A veces una chica debe saber cómo cuidarse a sí misma.
La realidad resultaba difusa. La enfermera llego temprano, salí de bajo las sabanas y recibí la comida.
-¿Por que llorabas?
Se me apretó la laringe y aparte la vista, podría jurar que haría un buen trabajo disimulando mi estado.
-Tengo miedo –Admití, y decirlo en voz alta me quebró aun mas.
-¿De qué?
-Del futuro.
Ella lo entendió. Pude verlo en el brillo de sus ojos.
-Me haces recordar algo que escuche hace mucho. Por poco la olvidaba. "¿Cuándo fue que el futuro paso de ser una esperanza a ser una amenaza?", ¿es así como te sientes?
Me mantuve pensativa. Era difícil leer mis propios pensamientos pero eso se sentía bastante acertado.
-Sí.
-Algunas veces es complicado. Mira... -Ella miro hacia atrás, y se aseguro de que ninguno de los demás enfermeros estuviera prestando atención- Es un taboo por estos pasillos, pero he escuchado que tienes mucha suerte de seguir con vida. No sé si es verdad todo lo que me has contado, pero quizás te espere un milagro inminente para salir caminando de aquí.
Ella se incorporo y me guiño un ojo.
-Yo y unos médicos vinimos a hacer revisión en los pacientes. Todas esas historias guárdalas para mí. Lo mejor es que no las escuchen o consideraran un sanatorio mental.
La enfermera se marcho y yo me quede sola en mi rincón aislado.
Un milagro inesperado, ¿Realmente era posible? El haber muerto no había sido ningún milagro. Pero quizás algo había sido generoso conmigo al traerme devuelta.
Tampoco me sentía muy agradecida de vivir así. Tal vez con el tiempo podría verlo como una oportunidad y eso era mi mejor esperanza.
-¿Pedro García? –Pregunto un enfermero, de pie frente la habitación. Bramaba sin la necesidad de un megáfono mientras leía una lista en sus manos.
-Aquí –Señalo un paciente arropado, levantando el brazo. Tan pronto lo hizo se le acerco un medico y lo atendió.
-¿Sephora López? –Pregunto el mismo enfermero.
-Aquí –Contesto una mujer a unas cuantas camillas de mí, la situación se repitió.
-¿Emilia Hamilton?
-A-aquí –Respondí en voz alta, levantando el brazo izquierdo. Esperaba haberlo hecho bien. Me salió un gallito.
Un enfermero se movió del grupo hacia mí y se sentó en las sillas de visita. Ya iban dos en el mismo día, quizá pronto pudiera ser mama. Algún lejano trozo de mi quería entusiasmarse con la idea de ser entrevistada, solo porque creía que eso podía significar un giro de rutina.
-¿Yorke Costello?
El bello en la nuca se me erizo.
-Buenos días, Emilia –Me saludo formalmente el enfermero, tenía una libreta en las manos y un rostro joven y delicado de estudiante-, me llamo Hector, es un gusto ¿Cómo ha estado tu alimentación?
Erguí la espalda tanto como pude y trate de seguir con la mirada al médico que se dirigía al tal Costello.
Héctor levanto el trasero y arrastro la silla hacia adelante, cubriendo mi visión de las demás camillas como un eclipse.
-¿Emilia?
-Ehhm, ehm, -Murmure. Intentando rodearlo, inclinándome de izquierda a derecha- ¿Cuál era la pregunta?
-¿Cómo ha sido alimentarte? ¿Complicado?
-Oh, ehh, un asco.
-¿Cómo describirías el sabor?
-¿Culo de bebe?
El asintió con la cabeza. Pensaba si debería anotar eso o no.
-¿Has experimentado nausea? ¿Vómitos?
-No, nada.
-¿Has visto cosas que normalmente no verías?
-Ehh...
Ladee la cabeza y escudriñe al rincón contiguo al umbral de la puerta. Allí había otro enfermero hablando a otro paciente. Detrás de ellos colgaba el cuadro del perro.
-¿Algo así? –Supuse, encogiéndome de hombros, entonces recordé que debía mantener un perfil bajo-, Oh, digo... ¿Quiere decir si vi algo en la tele que no debería ver? ¿Acorde a mi edad?
-No, no, ¿has escuchado voces?
-Esto... No.
-¿Has visto a alguien que parezca no pertenecer al hospital?
-No –Al menos por fin tenía la certeza de algo.
-Muy bien. Debes entender que a veces suceden cosas así. ¿Te has sentido paranoica? ¿Qué algo te persigue?
-Todo está bien.
-¿Qué sientes del cuello hacia abajo?
-Comezón. Ardor. A veces dolor.
-Entiendo. Lo siento por eso, la morfina tiene sus límites.
-Una pregunta –Pedí rápidamente.
-¿Si?
-¿Le suena la palabra "Costello"?
-Si –Afirmo-, es un apellido. ¿Era eso a lo que te referías?
Una ola de excitación inundo mi cuerpo. Casi felicidad.
Casi.
Faltaba algo. Jessica había mencionado algo más. Una palabra. No era el Tratado. Preguntar por eso sería ir demasiado lejos y arriesgar un paseo por el manicomio.
Algo más. Algo más. ¡¿Qué era?!
-Hay un Costello aquí mismo, ¿Por qué preguntabas?
-¡¿QUIEN ES?!
Héctor entorno los ojos. Me arrepentí al instante de mi actitud.
-Creo que no viene al tema, Emilia.
Mi comportamiento era errático y desesperado. Es decir, que estaba siendo honesta.
-Lo siento. Es que... Escuche esa palabra hace poco y tenia curiosidad. Tengo una amiga en la escuela, se apellida Costello y está desaparecida. Era rubia. Solo me hubiera gustado hablar con algún familiar.
Los ojos de Héctor se despejaron, el asintió.
-¡Oh! Claro. Su nombre es Yorke Costello y es el anciano por allá.
Héctor se hizo a un lado de una vez y señalo hacia atrás con el pulgar. Pude ver a un hombre arropado hasta el mentón. Tuve una sensación extraña, lo mismo que sentí cuando choque con la rubia Costello por primera vez, en el último día de mi vida.
Siempre estuvo allí. Todo el tiempo. Mi mente lo ignoraba inexplicablemente y ahora que podía verlo, era imposible no notarlo.
-Volviendo al tema, ¿has notado algún cambio en las últimas semanas?
-Me duele menos el moverme.
Ya no miraba a Héctor. Había clavado la mirada en Yorke Costello. El permanecía tan estático como una estatua. A la distancia, su cabello gris era como una corona de plata, y su piel... Como un queso añejo. Era el hombre quemado del que había escuchado.
Trague aire, y trate de dejar caer mi mirada sobre él como una avalancha. Preguntándome, ¿Qué haría Matilda?
Dispare.
El mundo a mi alrededor desapareció y se enfoco en él y solo él. Pude ver el brillo en sus ojos. Lo había hecho con el cuadro del perro antes.
"Detente" Rugió aquella voz en mi cabeza, a decir verdad, esperaba más para hacerlo hablar, "¿Qué es lo que haces?"
-¿En qué estado están tus piernas?
-No tengo la más mínima idea –Respondí, decidida a encontrar las palabras para comunicarme con dos personas a la vez-, solo hago lo que me dice el instinto.
"No sabes lo que estás haciendo" Se quejo la voz "Dije que eres peligrosa"
-¿Cómo describirías tu estadía en Daisy Saint Patience?
-Pues no tengo otra opción ¿Y qué tan malo puede ser tan solo echar un vistazo y mirar?
"Hay algo en ti. Tu no lo sabes, pero al usar tu Spectrum en mi estas desencadenando algo terrible"
Abrí la boca para preguntar "¿Spectrum?", y la cerré al instante. No podía preguntar eso en voz alta, maldita sea.
Más palabras pare entender, y era obvio que ese anciano sabía todo por lo que estaba pasando. Así que era momento de que escupiera la info o haría justo lo que no quería que hiciera.
-Solo soy un poco impaciente. Así que no me molestaría terminar con todo este lío lo más pronto posible.
-Lo entiendo.
Antes de que Yorke Costello contestara, un ladrido irrumpió en el cuarto.
Finalmente desenfoque la vista del anciano quemado. Cayendo en un progresivo arrepentimiento. El sabía más que yo, quizá había tenido razón en que no debía ejecutar esa mirada de Matilda.
Ahora tenía la sensación de que había encendido algo que no podría apagar.
El cuadro del perro se había inclinado. Estaba torcido hacia un lado y si recordaba con claridad, sus ojos apuntaban hacia la puerta, no directamente hacia mí.
"Los estas llamando" Dijo la voz "Cada vez que usas lo que el Tratado de Diógenes te concedió, los acercas mas". "Por eso debes controlarlo. Eres impaciente, fría y mentirosa. Si te confió el resto de información, podrías tener el poder suficiente para arrastrar a la ciudad al fondo del infierno. Por eso estoy cohibido"
Las mejillas se me habían enrojecido de la pena y la vergüenza. Me sentía regañada por un profesor frente toda la clase.
-¿No has expulsado sangre? ¿Tos seca?
-Nada. Hare lo que me pidas. Solo prométeme que todo saldrá bien y que tendrá sentido.
Héctor ladeo el cabeza, confundido por el repentino arranque de emociones.
"Lo prometo" "Solo se buena y hazme caso. Y cuidado con la comida y Alex"
No tuve tiempo, ni oportunidad de preguntar por más. El anciano corto la comunicación, y sentí que me arrancaban un cordón umbilical cerebral.
-Claro, Emilia –Afirmo Héctor-. Creo que eso es todo.
-Sí, -Dije, con la mirada perdida en el perro y en la extraña vibración en las paredes, que sonaba idéntica a un gruñido- creo que eso es todo.
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