Todos tienen un día en el que sus vidas cambian para siempre, el mío fue un viernes 13, era una mañana helada única en su clase, con escuálidos arboles con ramas como truenos y autos congelados como islas entre la niebla. Estaba vestida con una falda negra y un suéter holgado (porque el frío me la sudaba).
Los ojos me ardían. Las piernas y los brazos los sentía arrollados por un autobús. Tenía que salir de la cama e ir a la escuela. Lo sabía. Pero despertar puede ser tan complicado cuando no puedes moverte.
Estaba preparada para gritarle a mama que no podría ir a la escuela, pero al final no lo hice. Saboree el agrio tono en mi lengua y empuje las sabanas.
Me lave los dientes. Antes de que terminara escuche movimientos en el cuarto contiguo, y supe que la había despertado.
Me prepare más rápido. Fui hasta mi cuarto y ordene mi mochila, sin revisar si los cuadernos que echaba eran los correctos, o si echaba algo coherente en realidad. Con la mochila llena libros, una revista, un libro de romance y una taza (si) en los hombros salí y baje la escalera.
La mujer estaba despierta, y lo primero que pasaba es que se dirigía a quien sea que haya pasado la noche con ella y lo despertaba también.
Me encontraba justo frente la salida cuando la puerta de mi madre se abrió, con un chirrido de bunker antiguo.
-¡Emilia! –Llamo una voz masculina. Y quise sacarme los ojos.
-¡¿Qué?! –Respondí, manoseando la perilla con tentación.
-¿Vas a la escuela? ¿No quieres que te vaya a dejar? –Era una pregunta retorica, pues lo escuche ponerse los zapatos mientras hablaba. Irónico, una pregunta respetuosa por parte de la persona cuya sola existencia faltaba el respeto al mundo, a la vida, al universo.
-¡No! –Intente de todas maneras, ya casi deslizando la manilla- Estoy bien sola, quiero caminar.
-Voy a irte a dejar. Tardare solo 5 minutos –Su tono de voz era definitivo.
El ya estaba bajando la escalera, y con cada paso que recorría la silenciosa casa como traquidos de rifle, estiraba aun más la distancia entre la calle y yo. Como ya no era una opción irme sola, fui hasta el sillón y me senté. Apreté mis rodillas con fuerza, clavándome las uñas, en un esfuerzo por calmar mis nervios. Mi padrastro aun estaba sin remera. Cerró la puerta dando brincos por el frío, sus pliegues de grasa aplaudieron en su abdomen. Como era de esperarse, sus 5 minutos duraron al menos 30, y para cuando nos habíamos subido al auto ya empezaba a asomar una leve luz aurea. Me puse los audífonos y mire como las casas, los postes y los autos paseaban a nuestro alrededor, con las piernas temblando en mis mallas negras.
-¡Emilia! –Grito el de pronto, llevo una mano hasta mi hombro y me sacudió como si intentara despertar un animal muerto.
Me sobresalte y pegue un grito. Aparte su mano con un brazo y él se echo a reír; un cacareo áspero que bien podría haber venido del motor disfuncional de un tractor.
-¡Boo! –Repitió, con una mano en el volante, y con la otra simulando a un dinosaurio.
-Déjame.
Me puse el cinturón de seguridad, y pase de el mirando la ventana, mordiéndome las uñas. Intentaba con ganas llenar mis pulmones con aire, pero lo terminaba soltando en un suspiro brusco, provocando una nube blanca.
-¡Mi pequeña Emilia! –Exclamo otra vez, soltando el manubrio con una mano y llevándola hasta mi cabello. Agarro mi cabeza mientras yo protestaba, y desordeno mi pelo.
-¡Déjame! –Le grite, haciéndolo a un lado. El auto se mecía de izquierda a derecha, como el andar vacilante de un borracho- ¡Vas a hacer que choquemos!
-Oh, oh –Dijo el-, ya cálmate. ¿Por qué andas tan estresada?
-¡Por que...! –Me trague mis palabras, al borde de morderme la lengua para no gritarle algo que después pudiera pasarme la cuenta. Desvié la mirada de él y observe el paisaje. Las casas se habían quedado atrás, y ahora eran hileras de arboles las que desfilaban a los lados.
Le subí el volumen a la música y me distraje, sin darme cuenta, mascaba la punta de mis pulgares. Un nuevo sonido se sumo a la música: La voz de mi padrastro encendiendo la radio y cantando.
Me lleve las manos hasta las sienes, y quise arrancarme el cerebro.
Cuando llegamos a la escuela, me desabroche el cinturón y baje.
Estaba cantando victoria ya a unos metros de distancia, muy lejos de él y su olor amargo, cuando su voz volvió a llamarme:
-¡Tu mochila!
Me detuve, me di la vuelta, y me acerque al auto penosamente. Me eche la mochila al hombro y le di la espalda. Entonces baje la mirada hasta el retrovisor, y vi como él se estiraba para darme un susto con sus manos.
No lo soporte más.
Antes de que sus palmas pudieran llegar hasta mí, me hice a un lado y le cerré de un portazo. El soltó algún tipo de alarido cuando la nariz le choco contra el vidrio. Corrí y entre en la escuela.
Camine sola por los pasillos, a pesar de que pequeños niños formaban canales a mi alrededor con sus coronillas, no había nadie que llenara el silencio de una conversación a mi lado.
Quien más quería ver apareció frente a mi justo en esos momentos.
-¡Emily! –Me saludo Jessica- Llegaste temprano.
-Mi padrastro vino a dejarme –Respondí encogiéndome de hombros-, no me dio tiempo de caminar.
-Diablos, ¿Por qué insistes en estar desabrigada?
-Es una enfermedad, soy inmune a la temperatura y a las leyes de la termodinámica, no paso frío.
-¿No te gusta cómo se sienten los abrigos verdad?
-Exacto.
-¿Y los gorros de lana?
-Me estropean el pelo.
-Pensé que te gustaba llevarlo rebelde.
-Exacto, y los gorros te lo dejan pegado al cráneo.
-Valido. Mis condolencias por haber tenido que venir con Sam, de todas maneras.
-Te lo agradezco. Estuve rezando todo el camino para que nos fuéramos por un barranco. El idiota jamas mira al frente ¿Estás libre en la tarde?
-No, tengo que hacer el examen de matemáticas.
Nos miramos en silencio, con expresión preocupada. Acto seguido, estallamos en carcajadas.
-¿En mi casa después de clase?
-Hecho –Confirme.
Una pizca de emoción despejo las nubes que llevaban atormentándome desde el plan con M y j, aun no sabía si había empezado a arrepentirme o no. Me sentí exaltada y libre de ataduras en el cuerpo, con planes en la tarde junto a Jessica, las cosas eran más claras. ¿Quién diría que si serviría? Le había rendido tributos a Jes y ahora me ganaba un día sin estar sola.
Choque contra alguien al no mirar hacia el frente. Perdí el equilibrio y me fui sobre una muchacha rubia.
Varios chicos se detuvieron, y dieron marcha atrás para ver la situación.
-Ouch, ouch –Solloce. Mi tobillo había quedado encajado detrás de la espalda de la chica- Oh, dios. ¿Estas bien?
Tenía los ojos cerrados en una expresión de dolor. Su piel era clara y el cabello le resplandecía de un dorado intenso, al tenerla tan de frente, me sorprendí al jamás haberla notado en los pasillos. Verla directamente era como clavar los ojos en el sol.
-Ehm, Emmy –Mascullo Jessica- ¿Todo bien?
-Si –Respondí, haciendo un esfuerzo por quitar el pie de la columna de la chica. Deje pasar el hecho de que habíamos terminado así por un pequeño impacto distraído; era casi como si algo –el viento, por ejemplo- hubiera atado nuestras extremidades. Una fuerza misteriosa.
-Te ayudo –Me estire y recogí las cosas que habían saltado lejos de su bolso.
Guarde dentro un espejo y un labial.
Detrás del pie de un muchacho, había caído una calculadora vieja y desteñida.
-Quítate –Le ordene con un ademan.
El chico retrocedió y movió la calculadora con el pie, y recogió el aparato antes que yo. Lo examino confundido, quizá sintiendo que tenía algún tipo de reliquia en las manos. Me incorpore y le tendí la mano para que me lo entregara, y lo siguiente que sucedió fue que el chico fue impulsado hacia atrás.
La multitud grito y se disperso. La chica rubia no solo se había recuperado al instante, se había abalanzado contra el muchacho como un cohete.
El chico hizo a la rubia a un lado de un empujón, y puse los ojos en blanco al ver que se trataba de Brock. Cualquier voluntad de querer ayudarlo se me fue esfumando del cuerpo.
-¡Devuélvemelo! –Le dijo la rubia, lanzándose contra él otra vez.
Era una acción simple, pero como ella lo había ofendido, Brock no dejaría que pisoteara su orgullo tan fácilmente.
-¡Quítamelo! –Le grito. A pesar de no tener el menor interés en la calculadora- ¡¿Y si lo rompiera ahora mismo?!
El muchacho estiro la mano que sostenía el aparato, en señal de que lo dejaría caer en cualquier momento.
-¿Qué está pasando aquí?
Todos estaban ocupados desviando la mirada hacia el director, quien cruzaba el pasillo en dirección a la pelea. Fui la única (al menos, eso creí en un principio) que dejo la mirada puesta en la rubia.
En el preciso momento en que nadie prestaba atención –Incluyendo a Brock, quien se había volteado asustado ante la primera figura de autoridad presente-, la rubia alzo la mano hacia adelante con los dedos extendidos.
De un segundo a otro, un aro brillante se encendió en su muñeca, como un brazalete hecho de fuego.
La repentina luz hizo que Brock mirara al frente. Entonces el resplandor se volvió tan intenso que se convirtió en un chispazo.
Me cubrí los ojos gritando, Brock pego un alarido similar, pero aun mas áspero y desgarrado. Aun con los ojos cerrados era capaz de ver el fulgor asesino; fui testigo por tan solo un segundo y temí que se grabara a fuego en mis retinas por toda mi vida. Me encogí y caí de rodillas, presionando las palmas con fuerza en mi rostro. Era como si se habían incendiado por dentro, como dos malvaviscos al fuego.
En algún lugar, escuche al director y a los estudiantes hablar.
Fue apagándose. Me quite las palmas de los ojos y los abrí. No me lagrimeaban, me chorreaban como tuberías rotas.
La vista se me enfoco al mirar al frente, y un escalofrió recorrió todo mi cuerpo. La chica rubia tenía la calculadora en las manos, y la guardaba rápidamente en su bolso, para luego escapar por un pasillo. Brock estaba de pie a unos metros de ella, los ojos los tenía como los de un pescado muerto.
Sus calcetas y zapatos eran lo único de ropa que quedaba en su cuerpo, a sus lados había una pila de hileras negras, y tarde un rato en comprender que se trataba del esto de su uniforme. El director lo tomo de la muñeca y se lo llevo a trompicones. Su ropa se había incendiado.
-¡¿Qué rayos haces estando así?! –Gritaba, metiéndolo a empujones dentro de los baños.
El resto de testigos se miraban en silencio.
-¿Qué paso? –Pregunto uno finalmente. El aire que pasaba por la ventana había barrido las cenizas, ahora tan solo quedaba una mancha como la sombra de un fantasma invisible.
-Perdió la ropa –Murmuro otro-, pero... ¿Cómo?
Jessica me toco el hombro y me hizo voltearme.
-¿Y a ti que te paso? –Preguntó, rebusco en su bolso y saco su espejo.
En el pude ver mi reflejo. Mi rostro seguía igual, excepto por un detalle; se me habían hinchado los ojos como puños, y el delineado me embarraba hasta las mejillas como gotas de lluvia negras.
-¿Viste eso? –Le pregunté, consciente de que nadie más lo había hecho- ¿La luz?
Ella frunció el ceño, confundida.
De pronto, el brillo reflejado del espejo se volvió insoportable, aparte la mano de Jessica y me cubrí el rostro. Tenía los ojos débiles como huevos crudos.
-Llévame al baño. Necesito agua fría.
A medida que caminábamos por el pasillo, un olor inusual me entro en la nariz; era como carne quemada, con algo más, un sabor diferente.
Llegando al baño lo comprendí; Era el perfume de Brock.
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