Scarlett estaba entrando en desesperación, Camila estaba nerviosa, y Jessica en un punto astral muy lejano al nuestro. ¿Y qué hay de mí? No lo sé. Ahora mismo, se pocas cosas. Una de ellas es que me duele muchísimo.
La otra es que no estoy sola. Debería estarlo. Sentía que había entrado en un cuarto oscuro y que había cerrado la puerta detrás de mí con llave, y luego tirado esa llave. No haces eso cuando esperas que entre alguien más.
Pero había alguien más. O algo más. Se coló antes de poder cerrar. Ahora la puerta se había esfumado y estábamos juntos en esto. Donde sea que estemos.
Si pudiera ponerlo en palabras, diría que lo más cercano seria un cohete. Por más que el (o ella) y yo estuviéramos en un espacio en blanco (o negro), no daba la impresión de ser algo estático. Era como una estación de paso. Era un cohete. Estaba hecho para despegar y sacarme de mi mundo para siempre en cualquier momento.
Si eso era cierto (la descripción era tan acertada que empezaba a creer que él o ella me la estaba susurrando en el oído imaginario. Estoy segura que sabe más que yo) entonces, ¿Qué rayos faltaba para que se encendiera?
No tengo idea cuando tiempo llevo aquí. Porque tampoco sé si el tiempo existe aquí.
Trato de oler. Demonios. Descubro que no tengo olfato. Supongo que eso pasa cuando no tienes nariz. Y aunque tuviera, no tendría cabeza a la que conectarla. Aunque hay algo similar al olfato, y es un presentimiento.
Si pudiera ponerlo en palabras, diría que es aceite. O lo que sea que le echen a los malditos cohetes para que anden, ¿vale? Este cohete esta pinchado. La gasolina (oh, esa era la palabra) se le está escapando a borbotones.
Así que nos quedaremos aquí para siempre. Este cohete se quedara en tierra y jamás despegara.
Vale, entonces no hay más que hacer.
Todas las chicas ven su vida pasar frente sus ojos antes de morir. Lo que yo vi me helo los huesos. Aunque quizá esa sensación de escalofrió tan solo era el tubo de escape de un autobús Eurolines ST 2011, pero lo que divisaba mientras daba vueltas era a mí misma. Pero no podía reconocerme. Perfectamente podría haber estado viendo la vida de alguien más, y si no supiera como es mi rostro, jamás lo hubiera sabido.
Ojala.
Ojala, esa era la otra palabra. Una buena palabra para describir aquel lugar. Ojala era en todo lo que podía pensar.
Ojala no hubiera perdido el tiempo viendo novelas cursis. Ojala no me hubiera desvelado leyendo historias de romance adolescente cursi (bueno, al menos no todos los días). Ojala hubiera bajado a comer todas las veces que mama me lo decía.
Estoy siendo pretenciosa. Mama siempre quiso acercarse después de que papa se fue. Y yo le cerraba la puerta de mi cuarto aun sabiendo que estaba mal. Y me dolía que estuviera mal. Y me hacia dormir llorando. Pero no me hacia levantarme y abrir la puerta para ella.
Eso me daba culpa. Y esa era otra palabra para hablar de este lugar. La culpa me ardía. Me quemaba por dentro. Porque yo era quien debía tomar rienda de mi vida y era yo quien la había destruido. Me quemaba porque yo era lo peor del mundo y yo había hecho que papa se marchara. Fue mama quien me lo enseño.
De pronto aquel lugar ya no era tan negro (o blanco), y no era tan silencioso como una noche oscura. Fue tornándose pesado, apretado, callado pero no mudo. Encogiendo su tolerancia contra mí pero extendiendo su tamaño por el universo. Era como hundirse atada a un ladrillo hacia el fondo del océano.
Excepto que este océano no tenia fondo. Y aunque se volvía mas insoportable con cada segundo, no significaba que fuera a detenerse, o a ralentizarse, o si quiera a amenguar. Algunas cosas son para siempre.
Resultaba imposible de creer. No podía durar para siempre. No podía simplemente aumentar y aumentar. Pero hasta ahora no daba señales de querer detenerse.
No sentía ninguna forma de dolor físico, porque eso había quedado atrás, y esto era mucho peor. Estaba atrapada. Millones de palabras daban vueltas en torno a mi cabeza y me relataban mi vida y como la había desperdiciado, y no tenía oídos que arrancarme para ignorarlas.
No podía escuchar, y estaba escuchando demasiado.
De vez en cuando, tenía la oportunidad de ver un fragmento de mí con mi padre. De vez en cuando, tenía la oportunidad de deslizarme por recuerdos hermosos. Y entonces el dolor crecía el doble. Porque esas imágenes las veía a través de un velo oscuro, y ya no estaba allí.
Había quedado atrás. Todo había quedado atrás. Era la única pasajera en un autobús de asientos vacios.
¿Cómo pudo haber quedado atrás? Debo volver.
¿Cómo puedo volver?
Solo tengo que nadar.
Nada hacia arriba.
Es todo lo que tienes que hacer, nada hacia arriba, Emily Hills.
Eso es fácil. Aprendí a nadar de pequeña.
¿Entonces porque no estoy moviéndome? ¿Por qué no puedo escapar?
¡¿Por qué las voces no se callan?!
¡¿Por qué puedo pensar si no puedo hablar?!
¡¿Por qué puedo ver si no puedo apartar la mirada?!
¡¡¿Por qué sigo aquí sin poder dejar de existir?!!
Porque dura para siempre.
Pero yo no puedo vivir así.
Pero yo no estoy viva.
No puedo seguir así.
A decir verdad, aquel silencio desgarrador compartía semejanzas con lo que había vivido en los últimos 3 años. Luego de que él se fue, no hice mucho más que quedarme en silencio y esperar. Esperaba que volviera. Esperaba que un rayo de luz despejara la negrura.
Entonces conocí a Jessica, y de ahí en adelante las cosas tuvieron sentido. Ella quito la oscuridad de mi vida. Pero las luces mas fuertes son las que crean las sombras más profundas. Y sin darme cuenta tropecé y me ahogue en ella.
Sé que le importo. O le importaba. Sé que era algo para ella. Sé que lo fui desde el primer momento, aunque no entendía porque, sentía que me necesitaba. En un principio creí que quería ser mi amiga. Los últimos acontecimientos, imaginaras, me hacen dudar de eso.
Pero yo existí para ella. No me importo que a medida que nos conocíamos, las cosas se volvían extrañas, porque algo era extraño en ella. No solo el hecho de sus hábitos raros, o lo mucho que masticaba los huesos después de un plato de carne, sino algo...mas. Algo simplemente estaba torcido en ella. Y sobresalía como un colmillo entre una dentadura perfecta.
De alguna manera hice caso omiso, o quizá eso hizo que me acercara aun más. Era imposible saberlo. Quería hacerle tantas preguntas. Y ahora estábamos separadas por siempre.
Mi mente iba de aquí para allá, y a pesar de que cambiaba de tema constantemente, cada vez que lo hacía, mi voz se dividía y el clon seguía conversándome del asunto, mientras que la otra se desviaba hasta algún otro punto de mi vida. Y cuando llegaba el momento de inclinarse a otro, volvía a clonarse. Eventualmente, solo pude escuchar la cacofonía de una niña pequeña pidiendo a gritos que alguien la escuche.
Yo estoy aquí. Yo puedo escucharte. Pero a veces es imposible hacerte compañía a ti misma en la oscuridad cuando eres tu quien proyecta la sombra.
Bien. No puedo seguir así. Quiero volarme la cabeza. Y sé que puedo imaginarme un revolver, pero ¿con que manos voy a jalar el gatillo? ¿Y a qué rayos le disparare exactamente?
A nada, pues. Solo llenare el silencio. Vaciare los cartuchos.
Pensar en eso me distrajo, pero tan pronto cambie de tema, apareció otra cadena de voces hablándome de revólveres y sus diversos modelos.
Okay, no puedo vivir así. Ya llegue a la conclusión de que esto no se detendrá jamás. Jamás.
Si hay algo bueno que puedo sacar de tener mil monólogos en la cabeza, es que puedo escuchar todos y cada uno de ellos claramente, y eso me permite identificar cual es útil y cual no. Todo este tiempo (si es que tal cosa existe), uno en particular me sigue recordando que no estoy sola.
Eso estaba fuera de lugar. Y por más que me aterraba, se que era mi ultima opción. Si es que podía llamársele así. Porque aun cabía la posibilidad de que fuera un verdugo de Lucifer con el trabajo de llevarme hasta el infierno. A decir verdad, me sobraban las razones.
Empezaba a crear una cadena de diálogos pensando en cómo llamar su atención cuando hizo mi trabajo por mi; sentí hondas retumbar a mi alrededor, como truenos, y algo enorme cernirse.
No podía decir que yo era algo concreto. No tenía cuerpo. Pero lo que sea que yo fuera en esos momentos, era diminuto en comparación con él.
-¿Qué me has hecho? –Inquirió una voz estridente, con la fuerza de las olas de un mar tormentoso.
Hasta este punto, lo más inteligente debía ser empezar a creer en lo sobrenatural. Lo que vi con Jessica y las demás eran suficiente para llevar a alguien a la demencia, y me alegra que ninguna anciana haya pasado caminando por allí mientras todo sucedía. Aun no se en que creer. Pero parece prudente volverse cristiana a último momento. Pienso en esto tan solo por las historias que mama me contaba de pequeña, y que me llevaron atrás al oír esa voz. Aquello (esa marea de sonido aplastante) debió de ser lo que Moisés escucho cuando Dios se dirigió a el por primera vez.
El problema es que eso no sonaba a ningún Dios bondadoso.
-¿Dónde estoy? –Preguntó.
Perfecto, parece que no sabe más que yo.
-Esto no era parte del trato.
Trato, ¿Eh? Ya es segunda vez que escucho eso en el día, y si no entendí la primera, aun menos la segunda. Por cómo iba la cosa, mi última opción no me serviría de nada.
-¿Quién eres? No eres una Costello.
Esa palabra ("Costello") se había repetido a lo largo de mi ultimo día en la tierra. Y seguía sin entender que significaba. Era frustrante.
-¿Qué eres? Algo debió salir mal.
Bueno, parece que empezamos a concordar en algo.
El ser se mostraba pensativo. Podía saberlo. A pesar de que tan solo era una porción de él, podía dar vueltas dentro de su mente, y el daba vueltas dentro de la mía. No comprendía mucho de lo que yo veía en el (corrientes confusas y oscuras de energía), pero yo, al ser una criatura mucho más simple, era más fácil de leer.
Esa cosa desenvolvió mi mente como un ovillo de lana, y fue observando mis profundidades como una garra invisible. La sensación de estar desnuda (aun sin un cuerpo) fue tan intensa que batalle para poder cubrirme con un par de manos inexistentes.
Me daba ganas de gritar. Estaba tan expuesta como un libro abierto.
-Tu nombre es Emilia Hamilton –Narro la voz. Se expresaba con más franqueza y serenidad-, o al menos lo fue alguna vez. Si tú vas a ser mi Devon y yo tu Velvet, entonces debemos tratarnos como se debe. ¿Deseas que te llame Emily Hills, me equivoco?
Cada vez que el callaba, un terrible silencio llenaba el lugar, ahogándome. Seguía sin comprender, y no me ponía nada feliz tener más conceptos que entender.
-Por lo que veo eres una humana... Normal. ¿Cómo paso esto?
Las incoherencias estaban a nada de volverse insoportables. Nombres y más nombres.
-Bueno, supongo que eso lo confirma. Desearía poder explicártelo a fondo, pero se nos está acabando el tiempo. En cualquier momento me esfumare y entonces tú quedaras sola.
"Sola" Esa palabra reboto por todos lados.
No, por favor.
No otra vez.
-Confía en mí. Todo esto tendrá sentido, pronto. Tengo una idea, eso nos sacara a ambos de este malentendido. No me gusta para nada tener que hacer esto, pero es lo único que podemos hacer.
Dios, ¿realmente nadie puede explicarme que está pasando?
-Todo tendrá sentido. Esta es nuestra última opción, tú y yo seremos lo mismo. Este no es el final para ti, pero te pediré perdón de ante mano. Tu vida será muy difícil de ahora en adelante.
Si tuviera piel, esta se habría empapado de sudor nervioso, la negrura a mi alrededor se volvía blanca. Una fuerza abrazadora y crepitante se deslizo a mi alrededor, un tornado invisible me engullo.
-Es la única forma. Todo tiene un precio.
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