Alex detestaba el control. Y era la primera vez en su vida en la que se sentía empujado a creer en un Dios.
O en cualquier cosa realmente. Lo que sea que pudiera contestar las preguntas que le perseguían. Lo que sea. Tenía el cerebro cansado y magullado.
Había pasado un tiempo desde que sentía que su cabeza corría una maratón, y no dejaría de hacerlo hasta que el la detuviera. Así no podría dormir. Ni comer. Ni descansar.
Algo estaba pasándole. Algo le había pasado al perro y algo le había pasado a la chica. Y ahora el sentía que algo pasaba en el. Era imposible saber que era, como era imposible diagnosticarse sin una radiografía.
Tenía la certeza de que había algo oscuro sucediendo en toda la ciudad. Algo digno de una película de terror. Y tenía miedo de que lo hubiera alcanzado. Y le afectaba de un modo distinto al resto. ¿Por qué a él?
O tal vez había otras razones. Quizá era común. Después de todo, el terapeuta había dicho que de vez en cuando das pasos hacia atrás. La recuperación era algo irregular. A veces subía, a veces se detenía, y otras veces se iba en picada y tenias que empezar desde cero. Alex no podía empezar de cero. Hacerlo implicaría perder el trabajo.
Cuando había pasado, casi lo había hecho. Y si empezaba de cero volvería a pasar. Pronto.
Era injusto, era cruel. Si volvía a suceder y se encontraba frente los tribunales, no tendría más opción que explicar que lo había hecho porque una oscuridad en la ciudad se había apoderado de él.
Y eso lo llevaría a hablar de lo que había pasado hace 3 años.
En esos momentos, se encontraba encerrado en el box 6, el cual estaba clausurado por una infestación de termitas. Toda la habitación estaba sumida en oscuridad. Débiles truenos de luz se derretían por el resquicio de la puerta, y convertían los instrumentos médicos a su alrededor en horribles monstruosidades. Era como un niño pequeño viendo fantasmas a medianoche.
Le llego otro de esos horrorosos pinchazos en el cráneo y él se retorció en una camilla, con las manos en las sienes. Tenía prohibido quitarse esas vendas, pero tenía certeza de que le harían estallar la cabeza.
3 años. Habían pasado 3 años desde que no sentía esos dolores. Ahora habían vuelto como viejos amigos.
Afuera del box 6 pasaban personas, y no solo las delataban sus zapatos que bloqueaban la luz momentáneamente, sino el incesante ruido. Los pasillos internos de un hospital no compartían muchas diferencias que un panal de abejas.
Toda esa cacofonía resonaba distante, y desde ese cuarto oscuro, se sentía encerrado en una burbuja en medio del caos.
Los dolores empeoraron. Ahora Alex podía jurar que los ojos le saldrían disparados de los ojos.
De pronto sintió algo moverse junto a él.
Soltó un alarido desgarrado y se cayó de la camilla.
Se arrastro con los brazos hasta apegarse a una esquina, tan lejos de la luz que se fundió en la penumbra. Estaba totalmente solo en ese cuarto.
En todo el hospital, las luces se prendieron y se apagaron.
La respiración era pesada, cálida, le ardía en la laringe.
Tomaba trabajo pensar que estaba solo allí. Por más convencido de que lo estuviera.
Se llevo un cigarro a los labios y sorbió. Lentamente paso de sentirse asqueroso y acompañado por algún ser misterioso, a ser un pseudo-enfermero bipolar intolerablemente desolado.
Estaba a un cigarro de distancia de la sanidad.
Se incorporo. En cualquier momento necesitarían su ayuda en algún rincón del hospital. No era momento de perder el tiempo.
Abrió la puerta. La luz le abofeteo de manera tan directa que creyó que se le encenderían las pestañas, ni hablar del ruido estridente de los pasos y las llamadas.
Era necesario empezar una investigación. Llegaría hasta el fondo de todo. Pero, ¿Cómo?
Camino unos momentos con las manos en los bolsillos. Todos esos enfermeros con sus trajes azules y andar apresurado que se movilizaban a su alrededor, ellos no entendían nada. Estaban encerrados en su propio universo de pastillas y diagnósticos e inyecciones. Vidas simples y confiadas. No eran muy distintos de sus propias herramientas de cirugía.
Alex jamás había podido vivir como el resto. Envidiaba la simpleza de su rutina. Ellos recetaban medicamentos. Alex debía tomarlos. Eso solo Matt y Cooper lo sabían.
Era su oportunidad de cambiar las cosas. De hacerlo bien esta vez. Redimirse.
La puerta del box 6 se cerró de un portazo, por dentro.
Alex se giro en seco. Permaneció inmóvil.
Sintió el cuerpo pesado. Una repentina lamina de sudor en las axilas. Retrocedió a paso inseguro y choco con un carrito de comida y se fue al suelo.
El cartel del box 6 parpadeaba frenéticamente.
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