Si hasta acá se estaban imaginando que soy una especie de santurrona virginal, no se equivoquen, porque ser nerd y poco social no significa que no tenga o haya tenido relaciones sexuales. Tampoco es que sea la reina del Kama Sutra que hace el salto del tigre invertido, pero santa, no soy. Eso sí, solo hasta la época de mi residencia universitaria fue que perdí mi virginidad.
David era por decirlo así mi competencia directa en cuanto a notas, estábamos casi siempre parejos y teníamos una rivalidad, no nos caíamos para nada bien.
Una noche una de las profesoras nos invitó a participar en unos semilleros de investigación y por tratarse de los más nuevos decidió ponernos a desarrollar una de las teorías juntos.
No habiendo más alternativas, lo invité a tomar un café y resulto que en realidad nos llevábamos muy bien y hasta éramos bastante parecidos. Hablando y hablando, nos dimos cuenta de que teníamos una persona en común que era la que se había encargado de envenenarnos la cabeza el uno con el otro, a conveniencia para poderse quedar con las becas.
Después de ese primer encuentro éramos uña y mugre, hasta estudiábamos juntos y nuestras notas ahora eran imposibles de superar por los demás, ganándonos becas de alimentación y alojamiento. David, era la persona más tímida e insegura que había conocido en toda mi vida, sabía que yo le gustaba, pero nunca iba a tomar el primer paso.
A mí la verdad es que el gusanillo del sexo ya me andaba picando, sobre todo después de leer un artículo científico correspondiente a los beneficios del sexo y producción de endorfinas. No teniendo a nadie más fui yo la que tomó la iniciativa. No les voy a decir que fue el mejor sexo del mundo, pero fue bástate decente, sobre todo ambos siendo vírgenes. Eso sí, le pedí que esto fuera un secreto entre ambos, nadie más se podía enterar.
Cada vez los encuentros se volvieron más frecuentes y descubrí que justo antes de los exámenes era un perfecto aliciente para calmar los nervios. David, sumiso por completo, estaba a disposición total de lo que le pidiera y no chistaba por nada, tal vez porque pensaba que igual no iba a poder que esto se volviera a repetir con otra mujer.
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Llegando al último semestre, ley en algunos libros de filosofía una teoría sobre la fuerza vital que hay en la eyaculación y como buna investigadora decidí dirigir mi propio experimento sobre el tema.
Una hora antes de cada examen importante, lo hacía venir a mi habitación con la promesa de hacerlo sentir relajado y con la mente clara. Le bajaba los pantalones, lo sentaba en la silla del escritorio y alejaba sus manos para que ni siquiera por error me acariciara en algún lugar que me tentara a tener sexo también, mi energía tenía que permanecer intacta.
Colocaba un cojín frente, me hacía de rodillas y le daba una buena mamada, procurándome excitarlo bastante al inicio, durando lo suficiente sin que dejarlo venir. Cuando ya se le notaba el desespero, lo sacaba de mi boca, lo miraba a los ojos y le preguntaba "¿quieres que me lo trague?", obviamente asentía con su cara.
Me convertía en toda una salvaje, atragantándome con su miembro, sin dejar de mirarlo a los ojos. Explotaba en mi boca y cuál vampiro sexual consumía todo su "poder vital" sin dejar ni una sola gota escapar.
Los resultados cada vez fueron más reveladores, mis notas eran superiores a las de él, tan solo por algunas décimas, pero lo eran. Me volví completamente adicta y dependiente a ello.
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Llegando a la semana de exámenes finales sentía como si fuera una especie de drogadicta adicta al semen. David nunca chistaba, no creo que ningún hombre lo haría en su posición, pero el pobre se mantenía con el depósito casi vacío de tanto que se lo chupaba.
Los días con varios exámenes, al final de la tarde no era capaz de hacerlo venir, me quedaba en blanco y hecha furia, mi genio era de la mierda. En pleno examen me sentía completamente vulnerable y nerviosa. Mis notas empezaron a bajar.
Ya andaba medio desesperada y hasta pensando en buscar un candidato para obtener mi dosis extra de elixir. Sin querer escuché en el comedor una conversación entre las chicas más cool, de algo que hacían con sus novios cuando ya iban por el tercer polvo y no eran capaces de venirse. Iba a ser más fácil intentar, supondría yo, que encontrar un sustituto en tan poco tiempo.
Llegó el día, última tanda de exámenes. Habíamos estudiado como locos y por varios días lo dejé recuperarse para que se recargara, esperando que no lo desperdiciara a punta de pajas. Me buscaba a ratos para tener sexo y le sacaba cualquier excusa, andaba desesperado.
Primer, segundo y tercer examen, respondió bien a lo largo del día, me dio lo que necesitaba. La última materia la teníamos a las 8 de la noche y desde las 6:30 le pedí que fuera a la habitación, pero ya eran casi las 7:15 y nada que llegaba.
Cuando fui a su habitación lo vi repasando, se le había ido el tiempo sin darse cuenta de la hora. No había tiempo para nada más, sin pudor alguno saqué a su compañero del cuarto, pese a que eso iba a romper nuestro secreto y era obvio lo que íbamos a hacer, hasta seguí el protocolo de la media blanca en el pomo. Era el examen más importante y difícil de todos. No me iba a ir de ahí sin lo que quería.
Lo hice desnudar y le amarré las manos atas de la silla, lo recomendado por las chicas la primera vez. Rápidamente, me encargué de hacer crecer su miembro, abrirme la camisa para que viera mis senos y juguetear con mis pezones endurecidos rozando sus piernas, dejaba escurrir saliva a borbotones y usaba una mano para masturbarlo y otra para acariciar sus bolas.
Empezó a gemir tan fuerte, que me toco meterle una media en la boca. Regresé a mis menesteres y al ver que la primera estrategia de las chicas no había funcionaba, decidí pasar a la opción más extrema: dedo en el culo.
Me encargué de mojarlo muy bien, lo hice con calma y cuidado, acariciando primero suavemente con mi falange, siguiendo el concejo de mirarlo a los ojos, levantar una ceja y reír de forma malvada. David no paraba de gemir y se estremecía de placer cada vez que una falange entraba más adentro. Su miembro palpitaba, como señal de que iba en buen camino.
Me tomé mi tiempo hasta que sus quejidos se convirtieran de nuevo en gemidos de placer y ahí fue cuando lograr meter un segundo dedo. David se levantaba y dejaba caer de la silla, moría de risa porque esa era tal cual la reacción descrita por ellas, primero se niegan y después se dejan llevar por el placer.
Siguiendo los pasos, gire mi mano con la palma hacia mí, metí los dedos tan al fondo como pude y los encorve acariciando suavemente una glándula en su interior un par de veces y sus ojos se iban hacia atrás.
Ya era hora. Abracé su miembro con fuerza entre mis labios y lo metí tanto como pude sin que me provocara arcadas. Metí los dedos empujando con fuerza, mis dedos quedaron un poco más allá de esa glándula hinchada, empuje hacia mí encorvando los dedos presionando su próstata.
Explotó de abundante, mi boca se llenaba con ráfagas de su semen cada vez que presionaba con mis dedos, por primera vez no fui capaz de tragármelo todo. Me toco recuperar con mi lengua el resto de su miembro y de sus bolas, pero no deje que ni una sola de esas gotas se desperdiciara.
Él me miraba faltándole la respiración, completamente sorprendido, fascinado y sin aliento. Ni siquiera creía que lo que acababa de pasar era cierto. Mire el reloj y faltaban 15 minutos para el examen.
Le saqué la media de la boca y le di un gran beso, algo que no acostumbraba hacer. Solté los nudos de sus muñecas y lo ayudé a vestir porque el pobre no era ni capaz de subirse el pantalón. A duras penas logré hacer que se levantara y dejar que se apoyara en mi hombro para poder llegar al salón.
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El resultado de mi experimento fue un éxito total. Una hermosa mención de honor por obtener las notas más altas de la facultad, recomendación y beca para continuar mis estudios con una maestría.
A David no le había para nada bien en ese último examen y ni siquiera le importó después de lo que acababa de vivir. La noche de los grados, me tenía una sorpresa, me llevo a un lugar solitario, afortunadamente, donde me propuso matrimonio. Sin ser demasiado cruel me tocó decirle que yo no sentía lo mismo, que no me veía casada, ni mucho menos con hijos, había sido bueno conocerlo, pero nada más.
Durante las vacaciones, sin el corre corre de las materias, los trabajos y exámenes, me puse a investigar un poco más sobre el tema y descubrí que mi estudio no tenía correlación alguna con los datos. La llamada carga por "energía vital" era una falacia.
Mis notas no aumentaron por recargarme con ella, aumentaron por el sentimiento de confianza que actuaba como placebo, en cambio, a David sí lo pudo haber afectado no porque arrebatarle su "fuerza vital" sino por el agotamiento que le producía tener encuentros sexuales frecuentes, aún más cuando era algo que no era parte de su rutina.
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