando de encontrar una solución.
Recordé mis clases de matemáticas en la prepa y una de las formas más sencillas de solucionar un problema es usando la regla de tres. Lamentablemente por ahora solo tenía un punto de vista y ningún otro como comparación.
«Ahí está, eso es lo que necesito»
Decidida a tener una nueva experiencia que me iba ayudar a entenderlo todos, me fui a poner bonita y bajé al pueblo a buscar una nueva víctima.
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El primer día fue todo un fracaso. Las personas se cambiaban de acera cuando me veían para evitar hasta saludarme.
No me di por vencida. Empecé a visitar el pueblo más que lo de costumbre, algo tenía que caer en mi red, así fuera algún forasterx. Me fui a comer helado y lo chupaba de forma sensual a ver si con eso caía una mosca, pero nada de nada.
Iba a la tienda de suministros, a las ferreterías y preguntaba por cualquier cosa, así entendiera más yo que ellos con la idea de que eso evolucionara en una invitación y nada. Cuando pagaba las cuentas de lo que compraba la gente ni siquiera me miraba a los ojos, como si los fuera a convertir en piedra.
Iba a las heladerías o restaurantes y cuando me sentaba en una mesa, las personas que estaban en ella o alrededor se disculpaban. Ni siquiera se cambiaban de mesa, se iban del lugar.
«¿Pero qué coño pasa acá? ¿acaso es que huelo mal? ¿cómo animal de granja?»
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Me di un buen baño, un buen perfume, una linda pinta y de nuevo al ruedo. Caminando por las calles sin rumbo y nada de nada.
No deje de insistir, seguía visitando el pueblo todos los días y me llegué a convencer que tal vez no necesariamente tenía que experimentar algo diferente, sino que también podía reafirmar la teoría.
Empecé a visitar los lugares donde se reunían las mujeres y en ellas la sensación de temor se podía oler en el aire. Los hombres al menos me pasaban de largo, estas hasta temblaban.
Me atreví a dar unas cuantas miradas bastante evidentes y la respuesta no era la que esperaba. Con mucho cuidado, como tratando de no irrespetarme se disculparon y se iban, pero podía notar en sus caras el asco hacía mí.
Por primera vez pensé en lo difícil que podría ser lesbiana en un pueblo tan machista y apegado a las tradiciones. Inclusive puedo apostar que, aunque a más de una no le hubiera disgustado la idea le tocaba aparentar lo contrario para no terminar en boca de todos.
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Empecé a darme cuenta que mi padre, en cierta forma, tenía razón. Haberme creado esa fama de bravucona me estaba jugando en contra. La gente no es que precisamente me respetara, lo que me tenía era miedo, pavor y hasta terror.
Empecé a sentirme sola, sin nadie con quien poder hablar sobre esto, no podía simplemente ir a donde mi mamá o mi papá a contarles lo que estaba sintiendo.
En otro momento habría salido derechito a buscar a Belinda, ella tal vez habría servido de intermediaria para presentarme con alguien más o al menos me daría su consejo.
Salí del pueblo derrotada como nunca. Crazy hasta parecía sentir lo que yo sentía, caminaba lento con la cabeza abajo y arrastrando sus pezuñas levantando el polvo.
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Estaba tomando el camino de entrada a la granja, cuando escucho a los lejos.
- ¡Candy! ¡Candy!
Volteo a mirar y veo a John cabalgando hacia mí con una sonrisa de felicidad, ya había pasado una buena cantidad de días sin vernos.
- Uf que calor está haciendo --se quitó el sombrero para ventilarse la cara- ¿vamos por un helado?
«Momento ¿cómo no se me ocurrió antes?»
Tal vez no era lo que finalmente estaba buscando, no es lo que se llame un hombre en todo el sentido de la regla, pero al menos creía que me iba a ayudar a salir de la duda.
- Claro que sí vaquero, vamos
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