Si a los 28 años ya tienes un doctorado encima, no solo te consideran una nerd, sino que tienen bastante razón, lo eres y lo acepto con orgullo.
Siempre fui un ratón de biblioteca con muy pocos amigos, de esos que nunca salen por ahí a "perder el tiempo" y que le dio total prioridad a la única meta que me había marcado en la vida: obtener mi doctorado lo más joven posible.
Una meta que logré, solo que nunca calculé el costo que eso tuvo para mi salud mental y relacionamiento con los demás.
Juraba que me iban a llover ofertas de trabajo, por el contrario, no paraban de rechazarme ya fuera porque me consideraban demasiado joven, sin experiencia o demasiado sobre calificada por mis títulos.
No tardo en llegar algo para lo que nunca me preparé... se apoderó de mí la frustración, la angustia, la ansiedad y así fue como terminar teniendo una crisis psicótica que me llevó a ser internada en una institución mental. Toda mi vida me había encantado estar aislada de los demás hasta que por mi propia seguridad estuve encerrada por semanas en una habitación con mínimo contacto humano.
Después de un larguísimo año de rehabilitación, gracias al gran apoyó de mis padres y el gran trabajo que hizo mi psicoanalista en conjunto con un psiquiatra, logré mejorar poco a poco, re-enfocar mi vida, mis metas y mis relaciones sociales.
Así fue como con la ayuda de una "nueva amiga" que conocí en las terapias, logré conseguir trabajo como profesora de maestría en una universidad de renombre y alcurnia. No era lo que me soñaba, pero estaba de acuerdo con que era un paso para necesario para mi recuperación definitiva.
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