Su forma de bromear era peculiar o no tan divertida como deberían ser las bromas.
–Estoy embarazada Dan... ¿Qué sentirás cuando me escuches decir eso? Sería asombro ¿A qué sí?
– ¡Carajos Iza! Creí que lo estabas –por un segundo creí que estaba buscando papá para su bebé imaginario.
– ¿No sería asombroso? –se retiró unos cuantos pasos.
–Bueno si, pero tú y yo –era una broma, sí. Me hubiese encantado tener un hijo con ella, claro. ¿Qué era lo que teníamos? Ni yo lo sabía.
– ¿Es porque no tenemos la etiqueta de que somos pareja o por qué no hemos tenido sexo por lo que no sería tu hijo? –ok, si, había reaccionado raro pero no era para que ella se alterara.
–Tranquila Iza –las personas a nuestro al rededor nos veían consternadas.
– ¡Qué me tranquilice! Ya que va –de un momento a otro empezó a reír. Era realmente molesto que actuará así–. ¿Te has molestado? –al percatarme de lo acontecido me di cuenta de que ya estaba caminando y ella venía tras de mí.
Frene de un golpe y ella choco contra mi espalda –Solo bromeaba Dan, relájate –hablaba serena.
–No piensas en las consecuencias –le reclamé.
–No entiendo por qué te molesta sino dije nada malo.
–Pero si fuera de lugar –esos temas me hacían pensar, mi imaginación se oscurecía al fantasear con una esposa, hijos, una familia. La familia era ese algo que nunca tuve y que jamás podría tener.
–Lo lamento –expresó con melancolía–. Lo lamento ¿Si? –me abrazo y lloro. No entendía porque sus cambios, quizá no fui lo mejor aunque ella para mí si lo fue.
–Está bien, no hay problema, supongo que así actúan las parejas – ¿Éramos pareja? Para mí ya lo éramos desde que me fotografió la primera vez o eso había decidido hace un momento.
– ¿Lo somos? –seguía aferrándose a mi abrigo.
–Desde que actuaste por primera vez –sorbió por la nariz. Levanto su rostro.
– ¿La fotografía? –sin poder evitarlo ambos reímos.
–Si, por muy estúpido y egoísta que parezca.
- ¿Y si hubiera pasado de ti después de haber tomado la fotografía?
–El secuestro es un muy buen recurso –si yo hubiese sido de esas personas que no dejaba de vernos ya hubiera llamado a un centro psiquiátrico.
–Eso es lo que afirman los libros –y así, sin previo aviso me tiró una bola de nieve directo al estómago.
–Eso no dolió –fue como si un niño me hubiera dado una pequeña palmada.
–Solo por una razón no le doy a tu rostro –corrió alrededor de mí.
– ¿Por qué? –ya sabía la respuesta y esperaba escucharla de ella.
–No te gires –pare–. Agacha un poco –lo hice–. Aguanta –se trepó a mí como un mono en su territorio.
– ¿Eh? –sus piernas estaban enroscadas en mi cintura y sus pequeños brazos alrededor de mi cuello.
–A tu rostro no, porque es demasiado hermoso para ser tocado por una bola de nieve, es mucho mejor que sean mis manos quienes la toquen... ¡Ah! Y mi boca –me dio un beso en la mejilla y se recostó sobre mi hombro.
No era para nada pesada, camine con ella sin rumbo viendo el poco tiempo que teníamos para estar en Norilsk.
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